La menstruación ha sido considerada por muchas culturas como una especie de deformidad en las mujeres. En la Antigua Grecia, creían que las mujeres tenían el organismo muy caliente y por ese motivo debían templarlo soltando sangre mensualmente. Los zoroastrianos la relacionaban con un dios malvado de nombre Ahriman, quien besó en la frente a Jeh, una mujer demonio a la cual “infectó” de sangre menstrual, lo cual significaba que sería incapaz de luchar en contra de alguien. Finalmente, en Francia del siglo XVIII, se pensaba que la menstruación se subía a lo pechos durante el embarazo y lactancia y se convertía en el alimento para el bebé, lo cual no era precisamente benéfico.
Ante todos esos mitos, la francesa Angelique du Coudray, médico de profesión especializada en partos, se dio a la tarea de desmentir semejantes creencias alrededor de Francia, impartiendo clases gratuitas de obstetricia. Para ese tiempo, los hombres eran los parteros oficiales, ya que según la creencia popular, ellos conocían el cuerpo femenino a la perfección porque eran los amantes, así que era “lógico” que ellos conocieran mucho más que las propias mujeres.
Como en la mayoría de las culturas, el parto giraba alrededor de un aura mística, llena de supersticiones y creencias, de la cual se sabía únicamente lo más básico: un bebé salía del útero. Du Coudray sabía que todo iba mucho más allá de ver a un bebés ensangrentados naciendo de su adolorida madre. El cuerpo femenino no era un saco de papas que se abría para poder sacar el producto y posteriormente se cerraba con la finalidad de conservar más tubérculos. Ella era consciente de que el aparato reproductor femenino debía ser estudiado más a fondo y cuidado con mucho más tacto.
Entonces, entre sus peticiones que nadie tomaba en cuenta y su pasión médica, Du Coudray se decidió a cambiar el mundo ginecológico dando clases e instruyendo a hombres parteros a dar un mejor servicio de su trabajo, a través del conocimiento y la “magia” de la obstetricia. Sin embargo, luego de que el Rey Luis XV escuchara los rumores de la calidad de trabajo que estaba realizando y la manera en que le ayudaba a las mujeres a tener una mejor experiencia en el nacimiento de sus hijos, éste le dio su apoyo para que siguiera con su alfabetización anatómica por todo el país.
Du Coudray, nombrada para entonces, “partera nacional” aceptó con gusto. Sin embargo, al momento de planear las clases y la pedagogía que usaría para enseñar a las mujeres, entendió que no bastaba con ejemplos gráficos de los cuerpos. Un par de dibujos no ayudarían mucho. Dado que la práctica y enseñanza con seres humanos no era habitual ni bien vista, decidió crear sus propios modelos de aparatos reproductores y fetos para poder enseñar con más claridad y los más real posible con tela.
Así, diseñó “la máquina” que consistía en la representación de la pelvis, el útero, sus ligamentos, la vagina y el recto. Además, éste peculiar invento incorporaba el modelo de un bebé de tamaño real, hecho de alambre y telas que le daban movilidad al pequeño cuerpo y lo hacían mucho más real. El juego incluía una placenta y un cordón umbilical, por lo que añadió al invento huesos humanos que le dieron veracidad y lo hizo mucho más sencillo de aprender.
«Tomé la táctica de hacer mis lecciones palpables, con una máquina que hice para este propósito, y que representaba la pelvis de una mujer, el útero, su apertura, sus ligamentos, el conducto llamado vagina, la vejiga y el recto. He añadido la cabeza de un niño separado del tronco, en la que los huesos del cráneo cedieron».
Al ser todo muy cercano a lo que en verdad ocurría en el cuerpo femenino, realizó modelos de bebés prematuros, gemelos y niños convencionales, incluso estos tenían en la boca un orificio más grande para que pudieran saber qué hacer en caso de que se ahogaran o no respondieran correctamente. La francesa pensó en todo. La formación de las “matronas”, como se les denominaba, duraba aproximadamente dos meses. Entre 1759 y 1783, Angélique du Coudray formó a más de 5,000 mujeres francesas y algunos hombres, en especial, doctores. Su enseñanza fue tan pulcra, limpia y original que la tasa de mortalidad infantil disminuyó radicalmente. Incluso, las madres aseguraban que su recuperación era mucho más rápida y sana.
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Du Coudray se adentró en un mundo de hombres y por ello su figura despertaba tanto odio como admiración. No obstante, dejó una lección incomparable: la pasión por la enseñanza, la necesidad de ver más gente sana y escuchar el llanto de los bebés eran el pago más grande que Angélique pudo obtener. Del mismo modo, se sentía plena ayudando a otras mujeres a facilitar el complicado momento de dar vida, pero lo fue más gracias a que su invento se quedó como una reliquia del mundo médico; como un avance científico realizado por una mujer valiente, que se esmeraba y capaz de sacrificar su vida por la de los demás.
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Darle al mundo una enseñanza que perdure eternamente es algo que pocos pueden realizar, pero en el momento en que eso ocurre, el mundo entero lo agradece y el conocimiento se enriquece. El nacimiento y sus consecuencias han sido de suma importancia en las diversas culturas como en la azteca, en la cual las mujeres que morían en el parto, eran consideras diosas. Día con día se realizan estudios, en los que dictan el parto por cesárea podría afectar el ciclo de evolución, entre otras cosas, pero siempre es bueno saber que la ciencia puede quitarnos dudas de la cabeza y entonces, la vida será más plena.
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Referencias
Mujeres en la historia
Mujeres con ciencia