*Este artículo fue publicado originalmente por Christian Becerra el 1 de agosto del 2016 y ha sido editado por Cultura Colectiva
La sociedad predica que la moderación es la clave y que la indulgencia rabiosa es mala para ti, aún así nos dice que debemos luchar por nuestro derecho a todo. Este deseo de vivir a lo grande, comer más, beber más y gastar de más es constante, pero nunca es tan evidente como en celebraciones como la Navidad. Por alguna razón, ponerse completamente borracho en un miércoles de julio es repugnante, pero durante las épocas de celebración es lo esperado, incluso necesario. Quizá nos permitimos ser excesivos durante las fiestas porque nos “promete” felicidad y permitirse a uno mismo un periodo de tristeza durante las vacaciones sería un desperdicio, ¿Cierto?. Pero ¿no deberíamos vivir felices cada día de nuestras vidas?
Algunos podrían llamar a esta tendencia “hedonismo”, término utilizado en distintos contextos, en la filosofía moral sirve para denotar que una vida buena debería ser placentera, en psicología plantea la teoría de que la búsqueda del placer es el principal motivador de la conducta humana. En resumen, si te hace feliz, no puede ser malo… Pero para el filósofo Epícuro esto no es acertado porque el placer y el dolor no pueden ser medibles por simples deseos corporales, porque la felicidad es un estado de la existencia, caracterizado por la ausencia de ansiedad y estrés mental. No son simples placeres físicos, búsquedas vacías por fama, riqueza o poder.
El verdadero placer para Epicuro consiste en la ausencia del dolor en el cuerpo (aponía) y la carencia de perturbación del alma (ataraxia). Esta es la explicación del filósofo:
«Cuando afirmamos que el placer es un bien, no nos referimos para nada los placeres de los disipados, que consisten en embriagueces, como creen algunos que ignoran nuestras enseñanzas o las interpretan mal. Aludimos a la ausencia de dolor del cuerpo, a la ausencia de perturbación en el alma. Ni las libaciones y los festejos ininterrumpidos ni el gozar de muchachos y de mujeres, ni el comer pescado o todo lo demás que puede brindar una mesa opulenta, es el origen de la vida feliz. Sólo es aquel sobrio razonar que escudriña a fondo las causas de todo acto de elección y de rechazó, y que expulsa las opiniones falsas, por medio de las cuales se adueña del alma una gran perturbación».
A veces se lee a Nietzsche como un filósofo que defendía el hedonismo, pero lejos del hedonismo “normal”, Nietzsche proponía un amor de sufrimiento y tragedia parecido a forzarte a ti mismo a mirar Requiem Por Un Sueño una y otra vez. Pero en su mayor parte, la gente que busca “la buena vida” no está constantemente persiguiendo tragedia o placer, sino que buscan la vida con moderación.
Contrario a Epíecuro, Nietzsche cree lo contrario en su visión dionisiaca del mundo en la que ponía como principal placer al del cuerpo, pues pensaba que atender más a goce del alma era renunciar a la vida corpórea y sumergirse en un estado en que el dolor es lo que lleva a la salvación.
Con Platón los placeres terrenales y los deseos corporales deberían ser analizados por fuerzas racionales. Para él, la gente que no podía rechazar el exceso quedaba relegada a una vida no filosófica, una existencia menos digna.
Platon, en Filebo, el diálogo tardío que trata sobre el rol del placer y la inteligencia en la vida conducida por el bien, repara en que el placer no debe ser entendido unívocamente, intentando introducir distinciones en el concepto: no es lo mismo el placer de un licencioso y el de un hombre templado, tampoco lo es el de un insensato y el que experimenta quien practica la prudencia.
El pupilo de Platón, Aristóteles, expuso que una vida virtuosa era una condición para la felicidad o la eudemonía. Era una vida templada en la que las pasiones eran guiadas por una regla de oro, un equilibrio de los deseos por medio del autocontrol. En “La Dolche Vita” todo se resume en lo que es correcto y balanceado.
Según Aristóteles, los placeres que nos vuelven a nuestro estado natural, consisten en los deseos que producen una disposición y una naturaleza en cierto estado de sufrimiento. Sin embargo, hay placeres en los que la pena y el deseo no entran para nada; tales son, por ejemplo, los actos del pensamiento contemplativo respecto de los que nuestra naturaleza ciertamente no experimenta ninguna necesidad.
¿Pero qué saben Platón, Aristóteles, Nietzsche o Epíecuro sobre tener una vida llena de placer en el mundo de hoy? ¿Podemos tomar consejos de gente que nunca tomo un refresco o una Big Mac en su vida?
Desde la comida hasta Netflix, pasando por el alcohol o drogas, nuestra decisión para abordar los placeres con exceso recae en nuestra libertad (con sus restricciones legales).
Alejandro Jodorowsky nos dice “entre hacer y no hacer, has”. Entonces ¿Qué vas a hacer?.
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