La mujer que mató más de 300 nazis y vivió para contarlo

Irónicamente, la historia pone al frente del discurso oficial a los grandes generales que dirigen un ejército hasta su triunfo, conseguido por los soldados y la milicia de a pie que marchan en las primeras columnas. La épica suele guardar un sitio especial para los hombres que delinearon una estrategia desde un cuartel, pero nunca

La mujer que mató más de 300 nazis y vivió para contarlo

Irónicamente, la historia pone al frente del discurso oficial a los grandes generales que dirigen un ejército hasta su triunfo, conseguido por los soldados y la milicia de a pie que marchan en las primeras columnas. La épica suele guardar un sitio especial para los hombres que delinearon una estrategia desde un cuartel, pero nunca recuerda a los verdaderos artífices de una victoria, muchos menos a las mujeres que participaron en ella.

Lyudmila Pavlichenko nació en Ucrania en el seno de una familia trabajadora, en territorio que formaba parte de la Unión Soviética. Inquieta y siempre desafiante, ingresó a la Universidad de Kiev a estudiar Historia en 1939, el mismo año en que el frente alemán iniciara la Segunda Guerra Mundial.

Si bien los derechos de la mujer fueron una constante y la igualdad de género germinó en Rusia de la mano de la Revolución de Octubre y el protagonismo femenino, Pavlichenko encontró trabas en su camino para practicar su afición preferida y después de muchos intentos fallidos, ingresó a un club de tiro mientras mantenía sus estudios. Durante dos años, Lyudmila destacó sobre el resto de sus compañeros y se especializó en los rifles con aumentos con una precisión inaudita.

En el verano de 1941, Hitler puso en marcha la Operación Barbarroja e inauguró el Frente Oriental con la invasión a Rusia. Lyudmila, con 24 años, decidió enlistarse como voluntaria en el ejército y de inmediato recibió un puesto como enfermera, del cuál renegó luego de mostrar sus aptitudes para el tiro. Después de convencer a oficiales y tenientes, ingresó a la 25ta División de Infanteria del Ejército Rojo, integrada por más de 500 mujeres.

De inmediato fue movilizada a Odesa para frenar el avance alemán en las costas del Mar Rojo. Durante dos meses, la francotiradora se mantuvo en combate y enfrentó al menos a 36 tiradores alemanes, venciéndolos en cada duelo personal. Al final de la campaña y después de retroceder estratégicamente por orden de Stalin, Pavlichenko fue reconocida con honores por abatir a 187 efectivos de la Wehrmacht y ascendió como teniente al frente del batallón. La sangre fría y precisión de la rusa caló en el ánimo del ejército nazi, que entre sus filas le llamó “La perra asesina rusa”.

Un par de meses después, las hostilidades se reanudaron en Sebastopol, donde dirigió con heroísmo al batallón que pereció ante la ofensiva alemana. En medio del puerto devastado, las primeras líneas soviéticas cayeron mientras las mujeres al mando de Pavlichenko sumaron bajas al ejército germano. En medio de una cruenta batalla y después de contabilizar más de 257 soldados abatidos tan sólo por su rifle Mosin-Nagant adaptado con un par de aumentos, la francotiradora cayó herida por fuego de mortero.

Después de una lenta recuperación, Pavlichenko soñaba con volver al campo de batalla, pero le fue asignada una misión aún más importante. Una sorpresiva carta procedente de Washington invitaba a la soviética en visita oficial a la Casa Blanca, un hecho sin precedentes en toda la historia de la Unión Soviética.

Después de emprender el viaje hacia los Estados Unidos, fue recibida con honores por la primera dama, Eleanor Roosevelt, quien no sólo escuchó atentamente las vivencias de Lyudmila en el campo de batalla, también la animó a dar una gira por la costa este de la Unión Americana con el fin de levantar la imagen de mujer decidida e independiente.

A lo largo de la gira, Pavlichenko sorteó cuestionamientos de todo tipo, desde críticas en los diarios por su falta de maquillaje, hasta apodos que la tildaban de asesina y demente. En Chicago, la primera dama y la heroína rusa encontraron un clima especialmente hostil, luego de cuestionamientos sobre su estética personal y la forma en que se pintaba las uñas en el campo de batalla, que la soviética tildó de “absurdos”.

A finales de 1942, Pavlichenko volvió a la Unión Soviética y fue recibida con todas las condecoraciones militares. Al final de la guerra, se convirtió en asistente en jefe del Ejército Rojo y decidió dejar las armas ocho años más tarde, cuando volvió a la Universidad de Kiev para terminar su formación profesional en Historia que había dejado pendiente.

En 1957, la heroína se desempeñaba como historiadora y profesora cuando recibió una visita insospechada: ignorando a la inteligencia norteamericana en gira quirúrgica por Moscú y en plena Guerra Fría, Eleanor Roosevelt tocó a la puerta de su departamento y ambas compartieron un par de horas charlando. Años más tarde, la primera dama reconocería el valor y entereza de Pavlichenko, a quien calificó como “una vieja amiga”.

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