Amor, deseo, erotismo, desamor y melancolía, todos conceptos cercanos a nosotros pero que, no han sido exclusivos de esta época, sino que también atormentaban a los habitantes de la Nueva España. En la época colonial, el placer, la elección de pareja y la libertad sexual, sentaron las bases de los vínculos sociales.
¿Qué hacer con el desamor, la infidelidad, el enamoramiento o el deseo? Este tipo de preguntas, ya atormentaban a la sociedad novohispana, cuyos individuos enamorados acudían a sacerdotes, médicos y curanderos, para que los aconsejaran con una serie de instrucciones para conseguir la atracción, el matrimonio, o el placer sexual.
Actualmente, gracias a los registros de los archivos inquisitoriales, sabemos que existió un fuerte arraigo a la hechicería, la adivinación y la curandería con propósitos muy precisos: atraer hombres o mujeres, castigar una infidelidad, propiciar el amor, etc. Incluso se sabe, que muchas mujeres acudían a magos para conseguir el remedio a la falta de placer en el acto carnal.
En aquella época, cualquier práctica mágica se consideraba un delito religioso, y la magia popular fue la más denunciada por haber “profanado creencias en contra de Dios”. Sin embargo, muy a menudo se ejerció la hechicería amorosa para provocar el regreso de un hombre, vengar maltratos o conocer el porvenir de la relación.
Los novohispanos afirmaban que el enamoramiento acarreaba dolencias, y malestares físicos, incluso acudían con médicos para saber si estaban “enfermos de amor”.
Por ejemplo, Francisco López Villalobos en el siglo XVI, escribió en su tratado médico que el amor era una donación:
«El amante debe otorgar la voluntad y en consecuencia éste deja de ser libre, los amantes abandonan todo y se convierten sólo en parte. El enamoramiento es un espíritu que recorre las venas, una especie de aire, de vapor, que se anida en el corazón y recorre todo el cuerpo, y en el trayecto va repartiendo las virtudes del alma. El amor produce locura debido a la fijación de la imagen de la persona amada, y los que padecen esa locura de amor, en consecuencia, dejan de oír y de entender. (…) Es tanto el fanatismo durante todo el día, que con ella platican, de ella cantan, de ella lloran, muchos enfermos de locura de amor, niegan padecer la enfermedad y mucho menos buscan un remedio. Esta enfermedad, no produce peligro, los hace mansos. Sólo Dios posee el remedio».
Asimismo, Villalobos en su Prólogo sobre ciertas sentencias, dividido en nueve capítulos que están seguidos por un epígrafe: ―Recomendación de las mujeres―; explica las causas fisiológicas del amor desde el punto de vista de la filosofía natural.
En la Nueva España, los sacerdotes consideraron el amor como un apetito peligroso que podía conducir a la locura, de modo que consideraron la pasión erótica como una enfermedad que corrompía el alma. La iglesia buscó regular las relaciones y siempre recomendó que los instintos carnales se mesuraran con la razón. Los sacerdotes guiaban el amor a partir de la teología y cuando no servía, los fieles recurrían a hechizos y menjurjes.
Se tiene registro de que “Polvos para el buen querer”, fue el remedio más famoso. Se recomendaba untarlos en su cabello o piel, esparcirlos en la puerta de la persona amada o que los comieran, para que así se obtuviera la voluntad de la persona amada.
También aves como el colibrí o las golondrinas, se usaban para hacer amuletos. Con ellos, se buscaba retener al ser querido, atraer a alguien o que dejaran a sus amantes. Hubo uso de ungüentos y fluidos. Incluso una receta muy socorrida fue el flujo menstrual en chocolate para calmar los celos, pues se consideraba la enfermedad más peligrosa y destructiva.
«En las cabezas locas entra el descontento, la mayor enfermedad, es los celos, eso destruye a los amantes. También la ira, el odio, llenan los torrentes de lágrimas, aprisionan al alma. Se ruega al cielo y se padece». – Francisco Javier Villalobos
Asimismo, guardamos rastros de la devoción y el uso de conjuros que, al ser dichos por curanderos o brujos, complementaban y hacían efectivo el hechizo para pedir señales, saber una respuesta, o bien, hacer una petición:
Conjúrote Fulana,
con la sal y con el libro misal
y con la ara consagrada,
que me quieras y me ames
y me vengas a buscar,
como el sancto olio
detrás de la cristiandad.
Así pues, podemos observar la fusión cultural de la tradición prehispánica con el catolicismo, cuya unión dio personalidad a la sociedad novohispana. Pero más allá de la formación de un carácter nacional, somos testigos de la necesidad humana por comprender y atender la irracionalidad de los sentimientos. Como sociedad hemos construido métodos, hechizos, recetas, consejos para lidiar con las pasiones más arraigadas de nuestra especie. Sentimientos como el amor o el desamor, nos hacen rebasar los límites de la razón, no se explican, son y ya. Nos hacen caer en una encrucijada perfecta, pero sólo hay que aprender a vivirlos y sufrirlos bien. Tal vez el mejor hechizo esté en palabras de Pascal: «El corazón tiene razones que la razón no entiende».
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