Apenas a sus 18 años, María Teresa Landa apareció en primera plana nacional luego de coronarse como la ganadora de Señorita México 1928, un concurso organizado por la revista Jueves de Excélsior para encontrar a la mujer más bella del país; misma que habría de representarlo en el certamen internacional celebrado en Galveston, Texas el año siguiente.
Nacida en Tlalpan, en el mismo año que estalló la Revolución, María Teresa no sólo era atractiva físicamente; también poseía un espíritu de emancipación y rebeldía que la llevó a evitar conformarse con los estándares de la época. Después de cursar la secundaria, ingresó a la Escuela Normal Superior y posteriormente estudió Odontología en la Universidad Nacional. Al margen de sus estudios, se consideraba una “chica triste” y apasionada por la literatura, que manifestaba su rechazo al conservadurismo de entonces, hablando en público abiertamente y participando en el concurso de belleza; igual respondiendo preguntas de cultura genera que posando en traje de baño.
Un mes antes de ser ‘denunciada’ por sus amigos para participar en el certamen de belleza y proclamarse ganadora, María Teresa asistió al funeral de su abuela, donde conoció a Moisés Vidal, un general revolucionario 17 años mayor que ella, que consiguió enamorarla con su carácter obstinado y la palabrería propia de un hombre de su posición hacia una mujer mucho menor que él.
El romance entre ambos floreció y antes de que Miss México viajara a los Estados Unidos, ya pensaba en hacer una vida junto a Vidal que dio lo mejor de sí para aparentar ser un hombre sincero y dispuesto a no dejar ir a la proclamada mujer más bella del país. A pesar de las atractivas ofertas de trabajo que acompañaron a María Teresa durante su gira en suelo norteamericano, Miss México sólo tenía una cosa en mente: volver para confirmar su relación con Moisés Vidal y así lo hizo.
«Moisés me exigió juramento de que regresaría al país para casarme con él… y yo se lo cumplí».
En septiembre de 1928, se casaron en secreto y comenzaron un idilio que los mantuvo unidos a pesar de las campañas del general. Luego de vivir por unos meses juntos en Veracruz, Vidal recibió la orden de volver a la Ciudad de México y el matrimonio se estableció provisionalmente en la casa de los padres de María, donde el lado más machista y conservador de Vidal afloró ante el desconcierto y el coraje de su esposa.
La situación habría de tomar un rumbo inesperado y trágico la mañana del domingo 25 de agosto de 1929. Vidal se despertó media hora antes que María y como era costumbre, tomó su lugar en la mesa. Después de dejar el arma que siempre cargaba consigo, encendió un cigarro mientras hojeaba entre los diarios dominicales. A los pocos minutos, María Teresa apareció en la sala y ante la nula atención del general, tomó el ejemplar de La Prensa y comenzó a hojearlo sin mucho interés, hasta que encontró un titular que le despertó por completo.
«Miss México a las puertas de la cárcel», rezaba el texto acompañado de dos columnas que resumían la situación: María Teresa Herrejón de Vidal, esposa del general Moisés Vidal, se había presentado al Ministerio Público para acusar a María Teresa Landa (mejor conocida como Miss México) por el delito de bigamia.
Un súbito escalofrío recorrió el cuerpo de María Teresa, que después de un momento de shock, encaró a su esposo colérica exigiendo una explicación. Ante la sorpresa y el pobre tartamudeo de Vidal, María se acercó a la mesa y sin pensarlo dos veces, tomó el arma del general:
«Fuera de mí, cegada por una onda roja, y ensordecidos mis oídos, sólo acerté a descubrir sobre la mesilla de centro aquella pistola con la que tantas veces le viera tirar. Como autómata la tomé en mis manos y le dije enérgica ‘¡No puedo resistir más, yo me mato!»
Después de llevarse la pistola a la sien y amagar con quitarse la vida ante los gritos desesperados de su esposo, María Teresa lo miró fijamente y cerró los ojos un instante. Suspendió su dedo en el gatillo y dirigió la Smith & Wesson hacia su esposo. 10 segundos más tarde, Moisés Vidal agonizaba en el suelo producto de 6 disparos a quemarropa, mientras Miss México recobraba la conciencia. Aterrada, llevó el arma a su sien, esta vez con total decisión, pero al tirar del gatillo descubrió que el resto de las balas calibre .44 se habían descargado en la humanidad de Vidal.
María Teresa había asesinado a su marido a causa de una infidelidad y en pocas horas, la noticia era primicia nacional: Miss México se convertía en autoviuda, un término que la prensa designó para llamarla en lo consecutivo. El caso se convirtió en un auténtico escándalo y el juicio en un espectáculo, para el cual el gobierno de la ciudad dispuso altavoces afuera de la cárcel de Belén, mientras los curiosos se arremolinaban para escuchar la declaración de “La Viuda Negra”, apelativo que le concedió el fiscal al verla llegar de un negro impoluto, con medias de seda y un atuendo de luto.
Ante las acusaciones que crecían en su contra, su defensa representada por el abogado José María Lozano ideó un discurso que caló hondo en el jurado popular, compuesto por 9 “vecinos honrados” y 3 suplentes, tal y como obedecía la legislación de la época. Lozano apeló a los sentimientos de María Teresa, describió sus ilusiones destruidas y la posicionó como víctima de un engaño que le causó deshonor y duelo. Justo antes de que el jurado emitiera el fallo definitivo, la acusada se limitó a intervenir brevemente y con toda sinceridad afirmó:
«El jurado sabrá comprender cómo los imperativos de mi destino me llevaron al arrebato de locura en que destruí, con el hombre a quien amaba con delirio, mi felicidad».
El silencio invadió la sala mientras el público esperaba expectante. Finalmente, el jurado absolvió a María Teresa y el público estalló en júbilo, mientras Miss México abandonaba el juzgado con una multitud desbordada ante el fallo.
La historia de María Teresa Landa fue el caso más representativo de un fenómeno que aquejó a la sociedad mexicana posrevolucionaria entre los años 20 y 30 del siglo pasado conocido como las autoviudas, mujeres que asesinaron a sus maridos por una infidelidad y que con ayuda de los abogados Querido Moheno y José María Lozano, consiguieron su libertad entre aplausos y vítores.
Legalmente, estas mujeres eran culpadas por el delito de “uxoricidas”. Según la legislación de la época, se trataba de la acción de asesinar al cónyuge. Las autoviudas tenían características en común y por tanto, sus casos causaban identificación con demás mujeres que pasaban por las mismas dificultades y vivían los estragos del machismo en pareja. Con la atención de la prensa, la noticia era de interés público y provocaba afinidad con el grueso de mujeres de entonces, especialmente cuando se reproducía en los periódicos de nota roja.
En palabras de Rebeca Monroy Nasr, doctora especializada en historia del arte y autora de un portentoso análisis estético del caso:
«Las “uxoricidas” tuvieron varias cosas en común: provenían de una clase social media baja o baja; no eran mujeres preparadas, pues la mayoría no tenía estudios terminados; muchas habían realizado trabajos diversos, “propios de su sexo”, para encontrar un sustento frente a las dificultades económicas de la época, de escasos recursos y grandes dificultades de supervivencia(…) la mayor parte de ellas sufrían de abuso físico y emocional, que se reproducía desde su infancia y juventud. Fueron mujeres engañadas, maltratadas y vejadas constantemente por uno, varios o aquel que acabó en el panteón. El último recurso para terminar con el abuso fue el asesinato de su agresor».
Las autoviudas fueron el reflejo de una sociedad en profunda transición, que al mismo tiempo que cargaba con desdén la férrea moral porfirista que mantuvo vigente por décadas, se encontraba a sí misma frente a una realidad cambiante donde la sexualidad, el matrimonio, la familia y el rol de la mujer eran terrenos en transición hacia el México moderno del cual –lo que quiera que esto signifique– somos resultado y parte.
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