A Leni Riefenstahl se le ha llamado el “Ojo de Hitler”, un título que resume casi a la perfección su estrecha y controvertida colaboración con el Tercer Reich. La cineasta no sólo creó la iconografía del nacional-socialismo, sino que dotó al régimen nazi de una personalidad artística que contribuyó a su rápida difusión y aceptación. Y aunque mucho después se reivindicó su papel dentro del testamento artístico que apoyó al Nazismo, su figura es el ejemplo ineludible de esa mezcla peligrosa que pueden llegar a ser el arte y la ideología política. Riefenstahl (1902-2003) utilizó su indudable talento para construir una interpretación de su época lo bastante peligrosa como para considerarse nociva. Es suya esa visión plenipotenciaria y multitudinaria del Nazismo, con sus masas alienadas durante el congreso del partido nacional-socialista en Nuremberg en 1934. También es obra de su ojo infalible y refinado esa asimilación del Nazismo a la cultura alemana, hasta crear una amalgama desconcertante y casi indivisible. Revolucionó el lenguaje del documento histórico, y a través de esa transformación dotó de cierto sentido épico a una conceptualización de la política y, sobre todo, atribuyó méritos a toda una serie de discutibles visiones sobre el arte al servicio del poder.
Más allá de cualquier mérito estético y técnico, Riefenstahl reformuló la teoría política nazi para brindarle una visión histórica nueva. Es probable que la documentalista sea el primer artista audiovisual del siglo anterior en utilizar los símbolos del poder para construir una visión intelectual concreta, una ilusión de majestuosidad que realzó la ideología a niveles desconcertantes. En el documental “Olympia” —en el que se filmaron los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936— no sólo mostró la belleza del deporte —con una estética muy cercana al hedonismo griego—, sino que supo introducir de manera nada sutil ese elemento de segregación racial que el nazismo utilizó como política y sentencia durante su breve existencia.
Para Leni Riefenstahl lo verdaderamente importante era la necesidad de expresar ideas a través de las imágenes, sin que le preocupara su peso histórico o lo inquietante que éstas pudieran parecer dentro del ámbito de una Europa dividida y disminuida en lo político y lo social. La cineasta encontró una manera de construir un nuevo altar de ídolos visuales de dudosa sustentabilidad, pero con el suficiente poder de evocación como para construir una idea nueva. A Leni Riefenstahl se le recuerda más por su colaboración con un régimen político dictatorial que por sus méritos artísticos, su revolución en el lenguaje estético del documental y sus descubrimientos técnicos que brindaron un vuelco a la reinterpretación de la Historia como elemento visual. De la misma manera en la que Ródchenko y Maiakovski en la Unión Soviética, Riefenstahl intentó encontrar un equilibrio entre la propuesta ideológica y la artística.
En una ocasión se le preguntó a Riefenstahl si se arrepentía de alguna cosa. Por entonces, cumplía casi 100 años y se encontraba reducida a la ruina y al descrédito público. Con todo, Riefenstahl aún tenía una versión muy precisa acerca de su vida y la forma en que había formado parte de uno de los momentos más oscuros de la historia contemporánea. “¿De qué soy culpable? Dígame, ¿de qué? ¿De haber vivido esa época? ¿De haber estado allí?”, fue la respuesta de Riefenstahl. Casi 50 años después de que el mundo se asombrara por el profundo contenido intelectual de sus películas, la polémica genialidad de Riefenstahl — bailarina, escaladora, actriz, directora y amiga personal de Hitler— seguía siendo un misterio.
Más allá de toda su carga ideológica, el trabajo de Riefenstahl estaba basado en una profunda y desconcertante devoción por Hitler, con quien tenía una extraña amistad y una afinidad intelectual que la artista defendió durante buena parte de su vida. Según la propia Riefenstahl, su trabajo para el Nazismo era una obra de respeto hacia un hombre “que comprendió a Alemania mejor que cualquier alemán”, una declaración escalofriante por todas sus implicaciones. Quizá por ese motivo se dice que para el dictador Leni Riefenstahl representó a la mujer alemana ideal. Desde luego, para la directora, la figura de Hitler era un ideal confuso entre el poder y una forma de idealización masculina que aún hoy resulta difícil de comprender. Según la misma Riefenstahl, conocer al dictador cambió su vida por completo. “Fue como si se abriera la tierra delante de mí”, describió en sus memorias. Conoció a Hitler en 1932 en un mitin político que se llevó a cabo en Berlín. “En realidad nunca me interesó la política sino la visión de Hitler sobre ella”, aseguró con una rara mezcla de ingenuidad y fanatismo.
Obsesiva, perfeccionista, incansable y sobre todo a la vanguardia del cine alemán, Riefenstahl estaba obsesionada con la capacidad del cine para reconstruir la realidad, convertirla en algo mucho más depurado, elegante y poderoso. Con su estilo pulcro y emocional, construyó una reflexión sobre la realidad basada en la belleza y la epopeya visual. Riefenstahl revolucionó el lenguaje del cine documental, y creó un núcleo discursivo que se alejaba de la torpeza técnica de sus predecesores. En “Olympia” mostró al deporte como una forma de celebrar la belleza aria; pero además elaboró un mensaje mucho más perturbador escondido bajo las brillantes imágenes de jóvenes extraordinarios: la búsqueda de la pureza racial. Utilizó todo tipo de avances técnicos de su propia invención para crear una noción sobre el poder físico del pueblo Alemán.
Con todo, Leni Riefenstahl se mantuvo al margen de los peores crímenes del Nazismo. Jamás perteneció al Partido Nazi. En sus palabras: “sólo fui una observadora de un fascinante proceso histórico”. Según toda la evidencia disponible, Leni Riefenstahl sólo miró, filmó y montó. Jamás asistió a mítines de apoyo a la progresiva destrucción de la libertad colectiva que simbolizó el Nazismo, y tampoco se identificó con el creciente discurso de odio que comenzó a salpicar la propaganda oficial. Pero tampoco lo contradijo ni se opuso. Y fue a esa endeble disculpa la que usó durante los juicios e investigaciones a la que fue sometida luego de finalizada la guerra.
En lugar del silencio que la mayoría de los oficiales nazis usaron como defensa, Leni Riefenstahl se empeñó en demostrar que su versión artística del Nazismo era sólo una percepción del ideario y no un apoyo tácito irrestricto. “Yo no fui nazi ni lo soy; yo no fui antisemita”, insistió una y otra vez. A pesar de las evidencias, de las pruebas que demostraban que era parte del círculo cercano de Hitler, que incluso Goebbels llegó a decir: “ella es la única de las estrellas que de verdad nos entiende”, Riefenstahl negó que su trabajo fuera más que arte. “No puedo permitir que se denigre el trabajo de mi vida en algo tan brutal y vulgar como la guerra”, escribió en sus memorias. Y esa sencilla frase parece resumir la insistencia de Riefenstahl en impedir que su obra fuera clasificada como simple propaganda o panfleto ideológico.
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Leni Riefenstahl forma parte de los cineastas que plasmaron la realidad de la Alemania nazi. Como ella, algunas mujeres han dejado una importante huella en la historia del séptimo arte. Aquí te compartimos una lista de las mejores películas de terror dirigidas por mujeres.