“Fueron reales, pero de tanto contarlos se hicieron leyenda.
O al revés: fueron leyenda y de tanto contarlos se volvieron verdad. Es lo de menos”.
Laura Restrepo
Todos hemos escuchado alguna vez historias de sucesos extraños y fantásticos ocurridos en tiempos remotos, en calles viejas, en pueblos lejanos. Relatos que asustan o simplemente dejan una duda inquietante en nosotros, cuentos que los abuelos narran para evitar que hagamos una travesura; historias que han pasado de generación en generación y han ido “adaptándose” al paso de los años convirtiéndose, muchas veces, en cuentos conocidos por todos.
La leyenda en México, y en todo el mundo, ha sido parte fundamental de la literatura tradicional de un pueblo, no sólo por guardar aspectos de una cultura, sino por trasmitir lecciones a través de relatos que ejemplificaban las consecuencias de salirse de las normas establecidas; se buscaba preservar en la memoria colectiva los hechos, personajes y fenómenos como un modelo de conducta social o aleccionamiento de manera didáctica, además de proyectar la realidad a través del cristal de la fantasía(1).
Escritores como Roa Bárcena, Vicente Riva Palacio, Juan de Dios Peza; el historiador Luis Gonzáles Obregón y Guillermo Prieto encontraron en la leyenda una veta escritural, desde la readaptación, la fijación y compilación de las leyendas, todos ellos muestran el crisol de pensamientos en todo el territorio nacional e, incluso, inauguran géneros literarios como Roa Bárcena y el primer cuento fantástico en México: “Lanchitas”, basado en una leyenda.
La oralidad e indeterminación espacio-temporal de la leyenda constituyen sus elementos base y con los que se puede “jugar” -allí el acierto de Bárcena en su texto-, pues a partir de éstos se abren los caminos de lo sobrenatural en la leyenda y los del fantástico en el cuento, mismos que nos llevarán a preguntarnos: ¿es verdad lo que estoy escuchando? Creer o no en ello —al menos en el caso de la leyenda— siempre dejará la incertidumbre y la duda clavada en nosotros, ya que los primeros receptores de ella han dado por hecho que los acontecimientos narrados son verídicos gracias a las indeterminaciones temporales con las que se cuenta y la nula aclaración por parte del narrador o narradores, pues la leyenda es un cúmulo de voces que se unen en una para expresar la visión colectiva a la que pertenecen sin buscar la verdad secreta en ellas.
México está lleno de leyendas que han llegado hasta nuestros días, basta nombrar la más conocida y jamás puesta en duda: La llorona, relato que todos hemos escuchado desde niños, ya sea en su versión colonial o la de los antiguos aztecas, ha encontrado en el imaginario colectivo testigos de su existencia. ¿Quién no ha escuchado la leyenda del Callejón del diablo, a un costado de una famosa universidad en el barrio de Mixcoac, y ha ido -movido por la curiosidad- a encontrarse con el diablo en este famoso callejón?
Así como éstas, muchas otras leyendas han dado nombre a un sinfín de calles por las que transitamos a diario, sin saberlo caminamos sobre historias inverosímiles, fantásticas y sobrenaturales que nombraron durante la Colonia las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México y que hoy, perdidas entre ambulantes y comercios, se han olvidado.
República de Perú, calle que alberga a la Arena Coliseo, donde los amantes de las luchas y el box se dan cita -antes llamada “Puerta falsa de Santo Domingo”-, fue testigo del formidable y espantoso suceso ocurrido entre 1670 y 1680 en el número 3, ahora 100, de esta calle. Cuentan los “testigos” de tal acontecimiento que ahí vivía un clérigo amancebado con una mala mujer como si fuera su legítima esposa. Dicho de esto, el compadre del clérigo, un herrero que no vivía lejos de ahí en la Casa del Pujavante – conocida así, antiguamente, y que hoy ha sido reedificada-, le hacía notar al clérigo la mala vida que llevaba y exhortaba a regresar al camino del bien. Mas como todos, cegado por su necedad, los consejos del buen herrero fueron en vano. Cierta noche, el herrero oyó llamar a la puerta de su taller, aunque perezoso por atender al llamado, éste abrió y se encontró con dos negros que llevaban una mula y un recado suplicándole herrase a la mula pues saldría muy temprano. Disgustado por la hora, realizó el trabajo y clavó las herraduras a las patas del animal. Al siguiente día por la mañana, el herrero se presentó en casa del clérigo para saber por qué la prisa de herrar a la mula. Claras las preguntas y las explicaciones de no mandar a herrar ninguna mula, los dos compadres acordaron que algún travieso le jugó una broma al herrero. Así el clérigo corrió a despertar a su mujer, pero después de uno, dos y tres llamados ésta no respondía: había muerto. Los dos compadres contemplaron mudos de espanto aquel descubrimiento y horrorizados notaron que la mujer llevaba en las manos y los pies las herraduras que durante la noche fueron clavadas a la mula(2).
No cabe duda que las leyendas son parte de la cultura de México y parte de la construcción de la identidad de muchos barrios, Estados y ciudades del país, además de ser una tradición de entretenimiento y convivencia entre las personas.
Leer o escuchar estas historias nos hacen conocedores de nuestras raíces y del imaginario colectiva, además podemos compartirlas con otros que deseen conocer un poco más de nuestra cultura.
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Muchas épocas, muchos espacios y personajes se mezclan y dan origen y paso a características que nos definen como sociedad, pues la tradición oral es una de las maneras en las que damos a conocer las diferentes culturas, por esa razón te compartimos algunas Leyendas de terror que atormentan al mundo.
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(1)Álvarez, Rogelio José, Leyendas mexicanas, España, Everest, s.a., p. 13, tomo I
(2)La calle de la mujer herrada en Luis Gonzáles Obregón, Las calles de México, leyenda y sucedidos. México: Porrúa, 2009. Col. Sepan cuantos no. 568.