¿Cuántos de nosotros quisiéramos que una figura nos protegiera de los males que abundan en este mundo? El filme “Ghost”, protagonizado por Patrick Swayze y Demi Moore, nos muestra una versión muy cliché y romántica de este deseo. El personaje de Swayze, al ser asesinado, se convierte en un fantasma que (como en la cultura popular) aún tiene asuntos pendientes, por lo que se mantiene en el plano de los vivos.
Durante su paso como fantasma, protege a su esposa de su traicionero compañero de trabajo. Conforme su desesperación crece, su interacción con nuestro mundo se activa, por lo que con la fuerza que adquiere logra evitar más daños y al final logra vencer al villano. Ahora, esto no sucede en la vida real (aunque algunos afirman que los muertos nos protegen), pero es una idea que nos sigue casi desde el inicio de las civilizaciones.
Como seres humanos a veces nos sentimos desprotegidos. Especialmente si no se cuenta con una creencia celestial (una religión), pues no se encuentra una figura externa a este plano que nos pueda cuidar de elementos malévolos del universo. En todas las religiones se le llama al dios o a los distintos santos o profetas por una protección sobrenatural. Es común que, incluso, algunas personas cuando se dirigen hacia una situación de peligro (como adentrarse en calles peligrosas en una ciudad donde los asesinatos son demasiado comunes) hagan una plegaria y miren hacia el cielo pidiendo que se nos observe y nos cuide.
La mano de Fátima (llamada también “Hamsa”) es una de las mejores representaciones de esta idea. Aunque este símbolo ha sido usado en diferentes religiones, se le atribuye más cercanía hacia la musulmana. Durante siglos ha sido un ícono de protección y de buena suerte. Muchas veces se utiliza para evitar el “mal de ojo” o para llamar la buena fortuna.
Esta figura de origen árabe tiene tres diferentes leyendas. Una afirma que Mahoma llenó sus dedos en tinta y los plasmó en una hoja de papel después de que sus discípulos le reprocharan que eliminara los símbolos religiosos. La segunda, que es algo similar, nos cuenta que después de la Batalla de Badr, que fue una de las peleas clave en los primeros tiempos del Islam, los seguidores de Mahoma contaron a su hija, Fátima, el dolor de que su creencia no tuviera ningún símbolo, por lo que ella manchó su mano con sangre de un herido de la batalla e hizo una marca en su velo.
Pero la tercer historia es la que tiene más impacto en la actualidad y la que cruza la línea entre las religiones.
La leyenda cuenta que Fátima se encontraba preparando la cena para su marido Alí, pero se llevó una sorpresa al ver que el hombre llegaba con nueva joven y hermosa esposa (en el Islam la poligamia es permitida). Su reacción la llevó a cortarse la mano con un cuchillo y la metió en la pasta hirviendo que cocinaba. Su pena y dolor eran tan intensos que no sintió cómo la mano le quemaba hasta que Alí se acercó a ella, lo que finalmente la hizo sacarla de la comida.
La mano de Fátima entonces es un símbolo de fuerza, paciencia, lealtad y suerte. La fortaleza que debió mantener la mujer ante la llegada de una posible amenaza a su vida matrimonial busca trasladarse al resto de los seguidores, al igual que el resto de las características. Paciencia para entender los hechos que pasan a su alrededor, lealtad ante su marido, y esa última, que es la más reconocida hasta nuestros días, es la suerte. Se dice que uno no puede adquirir por su cuenta la imagen de la mano de Fátima, sino que debe ser regalado por alguien más, ya que es el presente de Fátima para los seguidores.
Fátima, siendo la hija de Mahoma, fue la mujer que siguió la generación de su padre en la sociedad patriarcal árabe. Además de que era la líder de los curadores y que curaba a Mahoma, éste la llamaba su corazón, alma y conciencia, lo que la convierte en el pilar femenino del Islam y en un símbolo de sublimación de la mujer y su valor en una sociedad patriarcal (siendo así una figura similar a la Virgen María en el cristianismo).
Es interesante pensar cómo una figura que alude a la sumisión de las mujeres en una religión que es absolutamente patriarcal llegó a ser un símbolo de moda en la actualidad.
Y es que, aunque también sirva como un ícono de los cinco pilares del Corán: profesar la fe, rezar, dar limosna, ayunar y hacer un peregrinaje a La Meca, el significado que se le ha atribuido estos últimos años es el de la buena suerte y el de la protección del “mal de ojo”.
El “mal de ojo” se refiere a la percepción de almas contaminadas hacia ciertos objetos que tienen cualidades que les generan envidia, lo que causa un sentimiento de protección ante el objeto. En el caso de la leyenda de Fátima se refiere a su misma paciencia para no mirar de forma “contaminada” a la nueva esposa de Alí.
Sin duda, la mano de Fátima, a pesar de tener su esencia patriarcal, al cambiar su significado con el paso de los años toma una forma distinta, y es que todos buscamos una forma de protección (como fue el caso de los atrapasueños a finales de los 90 e inicio del siglo). Muchas personas al rechazar los principios de la religión han adoptado elementos de todas las que existen para generar sus propios ideales. Es una forma normal de eliminar lo que se considera erróneo y aceptar lo que parece ayudar en cierta forma, ya que como seres humanos a veces se nos hace complicado vivir con la idea de que no hay nada que nos ayude.
Entonces, al adaptar estos símbolos religiosos, encontramos una manta metafórica en la que se tiene fe de una forma u otra y así nos mantiene a salvo de los males de este mundo.
Quizás no como una persona que murió, sino como una figura celestial que elimina aquello que nos quiere hacer daño. Es por eso que a veces usamos símbolos como el punto hindú en la frente o ciertos tatuajes que, aunque a veces no sepamos el significado claro, sentimos que nos mantienen a salvo en este peligroso mundo.