Dentro de los cuatro kilómetros de muros que rodean al Vaticano se esconden algunos de los secretos mejor guardados de la historia occidental. La influencia de la Iglesia Católica que se instauró en Roma es tal que llegó a gobernar al mundo y financiar expediciones, conquistas y mantener la economía de naciones completas al servicio del clero. En el ideario popular, el poder de la Santa Sede descansa en el Papa y los cardenales más allegados; sin embargo, hubo un tiempo en el que una mujer gobernó de facto el único Estado en el mundo donde el sexo masculino representa el 96 % de la población total, un sitio donde es impensado entrar con falda aún de turista (a menos que cubra en su totalidad las rodillas), regido por una ética que relega a las mujeres a la categoría de un objeto inútil e indeseable.
Olimpia Maidalchini nació en el seno de una familia acomodada en la localidad de Viterbo, un pueblo medieval que aún hoy conserva su esencia, famoso por ser sede del Palacio Papal antes de la Ciudad del Vaticano, ubicado a un par de horas de Roma. Desde muy joven, los padres de Olimpia le impusieron una férrea instrucción católica y de a poco moldearon su educación, con el único objetivo en mente de que como el grueso de las mujeres de clase alta, su hija se dedicara en cuerpo y alma a Dios.
“Al poco tiempo de ingresar al colegio levantó la voz contra el acoso de su confesor, quien hacía proposiciones indecorosas y tocamientos a todas las novicias, quienes consideraban que situaciones similares eran parte normal de la instrucción”.
Olimpia aceptó ingresar a un convento como novicia para iniciar su carrera en la religión y pasar el resto de sus días recluida y lejos del pecado, con el único objetivo de servir al Señor; sin embargo, su inteligencia se contrapuso y al poco tiempo de ingresar al colegio levantó la voz contra el acoso de su confesor, quien hacía proposiciones indecorosas y tocamientos a todas las novicias, quienes consideraban que situaciones similares eran parte normal de la instrucción.
El señalamiento de Olimpia sirvió para huir del convento para siempre, y consciente de su capacidad de convencimiento y la agilidad de pensamiento que la caracterizaba, además de su belleza, comenzó a interactuar con la clase alta de Roma que dominaba el segundo escaño, al margen de la palabra del Vaticano. Maidalchini contrajo matrimonio por primera ocasión a los 17 años con un hombre que triplicaba su edad, Paolo Nini, poseedor de una gran fortuna y las mejores conexiones entre la burguesía romana. A los tres años, su esposo falleció y ella fungió como heredera única.
Para 1612, a la edad de 21 años, Olimpia conoció a Phampilio Pamphili, proveniente de una familia de abolengo de las más adineradas de Lacio y se casó con él, treinta años mayor. El matrimonio perduró hasta la muerte de Phamphilio en 1639 y para entonces, Olimpia ya era considerada una mujer tan astuta como codiciosa, hábil en el trato y ambiciosa ante sus intereses.
Inmediatamente después de quedar viuda, Maidalchini se convirtió en una persona cercana al hermano Giovanni Battista Pamphili, un abogado que entonces fungía como cardenal de Madrid, poseedor del respeto y la admiración de los demás clérigos, con amplias posibilidades de ostentar un título más importante. Entonces Olimpia se convirtió en su asesora personal y Giovanni volvió de España, pues el dinero y el poder de ambos contribuyeron a la designación de Pamphili como cabeza de la Iglesia Católica y nuevo Papa, bajo el título de Inocencio X.
“Era considerada la mujer más poderosa de Roma, temida por los cardenales y por los rivales de la Iglesia, especialmente después de lo que llamó ‘La Orden Negra’, un grupo de mercenarios que organizó para silenciar a todo el que estuviera en su contra”.
A partir de su designación, la cara de Giovanni encabezaba la Iglesia Católica, pero los más allegados estaban conscientes del férreo dominio de Olimpia sobre las decisiones del Papa. Maidalchini se autonombró la intermediaria oficial entre Inocencio X y el mundo, rechazando toda clase de favores y peticiones a no ser que percibiera un interés económico que significara un ascenso en su poder político. Para entonces ya era considerada la mujer más poderosa de Roma, temida por los cardenales y por los rivales de la Iglesia, especialmente después de lo que llamó “La Orden Negra”, un grupo de mercenarios que organizó, armó y pagó para silenciar a todo gobierno o persona que estuviera en su contra o hablara mal sobre el papado de Inocencio X.
Para asegurar el control total sobre Roma, Olimpia decidió nombrar cardenal a su hijo, Camilo Francesco, sobrino del Papa, a quien más tarde ascendió a Secretario de Estado. La mujer que escapó al convento durante su infancia para evitar llevar una vida dedicada a Dios, ahora estaba en la escala más alta del nepotismo de la Iglesia Católica, tomando decisiones a nombre del Papa y por lo tanto, haciendo de la voluntad de Dios la suya.
La sed de riqueza, poder y reconocimiento de Olimpia era tal que la mujer promovió la captación de limosnas a nombre de los pobres y cobró impuestos a las prostitutas, sólo para hacerse de todo ese dinero y mantener el control político y social sobre Roma y buena parte del mundo. Maldichiani recorría las habitaciones del Vaticano en busca de pertenencias de oro y diamantes para apropiárselas, lo que se volvió una práctica aún más común cuando Inocencio X cayó enfermo. Gracias a su estado convaleciente, Olimpia se autonombró Princesa de San Martino al Cimino, una Iglesia olvidada de la Edad Media y la reconvirtió en un palacio veraniego; mientras el Papa estaba en su lecho de muerte, la asistente asaltó todo lo que pudo de la residencia oficial y ante la muerte de Inocencio X, la mujer decidió que el gasto en un sepulcro era inútil y ella no podía aportar nada por ser la viuda, dejando que el cadáver se pudriera sin ningún tipo de sepelio.
Finalmente, Olimpia huyó a su palacio reconstruido y ahí pasó sus últimos días, acusada de un sinfín de cargos en Roma por el nuevo Papa, Alejandro VII, pero su autoridad y la visión que se hizo de ella impidieron comprobar algún cargo en su contra.
Si quieres conocer más historias de las que la Iglesia Católica se avergüenza y cuyo recuerdo pretende enterrar, mira los 10 misterios mejor guardados por el Archivo Secreto Vaticano. Ninguna persona objetiva podría definir a esta institución como un ente ejemplar, sino todo lo contrario, descubre los escándalos de la Iglesia Católica que han quedado impunes.
