La Segunda Guerra Mundial, el conflicto bélico más mortífero y masivo que jamás ha conocido la humanidad, llega a su fin en el otoño de 1945. A partir de entonces, las distintas versiones, memorias y hechos se simplifican al absurdo, tanto en la transmisión oral como en el discurso oficial y los libros de Historia: por un lado, Hitler y sus aliados serán recordados como fanáticos llenos de maldad que sólo deseaban ver arder al mundo. Por el otro, las naciones que se levantaron con coraje y heroísmo para cortar de raíz el mal y poner fin a las aspiraciones del fascismo se encumbran como paladines de la paz, vanguardias de la libertad y del progreso, pero ¿qué tan nocivo resulta caer de lleno en el extremo reduccionista?
Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia y el Reino Unido son los países que, en esta versión carente de contexto, derrotaron al Eje. Bajo esta visión simplificada y miope de los hechos, los aliados son caracterizados cómo héroes. Basta aludir a la cantidad de novelas, películas y puestas en escena que abordan a través de la épica las decisiones de Churchill al frente del Ejército Británico durante los decisivos días de mayo de 1940, la llegada de tropas estadounidenses o soviéticas a liberar campos de concentración o la correspondencia entre Roosevelt y Stalin desde la óptica de dos líderes que dejaron de lado sus intereses particulares por una misión apenas más importante: salvar al mundo.
No obstante, en un conflicto bélico no existen ganadores. Se trata de instantes en que lo más cruento de la humanidad sale a flote. Todo el mundo sabe de los trabajos forzados, las humillaciones, experimentos y torturas que ocurrían en los campos de concentración y exterminio del Tercer Reich donde murieron millones de personas (un hecho histórico cuyo torpe negacionismo no resiste el más mínimo escrutinio). Sin embargo, esta visión parcializada del binomio entre buenos-malos ha funcionado históricamente para hacer olvidar al mundo la naturaleza violenta e inhumana de una guerra, especialmente desde el lado de los Aliados.
La Jaula de Londres: tortura y confesión
El secreto británico mejor guardado durante la Segunda Guerra Mundial llevó por nombre The London Cage, un centro clandestino de reclusión y tortura de prisioneros que durante ocho años funcionó como cuartel general del MI19, una división de los servicios de inteligencia británicos encargada de obtener información confidencial a cualquier costo.
Según datos de The Guardian, el rotativo que develó la existencia de la Jaula de Londres en una investigación en 2005, más de 3 mil 500 prisioneros de guerra pasaron por el complejo entre 1940 y 1948. El principal objetivo, además de obtener información privilegiada de las personas cautivas, era mantener oculto el complejo y sus crueles métodos a la Cruz Roja.
Para cumplir con tal empresa, el campo fue estratégicamente ubicado en Kensington Palace Gardens, la avenida más lujosa del Reino Unido, en pleno corazón de Londres. En medio de mansiones victorianas y jardines imperiales, dentro de las cinco salas de interrogatorio de The Cage, los prisioneros (especialmente miembros de la Gestapo y la SS) eran privados del sueño y de alimento por días, obligados a mantenerse de pie durante horas y reducidos tanto física como psicológicamente.
Otras torturas que se practicaban en La Jaula eran operaciones quirúrgicas sin sentido, choques eléctricos, vejaciones y golpizas al borde de la muerte. El centro de reclusión fue dirigido por Alexander Scotland, un teniente coronel británico que sirvió en África y fue condecorado por su labor interrogando alemanes al final de la Gran Guerra. A partir de sus diarios, guardados en los Archivos Nacionales, se confirmó el funcionamiento de The Cage, a pesar de la reticencia de los organismos oficiales para esclarecer el modus operandi, el número de muertos, las demás “jaulas” y la implementación de las torturas utilizadas por los británicos durante la Segunda Guerra Mundial.
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Conoce más sobre el lado menos conocido de la Segunda Guerra Mundial luego de leer “La historia de los mexicanos nazis que participaron en el Tercer Reich”. ¿Qué esconde Churchill detrás del discurso histórico que lo avala como un león que luchó por la libertad y contra el fascismo? Descúbrelo en “El hombre que inventó el terrorismo como arma de guerra”.
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Referencias
The Guardian
The Guardian (2)