“Tu collar podrá romperse,
el árbol de Fau reventarse,
pero mis tatuajes son indestructibles.
Es una gema perpetua que te llevarás a tu tumba”
Verso de una canción tradicional de tatuadores en Samoa
Actualmente hasta tu prima de quince años se hace un tatuaje del infinito o de pájaros volando hacia su cuello. Es tan común que por un momento podríamos pensar que ya no es más que una marca de lo ordinario, pero en realidad no se trata de la tinta que llevemos en la piel, sino de lo que representa para nosotros y lo que le decimos al mundo mediante ella.
A lo largo de la historia, marcarse la piel por voluntad ha tenido diferentes motivaciones, significados y percepciones, pero si de algo podemos estar seguros es que nunca ha sido algo que pase desapercibido. Desde quienes no tenían otra opción hasta los que eligieron este sufrimiento como una prueba de fuego para demostrar su resurgimiento, los tatuajes han dejado marcas en la piel de la historia que nos recuerdan cómo evolucionamos con cada generación.
Distintas tribus de Camerún tatúan su rostro para honrar su historia
Vía: Antonio Segura
El cuerpo es un mensajero
En la antigua China, usaban su preciada invención milenaria, la tinta, para marcar los rostros y cuerpos de criminales con sus acciones para que ni ellos ni el mundo pudieran olvidarlas. Los tatuajes también eran marcas indignas en Grecia y Roma mientras que, en contraste, los egipcios y sirios se tatuaban por motivos religiosos, era la manera más completa de dedicar los cuerpos de sacerdotisas y bailarinas en rituales para sus dioses.
La mano momificada de Amunet, sacerdotisa de Hathor, diosa del amor, la alegría, la danza y las artes musicales.
Vía: National Geographic
Linaje y orgullo
En la India se utilizaba para distinguir entre las diferentes castas y en Japón evolucionó de un asunto decorativo hasta un sello para criminales que los Yakuza retomaron como una marca de orgullo. Los diseños son tradicionales y todavía se usa la técnica sin máquina, aplicando la tinta directamente con palos de madera de bambú y delgadas agujas al borde.
El intenso dolor es parte del ritual y causa de orgullo de los portadores del tatuaje. Vía: The Planet D.
Tradición y pertenencia
En la cultura Maorí, que se expandía por Australia y Nueva Zelanda, los tatuajes en el rostro eran aplicados mediante la técnica de Ta’ Moko en la que la tinta se depositaba en la piel mediante cinceles, dejando la piel con relieves y no cicatrizada como en las técnicas más comunes. La costumbre de señalar la pertenencia a una tribu mediante tatuajes Ta’ Moko desapareció cuando los colonizadores ingleses empezaron a coleccionar cabezas tatuadas como trofeos.
Actualmente hay un resurgimiento de Ta moko entre los remanentes de la cultura Maorí en Nueva Zelanda. Vía. Steemit.com
A veces las mujeres Maorí se casaban con hombres de las colonias, dando pie a fotografía como esta de 1870.
Vía Wikimedia Commons.
El arte de dejar marca
La palabra tatuaje viene de tautau en idioma de la isla de Samoa, en donde también se acostumbra hacerlo de manera tribal. En los hombres se llama pe’a y para las mujeres malu. En Samoa, la tradición de hacer tatuajes a mano no se ha roto en dos mil años. El oficio de tatuador se pasa de padres a hijos, los aprendices pasan horas diarias por años aprendiendo el arte antes de poder separarse y ejercer por su cuenta.
El proceso de pe’a puede durar semanas, simboliza el paso de la niñez a la vida de adulto. Malu antes era sólo para vírgenes ceremoniales pero actualmente las mujeres de Samoa lo hacen por orgullo de sus raíces. Vía: heleloa.com
Álbum de viajes
Los tatuajes de los Maorí y de Samoa se volvieron populares entre los marineros de los siglos XVII y XVIII que los usaban para distinguirse de los hombres de tierra. Cada tatuaje era como una medalla, el ancla significaba que habían cruzado el Atlántico, un dragón que habían visitado China, una tortuga que habían cruzado el ecuador, los pájaros que son tan populares actualmente se obtenían por cada 5000 millas náuticas atravesadas.
También se utilizaban como amuletos, un puerco y un gallo en los pies servían para que el marinero encontrara tierra rápidamente si lo lanzaban por la borda. Vía: rmg.co.uk
Símbolos de identidad
En América, los indios nativos del norte también usaban los tatuajes como señales de identidad. Servían para marcar la posición de una persona dentro de su sociedad.
Olive Oatman fue secuestrada por la tribu Yabapai en 1851. Las marcas al estilo Thanos eran para identificarla como esclava pero según su narración después de ser rescatada por su hermano, nunca la maltrataron. Vía: Wikimedia.
Admiración hecha tinta
Después de la colonización de América, el tatuaje permaneció como una señal de lo externo, de lo exótico y, por sus orígenes paganos, de lo alejado del dios occidental que estaba llevándose a todas las creencias del continente. Las marcas en la piel se volvieron un espectáculo. Pero gracias a la atracción que causaban las mujeres tatuadas en la comunidad “decente” victoriana, algunas mujeres de la alta sociedad comenzaron a obtener sus propios tatuajes durante el siglo XIX.
Maud Wagner Stevens, contorsionista y trapecista de circo, se convirtió en la primera mujer tatuadora profesional en Estados Unidos después de casarse con Gus Wagner, comerciante convertido en fenómeno de circo por sus más de 300 tatuajes. Vía: Wikipedia
Marcas de guerra
Con el tiempo, su popularidad entre los marineros lo llevó a popularizarse con la clase trabajadora. Y con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial y su secuela todavía más sangrienta, empezaron a verse también entre soldados y enfermeras que elegían diseños dependiendo del lugar en el que sirvieron, la gente que perdieron y las atrocidades que vieron (o cometieron).
La máquina para tatuar se inventó en 1876 y conforme se fue perfeccionando, se perfeccionó también la definición de los diseños. Vía: Irin Carmon
De la liberación a la moda
Con el final de la Segunda Guerra Mundial, el inicio de la Guerra Fría y la tiranía de la religión católica para contrarrestar el ateísmo soviético, los tatuajes volvieron a relegarse a actividades de gente de “mala vida” pero después de la liberación de los años sesenta la práctica empezó a popularizarse de nuevo, girando en espiral hasta convertirse en la costumbre popular que conocemos actualmente.
Un tatuador en su estudio de Estados Unidos en 1973. Vía Getty Images.
Hemos pasado por mucho para llegar aquí, tradiciones que el tiempo no pudo borrar porque estaban escritas con tinta, sangre y determinación. Cada tatuaje es un momento, una experiencia o incluso a una persona que no quieres olvidar, una sensación que te marcó tanto por dentro que necesitas expresarla también sobre tu piel.
A lo largo de la historia de la humanidad hemos tenido este impulso por transgredir lo establecido y rebelarnos a través de ese punto de encuentro entre nuestra individualidad y el mundo que nos rodea: la piel. Así como nosotros, Dark Horse Wine surgió para romper los límites y las expectativas, para demostrar tanto en su esencia como su identidad que el vino es más que lo que se sirve en una copa. Dark Horse lleva en su interior y en su piel la naturaleza disruptiva de los que se atreven y no temen demostrar que hay muchas formas de dejar marca.
Y a ti, ¿qué te ha marcado?