Como consecuencia de que mis padres no hayan decidido traerme al mundo antes, escuché tu nombre por primera vez hace apenas poco más de un lustro y poco menos de una década. Un profesor boyacense fue la persona que, tal vez sin quererlo, hizo que años más tarde te tomara como referencia, guía y modelo a seguir. Tu rebeldía, en cierta medida, es comparable con la mía en muchos aspectos de la vida, aunque tenemos una diferencia enorme: tú creías en el voto, mientras que yo no paro de invitar a nuestros paisanos para que no se manchen las manos y la conciencia de sangre, cuando haya que elegir alcaldes, gobernadores, congresistas y presidentes. Votar para mí es sinónimo de complicidad y criminalidad.
Casualmente nací cuando el calendario aún marcaba el mismo año de tu muerte, o sea 55 años después de tu nacimiento. Desde entonces, y gracias a que tu obra marcó un camino en mi existencia, no he parado de indagar acerca de tu vida y obra. En esa ruta, por ejemplo, conocí a tus hijas: Silvia y Morella, a quienes admiro y respeto solemnemente. Aunque, la verdad sea dicha, de tus hijos al que más aprecio es a José, un poeta y cuentista fenomenal, al que algún día espero conocer.
Naciste en Medellín, una ciudad que años más tarde iba a sentir el rigor de la maldad humana, el 3 de febrero de 1935, exactamente el mismo día en que el astrónomo Sylvain Arend descubrió un nuevo asteroide, al que llamó Alain. ¡Si hubiera sabido el belga que ese día habías nacido tú, seguramente, ese prospecto de planeta habría llevado tu nombre! Pero no fue así, por desgracia. El día de tu nacimiento, incluso ahora, es una fecha poco relevante para los colombianos que, en su mayoría, conocen más la vida y obra de una muchachita que se gana la vida posando ante los flashes en ropa interior, o la de alguien que se convirtió en millonario pateando una pelota, que la tuya. ¡Por eso somos el país que somos y nos merecemos a los gobernantes que tenemos!
Pasaste tu vida luchando contra la educación tradicional, gracias a que despreciabas que al ser humano prácticamente se le obligara a aprender y a estudiar, por lo que no quisiste enviar a tus primeros hijos a la escuela. Silvia y José, por ejemplo, nunca asistieron a la educación primaria, secundaria ni superior. Fueron autodidactas. Tú mismo les inculcaste el amor por el conocimiento y las artes. ¡Y vaya si te funcionó! ¡Tu hijo Pepe es un intelectual respetado y premiado! ¡Te salió bien la jugada, señor Zuleta!
Sin embargo, por lo que más se te conoce es por haber sido el centro de pensamiento de una generación notable de intelectuales colombianos, de los que seguramente el más reconocido es el escritor tolimense William Ospina, quien fue honrado con el premio Rómulo Gallegos en 2008. Tu mentor fue el gran filósofo colombiano Fernando González, quien merece una mención especial pues logró hacer que la mayoría de sus discípulos dejaran huella en este valle de lágrimas. Tú, sin ir más lejos, marcaste un antes y un después en universidades importantes de mi país como la Nacional, la del Valle, la de Antioquia, etc. Entre tu círculo cercano de amigos estuvieron, entre otros, el genial León de Greiff, y una persona a quien yo llamo el verdadero libertador de los colombianos: Gonzalo Arango.
Fuiste el primer pensador moderno de un país en el que, por culpa de un puñado de familias, se mueren los niños de hambre mientras los gobernantes cenan caviar. Amabas la literatura, y a autores como Kafka, Dostoievski, Shakespeare, Tolstoi, Goethe, Baudelaire y Proust, aunque yo siempre he dicho que tu autor favorito debió haber sido Poe. No en vano el nombre de uno de sus cuentos fue el que decidiste tomar para llamar a tu hija, a la hermosa y brillante Morella. Interpretaste el pensamiento de los Sartre, Kant, Freud, Marx, Hegel y Platón. Valorabas el arte. Amabas al prójimo. Bebías, casi tanto como yo. Te reunías constantemente con tus amigos. Soñabas y dejabas soñar. ¡Fuiste único e inigualable para tu época! ¡Gracias por existir!
El 17 de febrero de 1990 murió el profesor al que no le importaba regalar notas altas en las universidades, pues no toleraba que se calificara el conocimiento de la misma forma en que, por desgracia, todavía se sigue midiendo la supuesta inteligencia de los estudiantes. A él lo único que le importaba era que sus alumnos se interesan por aprender, por leer, por inmiscuirse en el fascinante mundo del conocimiento. Aquel visitante frecuente del café La Paz, ubicado en la calle 19 con carrera cuarta de Bogotá, se fue de este mundo dejando un legado inconmensurable en personas que, como yo, ni siquiera habíamos nacido cuando él murió.
El doctor honoris causa en psicología de la Universidad del Valle es, y lo digo con claridad, el último gran pensador colombiano. Aunque, por suerte, Colombia ahora está empezando a conocer al que, desde mi punto de vista, será el intelectual más completo de la historia de Colombia, el señor Pablo Montoya.
Estanislao se dio cuenta, hace décadas, que Colombia necesita jóvenes críticos, analíticos, apasionados por la investigación y la lectura, y especialmente rebeldes. Ojalá que los muchachos colombianos le podamos rendir un homenaje al autor del discurso más hermoso que he leído en toda mi vida, El elogio de la dificultad, mostrándole a la sociedad que somos capaces de cuestionar dogmas que no generan nada positivo en el desarrollo intelectual del ser humano. Hoy, cuando la noche caiga sobre Buenos Aires, abriré una botella de aguardiente y brindaré por él. ¡Salud, maestro!