“Elige una carrera, elige un empleo, elige una familia, elige una pantalla de plasma y un auto del año, elige pagar hipotecas a interés fijo, elige una tarjeta de crédito, elige una vida”, estas son las palabras que hoy escuchan los jóvenes en los medios de comunicación, en la cultura, en la familia, siendo imposible escapar del equívoco y voraz dogma de la educación como un fin y no un medio.
Las escuelas en realidad son espacios de la disciplina “fabrica”-individuos, es decir, tomarlos como objetos y herramientas, ya sea de un nacionalismo tardío, de una realidad equívoca, de una ideología dominante, etc., para intereses ajenos a sus deseos o aspiraciones en la vida. La escuela-edificio es la encauzadora de la conducta del niño y del joven.
El edificio es un aparato para vigilar, manteniendo al alumno como un número de lista, ensimismado entre el aula y el vigilante, dotando con una calificación el juicio peyorativo de sus capacidades y estímulos mentales. Si bien las escuelas mexicanas son ya una podredumbre cultural (al menos en los planteles adheridos a la SEP), la estricta disciplina se vuelve absurda de aplicar pues la misma condición interna del relajo como fenomenología[1] del mexicano, en el humor crudo y sintético del mexicano como ocio, en conclusión, el objetivo de encauzar bajo una disciplina dominante es vana pues el mexicano no la necesita para ser manipulado. Vivimos en la no-seriedad.
La escuela es la institución que intentará interpretar los conocimientos y desenvolvimiento pedagógico en un reducido (yo diría casi nulo) campo de materias. Si bien las categorías (hablando ‘estudiantilmente’, nos referimos a las materias) son necesarias para la asimilación del conocimiento individual con el objeto a estudiar, en la escuela TODAS LAS CATEGORÍAS SE VUELVEN OBLIGATORIAS, por tanto, el pensamiento entra en un método obligatorio.
La escuela califica con un grado de ‘alto’ o ‘bajo’ nivel de aprendizaje de un método general, que por lógica se encuentra dentro de un sistema ya formulado. La escuela utiliza al edificio como medio y ambos conceptos son regularmente confundidos, el ideal con el espacio, formulando arquetipos sobre el estudiantado donde la “capacidad intelectual” depende de en qué institución estudia. ¿Cuántas veces no hemos visto los memes de los estudiantes del CONALEP o los CETYS?
¿Y qué es la Universidad? Cada época responde a los horizontes de comprensión que tiende a tener, en el siglo X se dedicaron a la evangelización y al estudio de la medicina a través de los conocimientos bíblicos. Hoy, la Universidad Yale tiene el objetivo de seguir controlando la hegemonía mundial a través con el país dominante por excelencia, por otro lado, la UNAM maneja mostrar competitividad ante los retos laborales, despilfarrando orgullo y responsabilidad a las instituciones nacionalistas, ¡es de esperarse en un país que ha sido gobernado por instituciones que se estancaron en la Revolución de hace un siglo! Con estos ejemplos he de mostrar la vertiente hermética de los objetivos, no se me confunda con descartar a las Universidades como centros de divulgación, investigación multidisciplinaria y focos en donde se concentran las personas que buscan acercar a los olvidados a las diversas ramas del conocimiento y la cultura. Justamente esa centralización evita expandir las metas que se lograrían con la criticidad de las universidades.
También es allí de donde han salido los grandes humanistas y pensadores del mundo, que muy pocos han logrado enfocar su carrera al auxilio de lo que hay fuera de la institución: “la inteligencia al servicio de la sociedad”, como diría un gran epistemólogo del siglo pasado. No suelo ejemplificar con personajes, sino con el discurso universal que manejan en cuanto a la práctica del Yo, pero recordando la polémica del Premio Nobel de Literatura de 1964, donde Jean Paul Sartre fue el ganador y lo rechazó encorajinado; poco importó el ser atacado con cientos de críticas aludidas a una “excrementalidad de espíritu”. Sartre nos transmitió la reflexión de que el conocimiento habita fuera de la institución, de las academias.
La Universidad en realidad debería ser la ‘universalidad’ de los saberes, la ‘universalidad’ de los medios de opinión, no la repetición y adaptación de éstas a los planes de estudio y necesidades laborales de cada época. ¿En verdad vamos a aprender o a seguir lineamientos?, ¿es correcto hermetizar círculos de comprensión para el alumno?, mientras una Universidad no se organice como su locución original lo menciona: (‘universitas magistrorum et scholarium’ que significa ‘comunidad de profesores y académicos’), es decir, la autogestión académica, seguirá siendo un privilegio y no un derecho. No puede existir una dirección hacia la sabiduría mientras exista competitividad, coerción y el educando no adapte su enseñanza al alumno, pues en todos lados nos encontramos con maestros mediocres y de métodos anticuados que ignoran la influencia de los factores sociales en la forma de aprehensión del alumno hacia las diversas ramas del pensamiento.
La Libertad de cátedra dentro de las universidades son un sin-sentido en muchos de los casos, ya que el intelectual busca transmitir el conocimiento, no generar estructuras para su producción y construcción, que como una reacción en cadena, propiciarían una enorme concienciación de los problemas de una índole universal. Sin más, me quedo con el verdadero origen de la palabra ‘cátedra’: la silla. Entonces, quien quiera aprender, que tome su silla, que abra sus libros y que forme su propia Universalidad de los saberes. Quien quiera enseñar, que le acompañe en dicha travesía.
Hace falta comparecernos ante la perspectiva coloquial que se tiene de “escuela”; no la vemos como un instituto de recibir técnicas y habilidades para ejercer profesiones, sino como un encuadre que se salta esta etapa de conocimiento hasta llegar al fin de un ciclo de influjo por los sistemas de producción. ¿Por qué no hemos de regresar a los peripatéticos de Aristóteles o a la Escuela Moderna de Ferrer Guardia?, ¿los edificios seguirán siendo las sedes de las escuelas?, ¿o por fin estas serán centros de aprendizaje basadas en aptitudes y no en sistemas artificiales?
Es pertinente analizar la búsqueda de los resultados de lo que se entiende por educación hoy en día, ya que es un conjunto sistemático que la esquizofrenia del capitalismo ha dejado estático, respondiendo a la siguiente concepción:
Educación —–> Trabajo Asalariado —-> Producción de Capital
(Rutina Diaria) (Oficio o Profesión) (“Ganarse la vida”)
Así, complementando a dolor del trabajo asalariado (desde los cultivadores del henequén hasta San Quintín en el 2015) lo educativo puede convertirse en una limitación, una línea hermética. El saber revolucionario va más allá de tener un estatus social, se trata de una transformación gradual pero efectiva.
El problema es una estrategia que busca conjuntar el ‘interés común’ de los planes de estudio que no se basa en las aptitudes ¡sino en un perfil académico pre-fabricado!, es cuestión de cada estudiante decidir en qué aplica su conocimiento. Muchos tenemos acceso a la televisión, pero pocos a la educación.
Es un reto elocuente obtener un título o una calificación alta, pero la verdadera bravata es obtener la satisfacción de modelar la mezcla entre lo clásico y lo moderno, para liberarnos, y emplear nuestras herramientas cognoscitivas en lo que nos agrada, en anhelos de Vida.
¿Lograremos en algún momento acudir a la escuela sin obligación, sin cansancio?, ¿quien sinceramente acude a todas sus materias por gusto?
¡La educación debe basarse en el individuo y sus capacidades, no en las masas y sus dificultades!
[1] El relajo es una negación pura y simple de los valores, sin salidas, sin movilidad, sin perspectivas al futuro; en estos casos específicos, el relajo es entendido como la suspensión de la seriedad y de todo valor creativo, obra a favor de una jerarquía de rutinas represivas y basadas en la inacción. México alberga una forma de comprensión social basada en el humor, el machismo, en la desgracia del otro, en la promiscuidad. Nuestro nivel de educación es de las más bajas del mundo. (Portilla, Jorge, Fenomenología del Relajo, 1966).
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