La década de los sesenta fue una explosión de música nueva con grandes grupos musicales como The Beatles y The Rolling Stones; de movimientos estudiantiles quienes reclamaban libertad de expresión; pero también fue una década en la que las mujeres ya iban a la universidad; en la que las leyes en torno al matrimonio empezaron a darles un trato de igualdad y en la que la libertad era la ley más importante.
A pesar de que el sufragio femenino fue aceptado por la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en 1948, la liberación de la mujer en busca de equidad de género siguió en marcha muchas décadas después.
Sin embargo, las mujeres no eran las únicas que exigieron y provocaron cambios durante la sexta década del siglo XX, también la moda lo hizo. Una revolución ya se había dado en los años veinte cuando Coco Chanel lanzó una línea repleta de pantalones para mujeres; esto para darle paso a una tendencia que la misma Chanel descalificó: las minifaldas.
En 1955 se abrió una boutique llamada Bazaar, propiedad de una desconocida diseñadora británica, quien diez años después se atrevió a cortar las faldas 15 cm. sobre la rodilla para así crear uno de los símbolos de la revolución femenina. El término ‘mini’ nació por su coche favorito, el Mini; pero su intención era darle a las mujeres la oportunidad de elegir su propio estilo.
La diseñadora británica, Mary Quant, no sólo creó la minifalda. Muchas de sus prendas fueron controversiales porque exaltaban la sensualidad y el cuerpo de las mujeres. También creó los panties estampados, las botas altas, los cinturones anchos a la cadera y los “hot pants”.
La minifalda, además de permitirle a la mujer denotar su sensualidad y sexualidad a través de ésta, también dio paso al “London Look”, por medio del cual se pensaba democratizar la moda, haciéndola barata y moderna, accesible para cualquiera. El ver mujeres con minifalda en la calle no tardó, pues el mercado ya estaba listo para ellas.
Un año después la revista Vogue se rindió y presentó minifaldas no sólo en su contenido, sino en su portada. En Londres las minifaldas parecieron multiplicarse, el impacto fue tanto que incluso la familia real negoció para que se diseñaran faldas que sólo estuvieran 7 cm. sobre la rodilla, para así poder incorporarlas a su armario.
En 1965 el ruido en torno a ellas era fuerte, incluso implicó a una de las primeras “supermodelos”, Jean Shrimpton, quien las adoptó inmediatamente y se vio tachada por unas tomas indiscretas durante el Melbourne Cup Carnival. Para 1968 ya eran parte esencial del uniforme de los Países Bajos y las prendas seguían multiplicándose.
No permanecieron en Europa por mucho tiempo, pronto emigraron a Norteamérica, en donde lograron integrarse instantáneamente. Eran tan populares en Estados Unidos que en 1969 el embajador japonés le recomendó al primer ministro, Eisaku Sato, que su esposa, Hiroko, utilizara una en la visita oficial del mismo año.
Ya que hablamos de Japón, es importante mencionar lo que causó Twiggy por allá. Tras parecer una “Lolita” expulsada de la novela de Vladimir Nabokov, la emblemática modelo visitó el país oriental y las ventas de minifaldas se catapultaron, a pesar de lo conservador que era el gobierno japonés. Ella no fue la única que se atrevió a mostrar sus muslos en público, también fue de gran importancia la figura de Brigitte Bardot, Nancy Sinatra, Audrey Hepburn y Lady Di para eliminar el tabú que surgió alrededor de las minifaldas.
Parece casi imposible pensar que una de las piezas de ropa que utilizamos de manera cotidiana haya llevado a miles de mujeres a las calles a marchar porque se quedara en el mercado. La minifalda ha logrado sobrevivir a las miradas conservadoras, a las faldas largas del movimiento hippie e incluso a Britney Spears; permaneciendo en los guardarropas no sólo como una prenda cualquiera, sino también como muestra de que las mujeres podemos elegir usar faldas a la altura que mejor nos parezca, aunque los 15 cm. iniciales ya se hayan rebasado.
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Fuentes:
huffingtonpost.com
nydailynews.com