Manuel Lozada, mejor conocido como “El Tigre de Alica”, es un personaje olvidado por la historia oficial: de bandido pasó a guerrillero; precursor de Zapata como defensor del derecho de los campesinos a ser dueños de las tierras que trabajaban; aliado de Maximiliano y los invasores franceses durante el Segundo Imperio. ¿Villano o Héroe?
Lozada nació en 1828, cerca de Tepic, en un pueblo de nombre San Luis, que en ese entonces pertenecía al Séptimo Cantón del estado de Jalisco. Su padre, Norberto García, murió cuando era apenas un niño y su madre, Cecilia, imposibilitada de mantenerlo, lo dejó al cuidado de un pariente llamado José María Lozada, de quien Manuel tomó el apellido. De bandido se convirtió en guerrillero, buscando reivindicar los derechos de los indios sobre las tierras de las que habían sido despojados por terratenientes sin escrúpulos.
La ferocidad y audacia de Lozada se volvieron legendarias y así comenzó a llamársele “El Tigre de Alica”, nombre de la región que asolaba, ubicada en la sierra de Nayarit.
Al percatarse de que las nuevas Leyes de Reforma dictadas por los liberales afectaban los intereses de los indios, especialmente la Ley de desamortización de los bienes eclesiásticos, decidió unirse a la causa conservadora y una vez que Maximiliano ocupó el trono de México, fue de los primeros en declararse partidario del Imperio. De Habsburgo recibió el grado de General y el mismo Napoléon III lo nombró miembro de la Legión de Honor.
Sin embargo, tras la retirada francesa y siendo evidente la debilidad del emperador, Lozada terminó por declararse neutral, buscando ponerse en buenos términos con Juárez y evitar así la acometida de las fuerzas liberales en su territorio, que para entonces incluía todo lo que hoy es el estado de Nayarit, así como algunas partes de Jalisco y Sinaloa.
Pero Lozada no se detuvo ahí, siguió luchando en defensa de los intereses agrarios de los coras y los huicholes. En 1869 formó una comisión revisora de la situación legal de las tierras indígenas y organizó una asamblea para tomar medidas contra la embriaguez, el robo, la vagancia, así como para fundar escuelas.
En enero de 1873, el gobernador de Jalisco, Ramón Corona, acérrimo enemigo de “El Tigre” , pues había sido derrotado por éste en varias batallas, logró convencer al presidente Sebastián Lerdo de Tejada, de emprender la lucha contra el cacique, convenciéndolo de que sólo así se acabaría la amenaza de Lozada, a quien Corona acusaba de expropiar terrenos injustamente y promover, según sus palabras “la más injustificable guerra de castas… sacrificando cuanto es respetable y digno de veneración a sus brutales instintos, su insaciable codicia y su sed de sangre”.
Como respuesta, Lozada lanzó su “Plan Liberador de los Pueblos Unidos de Nayarit”, en el que desconocía a la república y anunciaba su intención de regresar el país a sus legítimos dueños, los pueblos indígenas. Seguido por ocho mil hombres, “El Tigre de Alica” dejó Tepic y enfiló hacia Jalisco, con la intención de tomar Guadalajara.
En apenas unos pocos días los hombres de Lozada cruzaron las barrancas y tomaron Tequila, Etzatlán y La Magdalena, acercándose cada vez más a la capital jalisciense. Sin embargo, al llegar a La Mojonera, ya a las puertas de Guadalajara, Ramón Corona los enfrentó, logrando dispersar al ejército de “El Tigre”. Poco después, en Loma de los Metates, traicionado por Andrés Rosales, uno de sus hombres de mayor confianza, Lozada cayó en poder de sus enemigos y tras un breve juicio en el que careció de defensa, se le condenó a ser fusilado el 19 de julio de 1873. Antes de recibir la descarga exclamó: “Soldados, vais a presenciar mi muerte que ha sido mandada por el gobierno y que así lo habrá querido Dios; no me arrepiento de lo que he hecho. Mi intención era procurar el bien de los pueblos. Adiós, Distrito de Tepic. ¡Muero como hombre!”.
Así, apenas a los 45 años, murió “El Tigre de Álica”: forajido, revoltoso, aliado de los franceses; pero siempre fiel a su propósito de luchar por los derechos de los pueblos originarios de Nayarit.