Inadvertidos, desconocidos, inauditos. Estas características poseen los más grandes depredadores de la naturaleza. Sigilosamente se aproximan a su presa hasta que tienen control completo sobre ella. Sean insectos o mamíferos, eventualmente devorarán al ser inferior que –por posible acto del destino– resultó ser víctima de un proceso formado a través de miles de años.
En materia de depredación, los humanos nos convertimos en uno de los mejores. Cazamos criaturas inferiores y nos nutrimos de sus órganos, pero además –gracias al proceso cognitivo– evolucionamos e incluso encontramos nuevas formas de usar ese instinto contra seres de nuestra misma especie. Algunos lo usan para influir y ganar dinero, otros para obtener beneficios sexuales y algunos más para asesinar, violar, o en el caso de Anne Hamilton-Byrne, para utilizar niños como herramientas divinas, darles LSD y realizar distintos abusos que la convirtieron una de las líderes de uno de los cultos más alarmantes de la historia.
Anne Hamilton-Byrne originalmente se llamaba Evelyn Edwards y nació en 1921 en Australia con una madre que fue diagnosticada con esquizofrenia. Desde su juventud tuvo ciertas dificultades para socializar, especialmente porque su padre trabajaba demasiado y la internaba en diferentes orfanatos, elemento que después tomaría un papel importante en su transformación.
Estuvo casada cuando tenía 20 años, pero su esposo murió en un horrendo accidente de auto que la dejó marcada por completo. No obstante, no dejó que la tragedia se interpusiera con su vida y decidió seguir adelante. Encontró la paz dedicando su vida al yoga y se convirtió en una mujer espiritual durante los 60. Comenzó a dar clases al poco tiempo de perfeccionar la materia y sus alumnas la consideraban una inspiración. Nadie sospechaba del frágil estado mental de la mujer y de cómo se convertiría en la líder de un grupo llamado “La Familia”, que al igual que la de Manson, no tendría un desenlace feliz.
Hamilton-Byrne lucía como una mujer tranquila con malas experiencias, pero detrás de su calmosa apariencia, se ocultaba un depredador esperando por la presa perfecta. Anne decía que era Jesucristo, sentía que era reina de distintas naciones y decía poseer castillos. Creo un ejército de niños adoptados y los convirtió en sus seguidores. Ellos la adoraban, la veían como una diosa y la mujer actuaba como tal premiando a aquellos que fueran completamente devotos y castigando de maneras horrendas a quienes no cumplieran con sus mandatos, pero, ¿cómo pasó de ser una tranquila profesora de yoga a una depredadora enferma?
Su transición comenzó cuando se dio cuenta del poder que ostentaba. Era una mujer serena, tranquila y tenía cierto sentido divino. Su segundo matrimonio con el empresario Bill Byrne le aseguró una fortuna que después utilizó para comprar el terreno donde su culto tomaría lugar. Al inicio solamente hablaba con sus alumnas y trataba de convencerlas de dejar a sus maridos para irse a vivir con ella y aprender sobre la espiritualidad. Su sentido depredador la llevó a atraer a las mujeres más adineradas de Australia, quienes aportarían grandes donaciones para el movimiento que arruinaría la vida de varios niños.
En 1964, Ann logró contactar al físico y parapsicólogo Dr. Raynor Johnson para asistir a sus sesiones, que dejaron de lado el yoga y se transformaron en una especie de rito donde Anna hablaba sobre temas religiosos, la fe y su influencia dentro de la realidad. El estudioso se interesó en Ann, pues ella aseguraba tener más sentidos que el resto de las personas.
Después de experimentar con LSD, el doctor aseguró que Ann era el Mesías y se convenció de que su misión era ayudarle a reclutar seguidores. Así nació “La Familia”. Diferentes médicos, psiquiatras y especialistas de las ciencias sociales de la llamada “Nueva Era” se vieron atraídos hacia la mujer y el mensaje que pregonaba. La ahora figura divina aseguraba que el Apocalipsis era inminente y que sólo unos cuantos sobrevivirían. Fue entonces cuando decidió adoptar a unos cuantos niños y hacerlos parte de su futuro como dirigente de la humanidad.
Debido a que las leyes de adopción en Australia eran poco reguladas, Ann tomó de diferentes orfanatos a 28 niños a lo largo de los 70. Hamilton-Byrne convenció a los pequeños de que ella era su verdadera madre y los vistió a todos de forma similar.
Incluso tiñó el cabello de algunos para hacerles creer que eran hermanos, pero no invertía tiempo en criarlos. Si hacían cualquier acción inaceptable para ella, recibían una golpiza. Los niños se veían obligados a consumir Valium y Mogadon diariamente para mantener su comportamiento y después de cumplir 14 años se les daban dosis de LSD para “expandir su mente y captar la divinidad” dentro de Ann.
La pesadilla de “La Familia” terminó después de que dos de los pequeños huyeran de la comunidad y contaran los hechos a la sociedad. Entre los testimonios, las víctimas aseguran que el régimen de drogas al que eran sometidos causó depresión, ansiedad, pesadillas y demás resultados trágicos. Aunado al maltrato físico y psicológico, sus mentes aún sufren estragos debido al trauma; estaban convencidos de que ella era superior y que nada podían hacer para escapar, era su madre y protectora, pero al mismo tiempo los hacía sufrir.
Algunos trataron de suicidarse durante su estadía y otros cuantos lo intentaron al escapar. El daño que Ann creó en los pequeños fue irreversible, pero la mujer jamás pagó por sus crímenes. Después de que la policía comenzó a buscarla, Ann abandonó a los niños y escapó a Estados Unidos donde fue extraditada. Gracias a la habilidad de su abogado, la australiana se libró de la justicia con 5 mil dólares de fianza y hoy, con 96 años, vive en una casa de retiro diagnosticada con demencia senil.
“Inadvertidos, desconocidos, inauditos” era el lema de “La Familia” de Ann Hamilton-Byrne. No se sabe si lo eligió para aumentar el misterio o bien, si intentaba describirse a sí misma. Acudió con las más ricas de la sociedad, abusó de sus posesiones; “rescató” a los niños perdidos de Australia para convertirlos en sus secuaces e incluso convenció a las mentes más débiles de que se trataba de la hija de Dios para tener control sobre su pequeño mundo. Ann parecía tranquila, incluso débil, pero dentro de sí guardaba un instinto salvaje intacto, el mismo que hace implacables a los mejores depredadores.
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Referencia:
The Guardian