“Viudas, solteras, amantes y casadas,
madres y hermanas formaron batallón
al mando de fornida extortillera
las soldaderas se fueron al montón”
–Liliana Felipe, “Las soldaderas”
Las soldaderas, adelitas, coronelas, rieleras, revolucionarias; mujeres que con con sus niños, comales, tortillas, sarape, casa a cuestas y la carabina a sus espaldas, abandonaron sus casas para acompañar a sus hombres en una guerra revolucionaria que pretendió cambiar al país. Al grito de “Tierra y Libertad” esta insurrección no fue sólo de hombres; sin ellas, las mujeres, las soldaderas, esta revolución no hubiera podido aguantar: gracias a ellas los soldados tenían un rincón dónde guarecerse y tortillas calientes para aguantar las inclemencias de la guerra.
Las fotos de las soldaderas desmienten el hecho de que las mujeres sean el sexo débil; ellas soportaron peores tratos que los de los caballos y las difíciles condiciones de vida: cargaban a su espalda una casa ambulante, alimentaban a los soldados, cuidaban de los niños, los heridos y los animales. Eran cocineras, enfermeras, pero también desempeñaban labores militares.
Agustin Casasola, Jorge Guerra, en sus fotografías, y Salvador Toscano, en su filmografía, recogen un testimonio que permite asomarse a la realidad que vivieron miles de mujeres a lo largo y ancho del país, ellas, mujeres de a pie que dejaron una huella en la historia. Fotografiar en medio de la guerra no es tarea fácil, Casasola no dejaba ni un día su cámara ni sus acervos fotográficos; enviaba sus reportes al extranjero, viajaba en tren y entrevistaba a los líderes revolucionarios.
En Morelos, al lado de las soldaderas, se enfila en largas caminatas. Él no tiene un arma, pero apunta con su cámara y dispara. Su fotografía es el testimonio desde el que nos asomamos a estas imágenes de mujeres que, entre el fuego de las balas y el humo de los fogones, se nos revelan llenas de entereza y dignidad.
Ellas, las Adelitas, recibieron este nombre en relación al personaje con el cual se construyó el corrido popular: una enfermera que atendía a los villistas de la División del Norte. Y, ¿qué pasaba cuando sus hombres caían en batalla? Tenían la opción de desertar, regresar a sus casa, aunque para muchas esta ya no era opción; también podían decidir continuar con la tropa, tomando el arma del difunto o con suerte de que algún otro soldado, general o coronel las cobijara, aunque solas corrían el riesgo de ser abusadas o robadas por el ejército enemigo como botín de guerra.
Las soldaderas jugaron roles diferentes en la guerra. Algunas se enfocaban a tener listas las provisiones necesarias en alimentos y cuidado de sus acompañantes. Otras, adquirieron responsabilidades dentro del ejército: tareas de aprovisionamiento, propaganda y transporte de armas; ellas eran las soldaderas de base.
También estaban aquellas que se habían sumado a las filas de lucha e incluso disfrazadas de hombres, habían logrado ascender a cargos y estar al mando de tropas: las Coronelas como Rosa Bobadilla, Juana Ramos, Carmen Parra, o Carmen Vélez (La generala), que tenía a su cargo una tropa de 300 hombres. Otras como Petra Herrera armaron sus propias tropas de mujeres; esta jefa carrancista tuvo a su cargo aproximadamente mil mujeres.
Los corridos también son una manera de conocer historias anónimas de estas mujeres, que cargaron junto con sus armas y enseres de cocina, sus amores y desamores, pero también su fuerza y valentía. Legado que las mexicanas de hoy recuperamos como herencia y ejemplo.
Que el fragmento de este corrido ilustre la heróica historia que vivieron las soldaderas:
“Ay, decía doña Agripina
con las armas en la mano
Yo me voy con esta gente
(…) vuela, vuela palomita
con tus alitas muy finas;
anda, llévale a Agripina
estas dos mil carabinas”.
Las tropas se movilizaban por el país en trenes, repletos de hombres y en los cuales ellas viajaban muchas veces entre los vagones.
Muchas mujeres aprendieron el uso de las armas al heredar las carabinas de sus maridos, caídos en batalla.
Un beso en las trincheras, muestra del amor en medio de la guerra.
Apretujadas, arriba de los trenes, ellas viajaban expuestas al quemante sol.
Mujeres que formaron parte de batallones bien entrenados, algunas se convirtieron en grandes estrategas militares: coronelas o generalas.
El rebozo, parte de la vestimenta cotidiana y útil indumentaria, con la cual no sólo se abrigaban, sino que con él transportaban a sus niños en la espalda.
Varadas en medio del camino, muchas ocasiones tenían que esperar largos lapsos de tiempo hasta que un tren recogiera a las tropas.
Ellas no tenían caballo, eran “pateras”, recorrían grandes distancias a pie cargando, junto con sus canastas, sus esperanzas.
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