Los niños son siniestros y malévolos. No hay más. En una mezcla de inocencia, moral autónoma y voluntades oscuras, la infancia está plagada de actos horrendos y decisiones desmedidas. En la famosa teoría sexual de Freud es rastreable, aunque no de aseveración absoluta, que el niño es un perverso polimorfo. Un individuo que practica un sinfín de trasgresiones y que, si fueran ejecutadas por un adulto, se considerarían deplorables cuando no inhumanas. Dichas acciones, según el psicoanalista, no deben ser entendidas como patológicas, sino como una consecuencia de la no represión; es decir, su realización se debe a un exceso de límites no impuestos. Pero, ¿qué sucede cuando eres pequeño, sabes que algo está mal y aun así lo haces? ¿A dónde se apresuran esas pulsiones? ¿Qué sucede con su enjuiciamiento?
Bifurcación de pensamiento similar tuvimos en 1993, cuando un par de niños masacraron a otro menor en el municipio de Liverpool, Inglaterra. Ambos de diez años en aquel entonces provenían de familias disfuncionales, eran los típicos casos-problema en el colegio. Vivían dramas de alcoholismo y violencia intrafamiliar, además de traumas particulares que construyeron poco a poco sus identidades terroríficas en el imaginario colectivo de la maldad.
Según declaraciones que más tarde ellos mismos darían, previo a su delito habían visto juntos la tercera entrega de la película “Chucky, el muñeco diabólico”. Factor decisivo en sus actos pues, de acuerdo con las declaraciones, esta cinta habría de inspirarlos para lo que a continuación se narra:
El pequeño James Bulger es raptado en medio de un centro comercial, durante una tarde de compras con su madre.
Al día siguiente del acontecimiento, sus padres hacen un llamado de auxilio y solidaridad para encontrar a su hijo.
Los investigadores, revisando las cámaras de seguridad, hallan por vez primera una imagen que se ha convertido en ícono del terror: James es tomado de la mano por dos niños y se aleja en pleno juego infantil de donde su madre lo dejó un segundo.
El cuerpo de James es encontrado en las vías del tren y el par de infantes identificados en la grabación de seguridad es arrestado, acusado y sentenciado por asesinato. Fueron las personas más jóvenes en tener estos cargos durante el siglo XX.
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Analizando los videos y registrando las confesiones de cada agresor se puede rescatar que a lo largo de esas más de dos millas de trayecto entre el centro comercial y el lugar del asesinato, James fue arrastrado, golpeado y maltratado por sus acompañantes.
Se tiene la cifra aproximada de 38 personas como testigos del secuestro, de las vejaciones en contra del pequeño Bulger, y nadie intervino en el percance.
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Cuando llegaron a la vía férrea del paraje de Walton, Robert Thompson y Jon Venables –los dos chicos asesinos– pintaron a James de color azul. Después, procedieron a golpearlo con ladrillos que allí encontraron y una barra de metal.
En el rostro de la víctima se encontró la huella de un zapato, perteneciente a uno de los agresores. También fueron hallados sus dedos rotos y pisoteados.
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A James Bulger le fueron introducidas baterías eléctricas en la boca. De acuerdo con investigaciones forenses se presupone abuso sexual, pero los criminales nunca aceptaron ese acto.
Después de brincar repetidas veces sobre el cuerpo del niño, Robert y Jon intentaron que todo pareciera un accidente. Pusieron el cuerpo de James en las vías para que éste fuera destruido por el paso del tren, pero no contaron con que las indagaciones en torno al secuestro que perpetraron sería tan exhaustivo como para dar con su delito.
Robert y Jon fueron juzgados como adultos y pasaron ocho años y cuatro meses en prisión. Sin embargo, la rabia de la sociedad inglesa no se hizo esperar al enterarse que en la rehabilitación de este par se gastaron tres millones de libras esterlinas y se les proporcionaba una educación privilegiada en comparación a muchos niños del país.
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Después de todo este cruel proceso, sólo se puede resaltar que el verdadero castigo fue para la infancia del país. Los niños británicos perdieron su libertad y la idea de que estos no estaban seguros en ninguna parte se generalizó entre la población.
Cientos de mujeres abandonaron sus trabajos para ocuparse de sus hijos y vivir a diario el más terrible miedo de todos. Para continuar con esta escabrosas historias de infantilidad, asesinatos y maldad pura, puedes consultar Lost Boys: los niños asesinos en la historia y La historia de dos jóvenes asesinos que inspiraron Natural Born Killers.