Posiblemente el nombre de Freddie Oversteegen no figure en muchos libros de historia, ni siquiera en el imaginario colectivo sobre las personas que le plantaron cara al régimen nazi que avanzaba por Europa y que terminó cruelmente con la vida de judíos, comunistas y todo aquel que no estuviera de acuerdo con sus ideales. Frente a la barbarie fascista, muy pocos eran los que se armaban de valor para luchar abiertamente contra el enemigo común. Este es un relato de valentía de dos hermanas que actuaron de la mejor forma que pudieron concebir en ese entonces, cuando la historia tocó con violencia a su puerta.
“El extraño se dirigió a las hermanas para preguntarles si estaban dispuestas a formar parte de un movimiento de resistencia y acción antifascista, argumentando que su incorporación sería idónea, pues debido a su perfil nadie sospecharía de ellas”.
Freddie Oversteegen y su hermana Truus eran dos jóvenes humildes que crecían en un panorama convulso. Sus padres dieron por terminada su relación años antes del ascenso del Tercer Reich y ambas vivían únicamente con su madre en un departamento sobre colchones de paja fabricados por su mamá. En 1939, cuando Freddie apenas tenía 14 años y su hermana 16, un hombre con gabardina y sombrero negro tocó a su puerta. Su madre atendió y ambas escucharon la conversación que cambió sus vidas. El extraño se presentó, charló brevemente sobre la inminente ocupación alemana del territorio nacional y con permiso de su madre, se dirigió a las hermanas para preguntarles si estaban dispuestas a formar parte de un movimiento de resistencia y acción antifascista, argumentando que su incorporación sería idónea, pues debido a su perfil nadie sospecharía de ellas.
Freddie y Truus estuvieron de acuerdo, muy probablemente sin la entera conciencia de saber lo que hacían ni la comprensión a cabalidad del negro panorama político que habría de azotar a una buena parte de Europa. A la semana, comenzaron una serie de entrenamientos militares entre los profundos bosques neerlandeses. Ambas aprendieron a portar y disparar un rifle, esconderse y correr en el bosque. El grupo era compacto, integrado por menos de diez personas. Ahí conocieron a Hannie Schaft, la famosa comunista que se unió al Consejo de la Resistencia y llevó a cabo una serie de atentados con distintos resultados contra el poderío nazi, algunos en colaboración con el par de hermanas.
Después de unos meses, la coartada y el plan de acción estaban decididos: las Oversteegen eran la parte más importante de una de las principales acciones de resistencia: la eliminación de líderes del ejército nacionalsocialista. Como si de un spin-off de “Inglorious Basterds” se tratara, la resistencia antifascista elegía a sus víctimas de entre los principales militares alemanes que estaban a cargo del territorio holandés.
“El flirteo se mantenía durante un par de días, tal vez semanas en los más desconfiados, pero cuando finalmente estaban prendados de sus encantos y con la guardia baja, las hermanas confirmaban con el resto del grupo el sitio y la hora del golpe final”.
Una vez elegidos, las chicas se disfrazaban como alemanas y cambiaban su forma de hablar, buscando en las reuniones y cocteles a sus blancos. Entonces ejecutaban la primera parte del plan, cada femme fatale se acercaba de a poco al oficial elegido, seduciéndolo con su encanto y palabrería propia de los nazis. El flirteo se mantenía durante un par de días, tal vez semanas en los más desconfiados, pero cuando finalmente estaban prendados de sus encantos y con la guardia baja, las hermanas confirmaban con el resto del grupo el sitio y la hora del golpe final. Entonces pactaban una cita con los fascistas. Luego de un rato de charla y coqueteo, cada hermana por su lado hacía la proposición que no podían resistir: “¿Podemos dar una vuelta en lo profundo del bosque?”, la respuesta era casi automática y los oficiales se internaban de la mano de su acompañante, imaginando que estaban a punto de experimentar un profundo placer; sin embargo, una vez que se encontraban en el sitio en cuestión, el nazi era asesinado por un tiro en la espalda sin siquiera darse cuenta de que había sido emboscado.
Este modus operandi fue utilizado durante al menos un par de años antes de que terminara la guerra. Después de la caída de Hitler, las hermanas volvieron a su vida normal con algunos recuerdos tormentosos que libraron gracias al apoyo de sus seres queridos. Truus se convirtió en una figura pública y fue reconocida con honores en su país, considerándola como una heroína, al igual que Hannie Schaft. También incursionó en la escultura y la pintura con un cierto éxito, mientras Freddie, quien cuenta esta historia, se casó y tuvo una vida adulta tranquila.
Ahora disfruta de sus 91 años con sus nietos, le gustan las partidas de Scrabble y tomar el té con sus amigas. Freddie dice tener la conciencia tranquila por sus actos, sobre todo por el gran sufrimiento que vio padecer a muchos de sus conocidos, que fueron llevados a campos de concentración y exterminio, separados de sus familias y torturados hasta la muerte.
El régimen fascista que emergió de una Alemania en decadencia después de la Primera Guerra Mundial, perpetuó algunos de los crímenes más horrendos en la historia de la humanidad. Un espeluznante caso es el de Ilse Koch, “la perra de Buchenwald”, si quieres saber de qué se trata, lee la aterradora historia de la mujer que coleccionaba pieles tatuadas. A veces, una imagen puede decir mucho más que cientos de crónicas. La historia de Kim Phuc es un ejemplo de amor y humanidad en tiempos convulsos, no te pierdas la fotografía de la niña en llamas que ayudó a terminar con la guerra de Vietnam.
*
Fuente:
VICE