Para la gran mayoría de las personas resultan muchas veces más interesantes los pequeños tramos de la historia que construyen el marco general. El contexto completo quizá es demasiado grande y, con estadísticas más el hilo narrativo en función de lo geopolítico y lo social, hace que se desdibujen las historias dentro de la historia. Las anécdotas que dan sentido, al menos uno más humano, a los terribles errores del pasado. En el maremoto de años, fechas, sucesos, batallas, invasiones, pérdidas y victorias, destacan breves dramas personales que revisten el tiempo. Entre ellos es preciso mencionar el vivido por Franceska Mann.
La vida de Franceska Mann culminó en el año 1943, en el campo de concentración más abominable del nazismo: Auschwitz. nació en Polonia en 1917. Las circunstancias de su muerte no dejan de sorprender y conmover al mismo tiempo, sobre todo por el trágico heroísmo que significó. Mucho se ha escrito sobre los horrores de ser prisionero de los nazi, algo que Mann seguramente prefiguró antes de ver extinta su existencia. Ciertamente, sin ánimos de arruinar los pormenores de su final, no corrió con tanta suerte como otros artistas perseguidas por el Reich, entre ellos la fotografía Anna Verney-Cantodea y Kurt Schwitters.
Para cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Mann se desempeñaba como bailarina en Varsovia. Era, básicamente, una de las figuras estelares del club nocturno Melody Palace. No podía esperarse menos de ella. Su talento le había abierto puertas como una de las artistas más destacadas en su rubro e incluso se había quedado con el cuarto lugar en la Competición Internacional de Danza de 1939, celebrada en Bruselas y en la que participaron unas 125 balletistas de todo el mundo. Sin embargo, el destino más nefasto le tenía deparada una sorpresa.
Mann era una de las habitantes del ghetto de Varsovia, tras la ocupación alemana. En octubre de 1943 fue conducida junto con otros judíos para abordar un tren, que supuestamente se dirigía a otro campo de concentración, desde donde los transferirían a Suiza para ser intercambiados por soldados nazi que habían sido detenidos por los aliados. La realidad era que su destino final era Auschwitz.
Pocas historias nobles han salido del más terrible campo de concentración alemán. Por un lado está la de la mujer que salvó a 3 mil recién nacidos, mientras por el otro destaca la del hombre que, tras sufrir las peores atrocidades, fue capaz de ver valiosas lecciones de vida. La de Mann llegó a su término como la de muchísimos otros.
Josef Schillinger
Todo comenzó cuando fue obligada a entrar, junto al grupo de judíos con el que había llegado, a desvestirse en una sala previa a una cámara de gas, todo bajo el pretexto de que necesitaban ser desparasitados y desinfectados antes de ser entregados en la frontera con Suiza. Uno de los oficiales al mando de la operación de rutina, de nombre Josef Schillinger prestó entonces especial atención a la hermosa bailarina, quien, según cuentan algunos reportes, se tomó todo el tiempo que tuvo a su disposición para desprenderse de sus ropas. Sin quitarle la vista al oficial de la SS, procedió a descorrer cada prenda como si ejecutara una rutina de baile. Una vez lo tuvo “hipnotizado”, se le acercó y le disparó dos veces (algunas versiones dicen que el arma era suya y la tenía escondida, pero otras afirman que se la quitó rápidamente Schillinger). Acto seguido arremetió contra un sargento de nombre Wilhelm Emmerich, a quien hirió en el estómago.
Otras versiones indican que Mann primero se despojó de uno de sus zapatos de tacón y lo empuñó para clavárselo en la cuenca del ojo a Schillinger y así pudo quitarle su arma reglamentaria, con la que pretendió iniciar un motín. El pánico cundió entre los presentes y otras intentaron someter a los guardias. Si bien es cierto que los testimonios varían y algunas personas afirmaron que las detonaciones sirvieron como señal para dar por iniciada la revuelta y que de hecho hubo otros heridos que fueron golpeados por las mujeres, todo apunta hacia un único y lamentable desenlace: los nazi ametrallaron a todas las judías que se encontraban en el lugar, sorprendidos por la bailarina y arranque de espontáneo heroísmo.
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Testigos y sobrevivientes coinciden en que durante el Holocausto se desató un verdadero infierno sobre la faz de la Tierra. En ese sentido, escapar de todo ese horror era una genuina bendición. No obstante, para la familia de enanos que se salvó de perecer en algún campo de exterminio, parecía ser más un asunto del diablo.