Fue un 13 de febrero de 1923 cuando el arqueólogo Howard Carter y el egiptólogo Lord Carnarvon se encontraron frente a las compuertas de la cámara principal del sepulcro de Tutankamón, faraón de la dinastía XVIII de Egipto, cuyo reinado fue de 1336 a 1327 a. C., éstas se abrieron inmediatamente para dar comienzo así a uno de los capítulos más misteriosos en la historia de la arqueología. Tan sólo unos días antes, Howard Carter había encontrado una loseta que contenía una advertencia con tintes de amenaza que él prefirió ocultar para evitar que el ánimo de los trabajadores se viera afectado por esta pieza, la inscripción decía: “La muerte golpeará a quien turbe el reposo del Faraón”, sentencia que muy pronto se haría realidad.
Al momento de destapar el sarcófago, un amuleto se encargó de lanzar una nueva amenaza, esta vez imposible de ocultar: “Yo soy quien ahuyenta a los profanadores de tumbas. Yo soy el que custodia la tumba de Tutankamón”.
En abril del mismo año, Lord Carnarvon se encontraba sumamente enfermo de fiebre en El Cairo. Cuando se le aviso a Carter, éste, en un primer momento, no le prestó demasiada importancia aunque, al momento de enterarse de la gravedad de la enfermedad, que rebasaba los límites de una simple fiebre, no pudo evitar sentirse alarmado. Doce días duró la agonía de Carnarvon sin que los médicos lograran frenar el padecimiento. Al morir, estos fueron incapaces de dar una explicación adecuada acerca de las causas de su muerte. Tiempo después, el hijo del ilustre egiptólogo relató que al momento en que su padre murió, todo El Cairo quedó a oscuras sin explicación alguna.
Al funeral de Lord Carnarvon acudió su amigo George Jay-Gould, un multimillonario americano quien, al terminar las exequias de Carnarvon en El Cairo, se trasladó al Valle de los Reyes para visitar la tumba de Tutankamón. Al día siguiente, y acompañado por Carter, comenzó a sentirse inesperadamente enfermo y esa misma noche murió.
Ese mismo año dos integrantes del equipo científico de Howard Carter también fallecieron; uno de ellos era el arqueólogo Arthur Mace, quien intempestivamente comenzó a sufrir un debilitamiento que lo llevó hasta la inconciencia. Los médicos no encontraron una explicación para ese extraño mal y también murió, precisamente en el mismo hotel en que Lord Carnarvon había muerto apenas unos meses atrás.
Mientras Howard Carter continuaba su trabajo en la inmensa sepultura del faraón, recibió la visita de Joel Woolf, un industrial inglés con una gran atracción hacia las investigaciones arqueológicas, pero en cuanto regresó a Inglaterra comenzó a tener síntomas de fiebre que se agravaron rápidamente, arrebatándole la vida en poco tiempo.
En 1924, Archibald Douglas, el radiólogo quien había cortado los vendajes de la momia y la había sometido a un examen de rayos X, comenzó a sentir molestias preocupantes que lo motivaron a regresar a Inglaterra para buscar recuperarse, pero no llegó vivo a su destino.
Un siniestro signo parecía acompañar a todos aquellos que habían tenido parte en el descubrimiento del sepulcro del faraón o que habían estado en contacto con éste, ya que de forma periódica las muertes se sucedían unas a otras. En los años siguientes murieron, también, los profesores Alan Gardiner, Winlock, Foucart y La Fleur, el doctor Breasted, los arqueólogos Garry Davies, Harkness y Douglas Derry así como los asistentes Astor y Gallende.
En noviembre de 1925 se le realizaron exámenes a la momia de Tutankamón en el Instituto Anatómico de la Universidad de El Cairo, y al poco tiempo el profesor Alfred Lucas, quien había participado, también murió y más adelante el mismo destino le esperaba al profesor Derry, quien había quitado los vendajes de la momia.
Así mismo, las desgracias parecían también llegar a los familiares de los involucrados en el descubrimiento arqueológico. En 1929 la esposa de Lord Carnarvon murió por la picadura de un insecto, y ese mismo año el secretario de Howard Carter, Richard Batell, apareció muerto en su cama. Cuando la noticia llegó a Lord Westbury, padre de Batell, éste perdió la razón y se arrojó por la ventana de un séptimo piso.
Muchas especulaciones han surgido en torno a los trágicos sucesos que se han dado en relación con el descubrimiento de Tutankamón, mientras algunos han querido ver en cada muerte un acontecimiento meramente circunstancial, algunos más han tratado de hallar una explicación perfectamente lógica. En 1962, Ezzeddin Taha, doctor en Biología de la Universidad de El Cairo anunciaba haber resuelto el misterio que envolvía a la supuesta maldición. Para el científico, la causa era la aparición de un hongo que provocaba fiebre e inflamaciones, dicho hongo era producto de un virus que, aparentemente, se reproducía en los tejidos momificados, pudiendo permanecer vivo por miles de años. Cuando el doctor Taha se proponía demostrar sus aseveraciones, la fatalidad se encargó de silenciarlo cuando su automóvil se estrelló de lleno con otro, más tarde, la autopsia reveló que al momento del impacto Ezzeddin Taha ya estaba muerto.
El misterio que rodea a las momias egipcias parece rebasar toda lógica, y la fama de su maldición es, hasta hoy, causa de asombro al poner en duda toda lógica. Su enigma las coloca en una posición de mito, desdeñadas por la razón pero reforzadas por los hechos en que se han visto relacionadas; uno de estos es el caso del cuerpo embalsamado de una pitonisa egipcia que era trasladada de Inglaterra a Nueva York en 1912 y que llevaba consigo un amuleto que decía: “Despierta de tu postración y la mirada de tus ojos triunfará de todo lo que se haga contra ti”, pero que jamás vio concluida su travesía cuando el buque en que era trasladada se estrelló contra un iceberg. El buque en cuestión no era otro que el famoso trasatlántico mejor conocido como Titanic…
¿Existe entonces una respuesta racional perfectamente estructurada acerca del misterioso caso de la maldición de Tutankamón y demás momias egipcias, o la respuesta, en realidad, escapa a nuestro conocimiento y se halla resguardada por antiguas ciencias perdidas en el transcurrir de los siglos? Cualquiera que sea la respuesta, quizás aún la historia tiene reservados algunos capítulos más para aquellas enigmáticas momias de Egipto.