Los libros de Historia nos han enseñado que la caída del Segundo Imperio Mexicano murió con el fusilamiento del emperador Maximiliano I de México, en el cerro de las campanas en Querétaro en 1867. Aquel hombre descendiente de una de las grandes casas de Europa, los Habsburgo, fue puesto como Emperador de México por recomendación de Napoleon III de Francia, para intervenir en el gobierno liberal de Benito Juárez, y también para intentar frenar los intereses expansionistas de Estados Unidos en América. Pero en torno a la figura de Maximiliano y su corto reinado, se envuelve una leyenda que pudo haber cambiado el curso de la Historia.
Al ser traído a México por el bando conservador y algunas potencias de Europa, Maximiliano mostró un carácter muy liberal a la hora de gobernar, y aprobó diversas leyes que desfavorecían los intereses de los conservadores. Esto ocasionó que estos, poco a poco, dejaran de apoyarlo, incluido Napoleon III, y retiró su apoyo militar en México. Al momento en el que los liberales se dieron cuenta de que Francia había abandonado a Maximiliano, se propusieron destruir al Imperio.
Cuando fue encarcelado por los liberales, Europa pidió que se le perdonara la vida al emperador mexicano, pero Juárez se negó de manera rotunda, y le puso fin a su vida junto con el Imperio el 19 de junio de 1867. Según el relato oficial de los libros de Historia; sin embargo, existe una teoría que plantea que Maximiliano I en realidad no fue fusilado.
Se cuenta que Juárez lo único que deseaba era matar al “emperador”, pero no al hombre, y a cambio de no revelar su identidad, le perdonó la vida a Maximiliano; ya que ambos, se dice, eran masones —y entre fraternidad no se podían matar—. De esta manera, le dio un salvoconducto hacia El Salvador para que ahí viviera por el resto de sus días, bajo el nombre de Justo Armas.
El arquitecto e investigador Rolando Deneke creció bajo las historias que le contaba su abuela sobre Don Justo Armas, esto lo obsesionó tanto que dedicó gran parte de su vida a perseguir la leyenda de Maximiliano I. Durante más de 15 años reunió muchas pruebas que demostraron que la teoría puede ser cierta, que Maximiliano de Habsburgo vivió 60 años en El Salvador, y murió en paz, hasta 1936, a la edad de 104 años.
Se menciona que Justo Armas ya estaba establecido en El Salvador en 1870; desde que fue acogido por el vicepresidente Gregorio Arbizú, quien también era masón. Se movía en la alta sociedad salvadoreña y fue asesor de políticos y presidentes. Llamaba la atención por ser un caballero culto, elegante y educado, pero, a pesar de su aspecto impecable, siempre andaba descalzo. Algunos cuentan que corrió un gran peligro de muerte, por lo que le hizo una promesa a la Virgen de caminar descalzo por el resto de sus días si le salvaba la vida. Era curioso que un extranjero sin nombre se moviera en el ámbito político, y fuera tratado con respeto por quienes lo rodeaban, lo que produjo muchas sospechas en aquella época.
El parecido entre Maximiliano y Justo Armas era impresionante, y la llegada de Armas a El Salvador coincidió con la muerte del archiduque, incluso muchos ya cuestionaban sobre la llegada de ese extranjero y su gran parecido con el emperador. La historia que contaba Justo Armas era que había sido el último sobreviviente de un naufragio del cual nadie sabía, pero no le gustaba hablar nada más sobre su pasado.
Existen muchos datos que refuerzan esta teoría; la primera es que cuando Maximiliano fue fusilado, diversos gobiernos de Europa exigían que se les mandaran el cuerpo, pero la cancillería de México ponía excusas para retrasar el envío. Cuando al fin mandaron el cuerpo de Maximiliano a Austria, se dice que su madre, lo único que dijo al verlo fue: “ese no es mi hijo”.
La siguiente prueba es que Armas mantenía en su casa objetos que pertenecían a Maximiliano, los cuales le fueron enviados desde México, como cristalería, cubiertos, entre otros. En su investigación, Duneke había conseguido unos cubiertos en México que le pertenecieron al emperador, y al compararlos con los de Justo Armas, se dio cuenta de que eran idénticos. Para continuar con el proceso viajó a Europa y los llevó a la Casa Christofle, quienes fabricaron los cubiertos, y ellos confirmaron que esas piezas habían sido creadas en específico para Maximiliano I de México.
Por último, se realizó un estudio para comparar la caligrafía de Armas y Maximiliano en Florida, las cuales resultaron ser la misma letra. Con tantas casualidades sólo faltaba una prueba de ADN. El rumor de que Armas era el fallecido Emperador de México ya corría; sin embargo, se tenía que comprobar. Con los restos de Armas y el de un pariente de Maximiliano por línea materna directa, se realizó una prueba de ADN y dio positiva. Armas y Maximiliano compartían el mismo ADN, ya sea que fuera alguien de los Habsburgo, o la misma persona.
El investigador aseguró que Armas era Maximiliano, y las pruebas que había reunido en su investigación demuestran que posiblemente tenía razón. Lo único que hace falta es que los historiadores tomen en cuenta estas pesquisas, o que esta intrigante historia quede, de nuevo, en el olvido. Aún es un misterio el que nunca se haya podido comprobar la identidad de Armas, que nadie la cuestionara, y el gran parecido que este hombre tenía con los Habsburgo.
“Parece increíble pensar —concluye Deneke— que el emperador Maximiliano de México viviera en El Salvador por más de 60 años, descalzo, sin poder revelar su verdadera identidad. Pero ya no tengo ninguna duda, y creo que el hecho cambia el rumbo de la Historia y sienta las bases para trazar nuevos lazos de amistad entre El Salvador, México y Austria”.
**
La vida de este emperador estuvo rodeada de muchos rumores, incluso hubo un día en el que el mundo del arte le pidió perdón a Juárez para salvar a Maximiliano.