Corría el año de 1936, los ojos del mundo estaban puestos sobre Berlín, la capital de una naciente Alemania fascista desde hacía apenas tres años, cuando Adolfo Hitler y seguidores llegaron al poder; ese año era su oportunidad de brillar ante el mundo entero, pues Alemania sería la sede de los XI Juegos Olímpicos, por lo que el dictador -que causaría la Segunda Guerra Mundial- decidió demostrar cómo su ideología había conseguido levantar a su país de las ruinas y lo había convertido en potencia una vez más; sin embargo, el deportista más recordado de toda la competencia no sería un alemán o europeo, ni siquiera un blanco, sería el afroamericano Jessie Owens.
Los científicos y filósofos nazis decían que era un oportunidad dorada para demostrar la superioridad de la raza aria sobre todas las demás, principalmente en el aspecto físico.
Hitler puso a cargo de todos los preparativos al Ministro de Propaganda Joseph Goebbels, junto al arquitecto y amigo personal del führer, Albert Speer, quien se encargó del Estadio Olímpico de Berlín (que aún existe).
El 1 de agosto, día de la inauguración, el régimen nazi montó un espectáculo comparado con los de las olimpiadas modernas, incluso el dirigible Hindenburg sobrevoló los cielos berlineses, justo antes de que Hitler hiciera su entrada triunfal como cabeza de Estado, demostrando la grandeza y magnificencia alemana, como podemos verlo en la película “Olympia” de la directora Leni Riefenstahl, afín al régimen.
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Por supuesto que hubo intentos de boicotear los Juegos Olímpicos, primero por parte de Estados Unidos, quienes recibieron mucha presión por parte de la población judía del país norteamericano, pero al final decidieron asistir; la segunda vino de España -nación que en ese momento estaba bajo un gobierno socialista influenciado por la Unión Soviética-; los ibéricos organizaron las Olimpiadas Populares, pero un día antes de la inauguración fueron canceladas por el inicio de la Guerra Civil.
Jessie Owens, por su parte, era como cualquier otro afroamericano del sur de su país: sus padres, hermanos y él, tenían los peores trabajos. Fue descubierto gracias a su profesor de atletismo de la secundaria; tras años de ganar competencias en Estados Unidos, lo llevaron a Berlín, donde consiguió las medallas doradas en los 100 m, 200 m, 4×100 m y salto de longitud.
Inmediatamente -y aún más en tiempos modernos- los medios de comunicación estadounidenses y judíos, en su mayoría, no se cansaban de repetir el discurso de que Jessie Owens humilló a la Alemania Nazi, consiguiendo cuatro preseas de oro, venciendo a los corredores alemanes, lo que provoqué que Hitler se ocultara para ni siquiera salir a saludarle.
Nada más alejado de la verdad.
En realidad, la mayoría de medallas se las llevó Alemania, 89 en total, de esas: 33 fueron de oro, contra las 56 de Estados Unidos, 24 de oro en ese total; Hitler sólo saludó a dos atletas, los primeros en competir y ganar, ya que tenía su agenda llena como canciller; Owens no fue humillado o menospreciado -en el que muchos llamaban el país más racista del mundo-, todo lo contrario, las jovencitas alemanas gritaban su nombre, fue felicitado por altos jerarcas nazis con un caluroso apretón de manos y una importante empresa del deporte le ofreció su patrocinio, convirtiéndose así en el primer negro en ser auspiciado por una marca deportiva.
El mismo Owens declaró y mostró a la prensa, casi 20 años después de la Olimpiada, una foto en la que sale estrechando la mano de Hitler, quien le saludó detrás del palco de honor. Un fotógrafo la tomó y se la obsequió al atleta, que la llevó en su billetera con gran cariño hasta su muerte.
Mientras que en la Alemania Nazi era tratado como cualquier persona -y en ocasiones como una celebridad-, alojándose en los mejores hoteles y visitando lugares lujosos, el regreso a su hogar no fue igual. En su país natal debía quedarse en sitios exclusivos para negros de acuerdo a las leyes de la segregación.
Gran ejemplo es que nunca fue llamado o felicitado por parte de la Casa Blanca o Franklin D. Roosevelt; ni siquiera un telegrama recibió. Fue una de las peores experiencias, como Jessie recordaría en una manifestación por los derechos de las personas de color en los años 60: “Hitler no me ignoró, fue nuestro presidente quien lo hizo”.
El gran corredor nunca olvidaría sus días de fama y gloria en la racista Alemania Nazi, donde fue felicitado y aplaudido, mientras que en su democrático país fue despreciado por su color de piel, al igual que sus antepasados.
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