La comunidad drusa de 118 mil habitantes que reside en Israel es representante de una cultura rica y antigua que se ha regido por la religión durante años. En Israel, múltiples ciudades y lugares santos, situados en bellos paisajes montañosos desde el Monte Carmelo al oeste o la Alta Galilea y los Altos del Golán al este, invitan a los visitantes a sumergirse en sus tradiciones y a disfrutar de su gran hospitalidad. Pero la realidad es que pocos son los que han tenido la oportunidad de ver lo que hay detrás de la cortina de humo con la que la fe drusa oculta su propia verdad.
La religión drusa, procedente del Islam e influida por la antigua filosofía griega y otras tradiciones, fue fundada en el Egipto fatimí a finales del siglo X. Entre los primeros líderes de esta religión se encuentran Hamza Ben-Alí y Mohamed al-Darazi, quienes popularizaron el nombre de esta fe como “drusismo”. Con el tiempo, el centro del culto de esta doctrina se trasladó de Egipto a Líbano y posteriormente a Siria, donde consiguieron nuevos creyentes. Sin embargo, a mediados del siglo XI se dejó de admitir a nuevos miembros y hasta el día de hoy no se ha podido convertir a nadie más a esta fe, pues según el drusismo sólo las almas de los drusos reencarnan continuamente en los únicos que pueden pertenecer a esta unidad.
Dicha unidad, como la llaman ellos, es también la razón por la que varios pueblos de Israel mantienen a algunas mujeres en una especie de cautiverio total, pues ninguna de ellas puede estudiar, menos trabajar o salir del pueblo por su propia cuenta. Por lo que para todos los que visitan el lugar, este contraste resulta más deprimente que sorprendente, pues los turistas que se intrigan por la historia y riqueza de esta cultura también terminan por conocer la restrictiva bajo la que muchas mujeres drusas han tenido que permanecer encerradas y sin contacto alguno con el mundo durante toda su vida.
*Personajes que la historia no ha reconocido pero que marcaron la diferencia en el mundo
Aunque las artesanas continúan trabajando de la misma forma, hoy existe una diferencia abismal entre las drusas del siglo XI y todas las que hoy se dispersaron por Medio Oriente. Estas mujeres están utilizando su habilidad para el trabajo hecho a mano para asegurar su futuro; como una cooperativa, varias de ellas se reúnen para la fabricación de productos como manteles, alimentos y objetos decorativos que no sólo reparten y venden en su comunidad, sino que los ofrecen como una muestra de tradición, arte y cultura a todos los que visitan sus pueblos.
Lo que anteriormente se concebía como la única forma de entretenimiento que las drusas podían tener, hoy es una fuente de ingresos que por primera vez en su vida todas estas madres y abuelas se han podido ganar con el esfuerzo de su trabajo artesanal. Así que el número de mujeres que están abriendo sus círculos para vender sus artesanías crece notoriamente en aldeas drusas y otras partes de Israel en la que ellas aún trabajan con sus velos y faldas largas, pero con la consigna de algún día poder ser libres.
*La historia de las mujeres que comenzaron distintas revoluciones
Ésta es precisamente la oportunidad de la que hablamos en un principio del artículo, sobre cómo los visitantes que intentan adentrase a los pueblos de Israel hoy pueden conocer las verdaderas limitantes que el género femenino sufre dentro de la religión que por años ha truncado el desarrolló de las mujeres. Pues mientras las más jóvenes hoy tienen la oportunidad de intentar obtener un título universitario, las mujeres drusas que ya son madres y abuelas jamás pudieron siquiera pensar en tener acceso a la educación.
Afortunadamente, en los últimos años el contraste ha crecido y cada vez son más las niñas y adolescentes que pueden estudiar, asistir a la universidad, conseguir un trabajo y abandonar el núcleo familiar para conocer algo más allá de las montañas de Hurfeish. De hecho, las mismas madres y abuelas drusas de estas jóvenes se sorprenden al saber que ellas tienen la oportunidad de hacer lo que los hombres de su cultura han podido desde hace décadas.
Lo que es realmente triste es conocer las palabras de algunas de estas mujeres que se alegran con lágrimas en los ojos sobre las oportunidades que hoy sus hijas y nietas tendrán, pensando que los cambios son totalmente positivos, sin embargo, ya son bastante tardíos para las que han pasado toda su vida detrás de cuatro paredes y a la sombra de los hombres por respetar una religión.
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Referencia:
BBC