Es común que el término “sustentabilidad” tienda a asociarse de forma directa, y un poco simplista, con la conservación del medio ambiente. Esto no está del todo errado. Aunque esta palabra se encuentra presente con mucha frecuencia en contextos relacionados con el ecosistema, hay un estrecho vínculo entre el ser humano y su entorno, que lleva a que los estudios de sustentabilidad involucren elementos sobre los cuales se sostienen las civilizaciones humanas, tales como la economía, la política, la cultura y la estructuración de las sociedades.
Joseph Tainter
Según Joseph Tainter, antropólogo, historiador, profesor de la Universidad de Utah y autor del libro El colapso de las civilizaciones, la sustentabilidad puede resumirse como “la ciencia de la continuidad. La ciencia de mantener el estilo de vida”. Existen además dos conceptos relacionados con las ideas que giran en torno de la capacidad de una civilización de mantenerse en pie y trascender en el tiempo: complejidad y colapso.
La complejidad en una sociedad se va incrementando en la medida en que es capaz de resolver problemas. De acuerdo con Tainter, entre los indicadores de esta complejidad destacan el número de miembros que componen a una sociedad, las distintas clases sociales en las que se agrupan, la cantidad de roles que puede desempeñar cada individuo y el grado de especialización en las tareas. Por su parte, el colapso refiere “una disminución progresiva de la complejidad en la estructura social de una civilización, como consecuencia de una inversión de energía insuficiente para mantenerla”.
Puerto Rico tras las secuelas del huracán María
Todas las civilizaciones son propensas al colapso y este puede ocurrir por diversos motivos que van desde la economía y la ecología, hasta las catástrofes naturales. Sin embargo, en sociedades complejas en las que se puede prever, en cierta forma, el impacto de los desastres naturales, la razón de los colapsos tienen que ver, en su mayoría, con la disponibilidad de fuentes de energía.
De los mayas y otros misterios
La civilización maya, con avanzados conocimientos en escrituras glíficas, matemáticas, artes, arquitectura y astrología, asentados en gran parte del territorio de América Central y México por unos 3.000 años, vio su reino desaparecer por causas que, ante los ojos de los conquistadores españoles llegados a territorio en el siglo XVI, resultaron un misterio.
No es cierto que los mayas hayan desaparecido. De hecho, actualmente representan la segunda población étnica más numerosa de México, después de los nahuas. Pero sí es cierto que aquel día del año 1511 lo conquistadores españoles que tocaron tierra en las costas de Yucatán se encontraron con lo que parecía una ciudad abandonada y en ruinas. ¿Qué había pasado?
Este vasto imperio, aún sin ser monarquía única, había logrado controlar los territorios que van desde el sur de México hasta El Salvador. Sin embargo, parte de sus pequeños reinados no lograron mantenerse en pie. Daniel Juárez Cossio, encargado de la sala Maya del Museo Nacional de Antropología de México, refiere las causas del colapso en un artículo de 2012 para la BBC: “No hay un solo factor. Para explicarlo en términos actuales, la referencia podría ser la caída del Muro de Berlín. Eso significó, para nuestro mundo occidental, un colapso de ciertas ideologías, sin embargo ahí están los alemanes, los rusos, los americanos… Se colapsan los sistemas políticos por cuestiones económicas, ambientales, etcétera”.
Pirámide de Chichen Itzá, en Yucatán
En el caso de los mayas, el aspecto ambiental tuvo, al parecer, un papel fundamental. “Fenómenos naturales como El Niño no son privativos de nuestra época. Se conocen desde la antigüedad. Por ejemplo, acaba de ocurrir con el huracán Sandy en Nueva York y vemos lo que provocó, con toda la tecnología que existe y las formas de anticipar y poder mitigar los riesgos. Imaginemos un huracán de estas dimensiones en el mundo prehispánico”, indaga Cossio en el referido artículo.
Colapso: cuadro sintomático
El antropólogo Joseph Tainter plantea los indicadores que podrían llevar a intuir que una sociedad se encuentra al borde de un colapso: “Cuando una civilización colapsa, el sistema adopta una configuración más simple. Se mueve hacia una situación con una energía potencial menor y hacia un modelo más entrópico, desestratificado y autorregulado”. En tal sentido, el primer síntoma es la desestratificación social, lo que significa que desaparecen las jerarquías sociales, lo que da como resultado la constitución de una civilización más homogénea.
El segundo corresponde a la generalización laboral: los individuos empiezan a desarrollar toda clase de actividades, sin especificidad, por lo que se vuelven autosuficientes.
El abandono de grandes ciudades. Es el paso de un centro con alta energía potencial (la ciudad) a una de menor energía potencial, de organización más simple. Este síntoma está estrechamente relacionado con el descenso en la densidad de población, dado el traslado de los grupos hacia zonas menos condensadas.
Por último, se describe el descuido y abandono de los íconos de la sociedad. Los ciudadanos, teniendo ahora otras prioridades como la satisfacción de las necesidades básicas, no procuran el cuidado de sus símbolos.
En un mundo globalizado, es difícil determinar qué tan cerca está una sociedad del colapso. El planeta no se encuentra poblado por civilizaciones aisladas como en la antigüedad. Por el contrario, las economías, la cultura y los sistemas políticos están más vinculados que nunca gracias, en su mayor parte, a las tecnologías de la información. Sin embargo, la búsqueda de recursos energéticos para la explotación ocupa un lugar importante en las agendas de los gobiernos y mientras algunos apuestan por el uso de energías que “puedan permanecer en el tiempo”, otros países—y sus economías— aún dependen de recursos finitos, como los combustibles fósiles. Y cuando estos se acaben, el colapso podría ser inminente.
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Tal vez la manera de contrarrestar el colapso de las civilizaciones es preservar, por medio de la renovación y la reconceptualización, los espacios en los que la sociedad se construye, desde lo cultural hasta lo elemental, como sus relaciones internas y externas. En Suecia, por ejemplo, son pioneros con una política exterior feminista que podría acabar con la violencia en el mundo.