Sería un craso error creer que en el seno de la sociedad alemana, el grueso de la población ignoraba la política e intenciones del Tercer Reich. A pesar de que en la cultura popular existe la noción de que los alemanes desconocían lo que ocurría en guetos y campos de concentración, lo cierto es que el alemán promedio entendía que su país se hallaba inmerso en un vórtice autoritario, impulsado por una poderosa maquinaria propagandística que al margen de su efectividad, jamás contó con un apoyo y popularidad aplastante de la mayoría del pueblo alemán.
Los distintos eufemismos utilizados ampliamente por el régimen nacionalsocialista para sus acciones eran bien conocidos por los alemanes de la época. El mensaje de la agenda e ideología de Hitler calaba hondo en una minoría activa, que pronto tomó en sus manos el destino de Alemania.
El antisemitismo generalizado se sumó a las duras sanciones que mermaron la economía alemana después del final de la Primera Guerra Mundial tras la firma del Tratado de Versalles; además de la crisis de 1929 que recaló con especial fuerza en Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania. En suma, para 1932, las condiciones para que un movimiento nacionalista sumara adeptos en todo el país y ascendiera el poder por la vía democrática estaban puestas.
Aún conociendo las condiciones que sufrían los judíos, homosexuales, comunistas y todos los grupos sociales perseguidos por los nazis, en el corazón de Berlín y las principales ciudades alemanas, la vida seguía su marcha de manera casi cotidiana. Los paseos matutinos, las exposiciones y puestas en escena de arte con efectos propagandísticos y las calles mantenían su ritmo habitual, aún cuando estaban tapizadas de esvásticas, con los símbolos de la parafernalia nacionalsocialista presentes en cada avenida.
Pronto, la escena pública se transformó en una suerte de escenario espectacularizado, al que la cara más visible del régimen asistía una y otra vez: desfiles, marchas, discursos y otras manifestaciones multitudinarias acompañaban el día a día de los alemanes, que experimentaron un cambio radical en su modo de vida.
Las fotografías de la vida en Alemania durante el Tercer Reich dan cuenta de cómo el control, la censura y la ideología nazi se volvieron parte de la normalidad para los ciudadanos que cumplían con las características raciales deseadas por el régimen. El horror de los campos de concentración y los territorios ocupados pasaba a segundo término, mientras el grueso de la población –por temor o ignorancia– poco a poco dejaban de lado la crítica y se adaptaban a una nueva configuración que delineó un modo de vivir único en cada aspecto de la realidad bajo el peso de la esvástica.