Treinta segundos antes de que él eyacule, de la manera más cuidadosa y con total alevosía, usa su mano izquierda para quitarse el condón mientras con la derecha estimula tu clítoris. Entonces, vuelve a introducir su pene en ti y termina. Tú estabas segura de haber tenido relaciones con total protección; sin embargo, por alguna razón él decidió no respetar tu cuerpo y sin tu consentimiento retirar el preservativo de su miembro para venirse dentro.
No se trata de una historia de terror, sino de la tendencia que algunos hombres están practicando con total irresponsabilidad, sin saber que ese acto es una violación. Stealthing es el nombre de la perturbadora práctica que los hombres le ocultan a las mujeres durante el sexo; misma que no sólo propicia un embarazo, sino que pone en riesgo la salud de ambos.
Este peligroso método con el que algunos intentan obtener placer a través de la adrenalina y el injusto abuso de la otra parte, comprueba que a pesar del desarrollo tecnológico –en materia de investigación y creación de métodos anticonceptivos– la evolución del hombre y su pensamiento no va a la par. El machismo y la violencia de género, así como la ignorancia en cuanto a temas sexuales, sigue vigente y –al parecer– va en aumento.
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Por otro parte, es entendible que los métodos anticonceptivos de la Antigüedad carecieran de eficacia, seguridad y sentido. Desde la aparición de las primeras culturas se utilizaron diversos métodos para controlar la fertilidad de las mujeres. De hecho, Aristóteles definió que los pueblos que no controlaban su población –a partir de límite en la natalidad– estaban condenados a la pobreza.
Así fue como distintas civilizaciones crearon sus propios métodos para evitar la concepción. En un papiro egipcio, que data de 1900-1100 a.C., se encontró que las mujeres utilizaban miel o excremento de cocodrilos para matar el esperma, o bien, impedir que traspasara el útero. Otros sistemas de anticoncepción eran los que los griegos utilizaban para endurecer las paredes del útero mediante aceite de cedro, pomadas de aceite de oliva o incienso. A partir de esos procesos de “ensayo y error”, el médico griego, Hipócrates, descubrió que el periodo más fértil de la mujer esta el que iniciaba después de la menstruación.
Posteriormente, Sorano de Éfeso –médico romano considerado el primer ginecólogo de la humanidad– comenzó a estudiar la salud sexual femenina y el proceso de concepción de la mujer. Este científico fue quien inventó el mayor número de métodos para solucionar una de las problemáticas que aquejaban, mayormente, a las mujeres de la época: estar obligadas a concebir y la prohibición del aborto. Éste dedujo que introducir al útero una mezcla compuesta por aceite rancio de oliva, miel y resina de cedro, era suficiente para evitar el embarazo. También aseguró que introducir una bola de lana empapada de vino en la vagina y empujarla hacia el cuello del útero, era otra forma de protegerse.
Otra alternativa, en este caso para los hombres, era la de crear una costra en el pene mediante una pomada que –según Éfeso– poseía la cualidad de matar el esperma antes de que llegara al óvulo. Lo que definitivamente el doctor turco jamás creyó eficiente como anticonceptivo, fueron los amuletos que durante la época romana se utilizaban. Para evitar el embarazo ellos llevaban consigo una matriz de mula o cerumen del mismo animal. Además, las mujeres fabricaban una especie de collar para colgar en su cuello una araña envuelta en un pedazo de piel de ciervo.
En el caso particular de que las mujeres consideraran alta la probabilidad de estar embarazadas, Sorano de Éfeso les aconsejaba saltar siete veces hacia atrás, tan alto como pudieran, para revertir la concepción. A él también se le atribuye una técnica que le indicaba a las mujeres ponerse en cuclillas y estornudar como método anticonceptivo después de una relación sexual.
Un método que a pesar de no ser tratado por autores griegos o romanos, sí está citado en el Génesis, es el coitos interruptor:
«Entonces Judá dijo a Onán: “Cásate con la mujer de tu hermano y cumple como cuñado con ella, procurando descendencia a tu hermano”. Onán, que sabía que aquella descendencia no sería suya, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba su semen en tierra, evitando el dar descendencia a su hermano. Pareció mal a Yahveh lo que hacía, y le hizo morir también a él».
—Génesis (38,8-10)
Este procedimiento consistía en evitar la eyaculación dentro del cuerpo femenino, a partir de la interrupción del coito. Justo a punto de expulsar el semen, el hombre salía de la vagina y terminaba en cualquier otro lugar. Esta práctica confirma que, por lo menos en algunas culturas, el sexo sí era cuestión de placer y no sólo un medio de procreación.
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Referencias
Blázquez Martínez, José María, “Los anticonceptivos en la Antigüedad Clásica”, Madrid 2003
Galeano Daniela, “Historia de la Ginecología y Obstetricia”, Granada 2007
Nueva Mujer