“La mujer no es sujeto que desea, sino objeto del deseo”.
-Luis Buñuel
La conocí en una franquicia de esa renombrada cadena de cafeterías donde la primacía del producto y el precio del mismo están sujetos al logo de la empresa y no a la calidad del café. ¡Vaya absurdo! Qué lugar tan inapropiado para conocer a una niña tan “liberal”, pues entre las normas que rigen la vida de esta chica se encuentra negación del sistema de mercado como su primer mandamiento económico. Comenzamos la charla. La plática seguía el camino hacia la profundidad. “Nada de lo que sale de su boca va al aire. Cada frase la pasa por el filtro de la razón.”, pensé. De pronto, perdido en aquel laberinto de palabras, ella dijo algo que transcribí textualmente en mi memoria: “Me confieso feminista, Diego. Para mí todos los hombres son iguales. Es decir: unos animales”. Quizás esta frase rompió con la línea lógica que hasta entonces había seguido aquella chica. No por la declaración, sino por la generalización y su concepto de “feminista”. La premisa me llevó a la reflexión en torno al tema del feminismo y del machismo como dos extremos incompatibles, como una guerra de sexos que no ha llevado a ninguna parte.
Entender el feminismo como la ruptura de las normas que han masculinizado la estructura regulatoria de los seres humanos (desde el origen de las primeras civilizaciones) es válido si el objeto de dicho quebrantamiento es la búsqueda de la “equidad” y no de la “igualdad” en cuestión de género. Buscar la equidad de género es el camino que conduce a la congruencia, buscar la igualdad de género es un sueño inalcanzable, absurdo; labor ilusoria, imposible. Los vocablos se confunden: la equidad se sustenta en el trato digno para ambos sexos, mientras que la igualdad se basa en la equiparación de dos seres que, en este caso, poseen características equivalentes en su esencia pero distintas en su composición física y natural, por consecuencia, el error de buscar la igualdad de género lo rechazan la Biología y la naturaleza misma.
Tratar de comprender el feminismo es un trabajo que requiere de un análisis por medio de silogismos, mismos que a veces se convierten en falacias por modificaciones que causan fallas de percepción. Estas faltas alteran la definición misma convirtiendo al término en algo meramente subjetivo (esto tiene sentido en tiempos de la Posmodernidad, de la verdad como perspectiva y del llamado giro lingüístico). Entenderé el feminismo como un movimiento cuyo destino es la búsqueda del reposicionamiento social de la mujer por medio del reconocimiento de capacidades, acciones, pensamientos y derechos antes reservados únicamente a los varones, pero esto no exenta la responsabilidad de buscar la equidad (cohesionando al hombre y a la mujer) y no arrojando piedras sólo por arrojarlas. Consecuentemente, el feminismo debería buscar también la defensa de la dignidad masculina (cosa que es incomprensible si se divide de tal manera –dignidad femenina y dignidad masculina–, pues la dignidad es la esencia que nos permite entendernos en nuestra totalidad como seres humanos).
Desde los orígenes del hombre pensante (y sus ancestros), la mujer fue tratada como un objeto sexual y útil para acciones de conveniencia masculina. Sigmund Freud supone que la evolución de los primates generó una madurez psíquica, pero esto no erradicó los impulsos que vuelven al ser humano un animal incapaz de controlar su instinto ante ciertos estímulos de la realidad externa. La satisfacción de las necesidades genitales de los machos los obligó a darse una razón para retener a la hembra a su lado, transformándola en un objeto sexual. Las hembras, aferradas al instinto de la maternidad, permanecían cerca de sus crías y buscaban a los machos más fuertes con el objetivo de sentir protección.
El “macho” lleva en su denominación su propio atraso evolutivo: no es hombre, es un animal que se deja llevar por el impulso, que regresa al instinto. El macho involuciona con cada acto que realiza; agrediendo a su similar, a la mujer, al hombre, a la cultura de la que forma parte, a la raza humana, a la dignidad.
En el caso de la cultura mexicana, el machismo prevalece como costumbre o como obligación de vida. Los antiguos habitantes del México-Tenochtitlán realizaban actos machistas desde tiempos originales, es decir, desde la fundación de la ciudad en 1325. Las prácticas religiosas de los mexicas –para algunos sádicas e inhumanas, pero que no se alejan mucho de las prácticas religiosas actuales– posicionaron a la mujer inmaculada como objeto digno de los dioses.
En la actualidad, la mujer mexicana sigue cargando con el peso de su Historia. Aunque el feminismo ha ganado terreno como movimiento social, existen algunos sociólogos que se mantienen escépticos frente a la idea de la equidad de género y sus logros.
En estos tiempos, ser macho es sinónimo de rechazo social, esto dentro de la hipocresía que bien puede entenderse como uno de los pilares fundamentales de la cultura del mexicano, factores que propician la llamada “mexicanidad”. El micromachismo puede definirse como todos aquellos actos machistas que se realizan de manera sutil y a veces inconsciente, manteniendo la idea de mirar a la mujer como un objeto. Pongamos dos ejemplos básicos: La caballerosidad que tanto se exige en la educación del varón lleva en sí misma elementos machistas que incapacitan a la mujer y –sin quererlo– la vuelven un ser inútil; por otro lado, los centros nocturnos (antros) que cobran cantidad monetaria por el simple acceso (cover) procuran que el costo de la entrada para el hombre sea mayor que el que pagan las mujeres (algunos lugares las exentan de dicha cuota), esto transforma a la mujer en un objeto de consumo atractivo para el hombre productivo, pues en la sociedad mexicana aún se entiende que el varón posee capacidades superiores a las de la mujer para generar ingresos económicos.
Las nuevas clasificaciones del machismo son distintas y varían dependiendo de su autor. A partir de la década de los 70, la posmodernidad -como movimiento social- trajo consigo el recubrimiento de los conflictos para aparentar soluciones necesarias teniendo la intención de mantener el orden dentro de los grupos humanos. Seamos sinceros: la búsqueda de reconocimiento femenino y del respeto a la dignidad de la mujer sólo se ha controlado y disfrazado, mas no se ha arrancado el problema desde su raíz original. Hoy existe la posibilidad de tener a una mujer presidiendo a un país en cuya población predominan los abiertamente machos y los machos de clóset. Digamos las cosas en serio: En esta cultura, el machismo subsiste en su totalidad y en todas sus clasificaciones: machismo utilitario, machismo de crisis, machismo de coerción, machismo encubierto, entre otros extraños conceptos taxonómicos.
El macho mexicano no sólo se nutre del incongruente desprecio de la mujer, sino que –en la inconsciencia– desgasta su propia “hombría”; ensucia al hombre como ser; rompe con la cultura de su civilización; vuelve a lo animal para ser entendido ante los ojos del mundo como un primate que desconoce el uso de la razón y –sobre todo– reniega el sentimiento de la empatía (porque le está prohibido “sentir”) por medio del rechazo a toda realidad que le es ajena.
El macho también debe ser homofóbico, la presencia del “puto” (cuya definición machista es “el homosexual”) realza el valor de la virilidad del “hombre bien hombre”, intentando ocultar rostros para no mostrar el lado femenino, la otra cara de la moneda o, quizás, el mismo macho se refugia en un machismo actuado para evitar salir del clóset, reprimiendo así su propia sexualidad.
El macho, su origen de honda raíz, sus actos y sus consecuencias fatales en el desarrollo de la civilización han invitado a muchos a una reflexión que dé una conclusión tangible. Las indagaciones han desembocado en acciones que –hasta la fecha– no han dado frutos dulces. Desde una perspectiva personal, el germen del machismo –en el siglo XXI- no será erradicado por medio del feminismo como herramienta o como conducto. La desaparición de una herencia histórica-cultural no se cambia de la noche a la mañana por medio de la exaltación de la figura denigrada, sino buscando la reconciliación de dos seres distintos pero que son esencialmente iguales, esa igualdad la otorga un solo elemento: la dignidad. Entender al ser humano sin distinciones ni clasificaciones nos llevará al progreso civilizado: Quizá una utopía, pero valdrá la pena intentarlo.