Este artículo fue publicado originalmente por Alejandro I. López el 24 de enero de 2017
En mayo de 1948, Simone de Beauvoir tomó un vuelo de Nueva Orleáns a Mérida acompañada del novelista norteamericano Nelson Algren. El plan comenzó en Nueva York y tenía como objetivo conocer México y parte de Centroamérica. Se conocieron un año antes, en medio del ambiente literario neoyorquino; desde entonces mantienen una relación amorosa que por instantes, escapa de la realidad.
Para Algren, se trata del gran amor de su vida. El escritor tiene la oportunidad de compartir con una mujer que le excitaba intelectual y físicamente como ninguna otra. El carácter crítico de Beauvoir no deja de asombrarlo, lejos de su origen “intelectual de familia burguesa” –como se definió la propia feminista–, el alcance de su pensamiento estimula el vínculo entre ambos.
Sin embargo, para Beauvoir la situación es radicalmente opuesta: aunque Algren es un hombre con quien se siente libre y de quien se enamora poderosamente, la filósofa mantiene una relación abierta pero firme con Jean-Paul Sartre a la distancia. Si bien en la figura del escritor encontró un gran amante –pues afirma experimentar la plenitud sexual que nunca tuvo con Sartre–, es cierto que guarda un nexo más cercano con el escritor de “La Náusea” (1938) que con sus demás parejas.
El 27 de mayo desde el Hotel Colón, Beauvoir escribe a Sartre sobre su aventura en el sureste mexicano. La francesa se expresa asombrada del país, especialmente de la resistencia cultural contra el asedio estadounidense, los colores en los tejidos y la excentricidad de la gastronomía nacional. Al mismo tiempo, Simone contrasta su entusiasmo con lo que a priori imaginaba que sería su visita:
“No esperaba gran cosa de Mérida, quizá por eso estoy tan deslumbrada. Una auténtica ciudad mexicana a la que América no ha llegado, ni un solo drugstore, ni siquiera para turistas. Los hombres van de blanco con grandes sombreros de paja y las mujeres llevan una especie de camisones blancos con bordados de vivos colores en el cuello y en el dobladillo de las faldas y el pelo recogido en un moño sobre la nuca. Son como puras sangres indias, en sus bellos rostros anchos y chatos reflejan todas las características mayas”.
Después de describir con lujo de detalle cada actividad que realizó durante los primeros días al lado de Algren (a quien se refiere únicamente como A.), Beauvoir alimenta su discurso de referencias de todo el mundo para crear una imagen vívida en la mente de Sartre sobre lo que ve y siente en territorio mexicano. Las comparaciones con las plazas de armas españolas, el calor de Roma y los mercados de Marruecos son constantes; estos últimos causaron especial impresión en la intelectual francesa, que avisaba con emoción su visita a la zona arqueológica de Chichén-Itzá:
“Orgía de frutas, sospechosos caramelos, gambas, pasteles, zapatos, cotonadas, estábamos fascinados. Lo más increíble era una nave inmensa donde la gente se acodaba en mostradores a comer frituras y salsas espesas y olorosas que cocinan en unos infiernillos: me recordó bastante la plaza Djhenna el Fna. Ahora es la una y me voy a comer. A las cuatro nos marcharemos a Chichén-Itzá en un coche para turistas, es una antigua ciudad maya deshabitada que por las fotos parece impresionante: pirámides, tumbas y templos”.
Luego de viajar brevemente por Guatemala, la pareja arriba a la capital mexicana el 12 de junio y se instala en el Hotel de Cortés, aún en pie en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Cuatro días después, Beauvoir envía una segunda misiva a Sartre contando detalles sobre su visita a la Alameda Central, Xochimilco y Chapultepec. La pareja también visita Teotihuacán, contempla con asombro los murales de Diego Rivera en Palacio Nacional y hace una visita relámpago a Pátzcuaro, Michoacán, pues asiste a un par de corridas en la Plaza de Toros México al día siguiente.
“Ando un poco mareada con tantos idiomas, intento expresarme en el poquito español que recuerdo y cuando tengo que hablar con A. vuelvo al francés. O, por el contrario, pensando que tengo que hablarle en una lengua exótica, le hablo en español. Estoy hecha un lío”.
Días antes del regreso a Nueva York, el idilio entre un país que combina cultura prehispánica, el salto a la modernidad y los estragos del subdesarrollo, involucra aún más a Algren y Beauvoir en un tórrido y pasional romance, que llega al clímax cuando en una profunda confesión, el escritor le propone matrimonio. Después de la negativa de Simone y la explicación sobre los vínculos que la unían con Sartre, la pareja vuelve entre charlas entrecortadas al norte de los Estados Unidos.
Ambos se reúnen una vez más en el verano de 1950, cuando Beauvoir cruza de nuevo el Atlántico para encontrarse con Algren que, después de unos días juntos a la orilla de una cabaña en un lago en Idaho, le informa que está a punto de volver con su exesposa. A su regreso a París en 1950, Beauvoir establece una última comunicación con el escritor en forma de despedida:
“Quiero decirte sólo dos cosas antes de partir, y luego no hablaré más de eso, te lo prometo. En primer lugar, espero tanto, quiero y necesito tanto verte de nuevo, algún día. Nunca más pediré verte, no por orgullo, pues no tengo ninguno; pero nuestro encuentro significará algo sólo si tú lo deseas, así que voy a esperar (…) No asumo que me amas de nuevo, ni siquiera que tengas que dormir conmigo, y no tenemos que quedarnos juntos tanto tiempo (…) pero sé que siempre voy a querer que me lo pidas. No, no puedo pensar que no volveré a verte. He perdido tu amor y es doloroso, pero quiero perderte (…) te amo tanto como te amé aquella vez y lo digo con mi ser entero y mi corazón sucio, no puedo hacer menos”.
Aquel viaje a México marcó a Beauvoir para siempre y su relación con Algren jamás volvió a ser la misma, hasta que en 1965 la correspondencia entre ambos terminó definitivamente. Conoce otros aspectos de la vida de una de las filósofas más brillantes de la historia luego de leer “No se nace mujer: llega una a serlo, Simone de Beauvoir”. Descubre la opinión de la feminista sobre su obra más conocida en la “Entrevista a Simone de Beauvoir 26 años después de “El segundo sexo”.