En el siglo XIX comenzó a documentarse una de las epidemias más extrañas. Cientos de mujeres europeas estaban pálidas y débiles, tenían la piel verdosa y su alimentación era tan deficiente que, en casos extremos, dejaban de menstruar. Se le llamó “clorosis”, así como el fenómeno que ocurre en las plantas cuando no reciben la luz solar que necesitan y se vuelven amarillentas. Y aunque hoy sabemos que puede ser un problema de salud mental, la poca o nula comprensión de los cuerpos (y las mentes) de las mujeres llevó a los médicos de la época a creer que la “cura” estaba en el matrimonio.
Para el médico Johannes Lange, la cura para la clorosis, esa extraña enfermedad que padecían las mujeres jóvenes, estaba en casarse y tener sexo (en ese orden). La llamó “morbo virgineo” o “enfermedad de las vírgenes” y supo de ella por primera vez cuando un hombre le escribió preocupado por su hija, que exhibía cansancio, debilidad y un cambio de aspecto alarmante. Pero lo que más le preocupada a ese hombre, más allá de la salud de la joven, era que esa condición hacía menos probable que algún hombre se casara con ella.
La clorosis fue una de esas enfermedades inventadas que solo afectaban a las mujeres, y que casi siempre estaban relacionadas con cosas como el deseo sexual, la incapacidad de tener un orgasmo o la “necesidad” de quedar embarazadas. La medicina patriarcal de la época también llevó a Lange a creer que, así como con la histeria (que viene del griego ‘hister’ que significa “útero”), la clorosis se curaba con sexo.
Y no, esas mujeres no podían recurrir al sexo casual en busca de una cura (estamos hablando del siglo XVI, recordemos). La solución, entonces, estaba en casarse y copular con el fin de tener hijos. Eso, junto con actividad física (que sí libera endorfinas y, por ende, ayuda con los síntomas de la depresión y la ansiedad) y el agua de acero (una preparación que incluía ese metal entre otras bebidas y hierbas), era la solución a la clorosis.
Se cree que la extraña enfermedad era depresión y, muchas veces, anorexia. Los estándares de belleza eran distintos, pero las mujeres ya vivían sometidas a una rígida moral, a una maternidad incuestionable y al inminente matrimonio. En 1898, Catharine van Tussenbroek, la primera ginecóloga alemana, apuntó que los factores sociales estaban en el origen de la enfermedad: la falta de opciones para las niñas y adolescentes. No fue sino hasta principios del siglo XX que la enfermedad “desapareció” junto con los cambios en los roles de las mujeres en la sociedad.