Texto escrito por: Sergio Sepúlveda
Hay leyendas, rumores y hasta chismes que la gente encuentra demasiado atractivos y los da por ciertos. Muchas veces creemos lo que vemos, pero también nos gusta creer en lo que nos llena de gozo, aunque no esté comprobado por nuestra mirada. Este gusto por lo fantasioso encuentra un catalizador cuando algo nos promete vivir siempre jóvenes, como el mito de la fuente de la eterna juventud que ha pasado de generación en generación, desde las Historias de Heródoto, escritas en el siglo IV antes de Cristo, hasta nuestros días en que los doctores en cirugía plástica llenan sus arcas al resanar las huellas del tiempo. Maldita arruga, bendito Botox.
En el mencionado texto de Heródoto se narra la larga vida de los etíopes, que en promedio alcanzaban 120 años. ¿Cuál era el secreto? Su comida principal era carne cocida y leche, pero la clave de su longevidad estaba ligada a una fuente cuya agua hacía ver reluciente al que se introducía en ella, además del aroma delicioso que le impregnaba a la piel de cada usuario. Malditas canas, benditas aguas termales.
Después, en cada época hubo interpretaciones de la supuesta fuente de la eterna juventud, mismas que generaron otras leyendas de aventureros que salían en busca de ella; así, hasta que se mezcló la ficción con la realidad. Por ejemplo, a Juan Ponce de León, quien fue el primer gobernante de Puerto Rico, le han inventado la historia de ser uno de los más incisivos buscadores de dicha fuente. Lo cierto es que este hombre encabezó a su país hasta que en 1511 fue destituido por Diego Colón (primogénito de Cristóbal Colón), entonces salió de la isla buscando nuevos territorios y lo que descubrió fue algo más hermoso que una fuente: la península de Florida. Malditas estrías, benditos mapas de la tierra prometida.
La vampira
Un siglo después del principado de Vlad Tepes en Valaquia (hoy sur de Rumania), nació una mujer en el seno de una de las familias
más poderosas de Transilvania: la húngara Elizabeth Báthory. Ella es reconocida por el libro Guinness de los récords como la mayor asesina serial de la historia; se calcula que mató a más de 600 mujeres vírgenes para untarse su sangre y mantenerse joven. Maldito espejo que escupe la verdad a la cara, bendito labial carmín.
Báthory fue una joven privilegiada porque no sólo tenía dinero, también tuvo acceso a la educación que estaba reservada a unos pocos, aun dentro de la clase alta. Desde los 11 años fue comprometida para casarse con su primo Ferenc Nádasdy, boda que se consumó cuando ella cumplió 15, sólo cinco menos que él. A Ferenc le llamaban el Caballero negro de Hungría debido a que tenía el mismo método que Vlad Tepes para torturar y acabar con sus enemigos: el empalamiento. Maldita muerte, bendita su demora.
Se cuenta que el matrimonio fue una buena pareja, que incluso compartían el gusto por la disciplina extrema para sus trabajadores. Procrearon tres hijas y un hijo, otros dos murieron pronto, pero meses antes de cumplir 30 años de matrimonio Elizabeth enviudó y empezó la masacre. La leyenda cuenta que en una ocasión Elizabeth era peinada por una de sus sirvientas y, de forma accidental, le jaló el cabello. Su piel quedó salpicada con la sangre de la ayudante luego de un golpe en la nariz. El enojo de la condesa se transformó en asombro, ya que ante sus ojos notó que la sangre derramada había desaparecido sus arrugas. Había encontrado el remedio para retrasar el envejecimiento, había descubierto la crema para mantener su piel radiante, hallazgo valioso en una época en que las mujeres morían apenas rebasados los 40 años. Entonces volvió cómplices a sus trabajadores más cercanos para matar a su peinadora y bañarse con su sangre tras degollarla. Maldita obsesión por lo perfecto, bendita complicidad con la inmortalidad.
El plan de Elizabeth Báthory se puso en marcha. Empezó a torturar a mujeres jóvenes, adolescentes y menores de 30 años, todas de clase humilde que llegaban a trabajar a su castillo. Con cualquier pretexto las sometía a castigo por su mal desempeño, pero en realidad era la forma de robarles su sangre. Las picaba, cortaba, degollaba y hasta las mordía como una auténtica vampira. Mandaba a enterrar los cuerpos, pero los rumores de que algo macabro sucedía en el castillo iban de boca en boca; con el aumento de las desapariciones de la gente que llegaba a trabajar con la condesa, nadie quería acercarse a su propiedad. Entonces ella cambió la forma de reclutar a sus víctimas. Utilizó sus contactos con la clase alta para ofrecerles educación y formación a las jovencitas de buenas familias a cambio de que la asistieran. Muchas aceptaron la atractiva oferta sin saber que entrarían al castillo, pero no saldrían vivas. Decenas de ellas acudieron al llamado para pintar con su sangre la piel de Elizabeth y las paredes de los sótanos nauseabundos. Maldita gente sin corazón, bendita sangre azul que rara vez sirve para algo.
Las sospechas aumentaron, empezaron las acusaciones contra la condesa, no tanto de asesina como de bruja. El rey Matías II de Hungría se enteró y envió a Jorge Thurzó, un primo de Elizabeth Báthory, a investigarla.
Más de cinco años de crímenes, cientos de mujeres ordeñadas y más de tres mil litros de sangre: imposible esconder tanto dolor. Los cómplices de la condesa fueron quemados en la hoguera, pero a ella no se le podía enjuiciar, por su nobleza. Entonces, Elizabeth Báthory fue condenada a cadena perpetua; la encerraron en su propio castillo. Pero el arresto domiciliario de la época no era nada laxo, la metieron en su aposento, sellaron puertas y ventanas y dejaron tan sólo un mínimo hueco para llevarle alimento. Nadie más la vio hasta que murió con 54 años de edad, tirada boca abajo en su celda. Todos los registros de su historia fueron guardados celosamente, y mencionar su nombre fue algo prohibido por más de un siglo. En las zonas cercanas a Hungría se le despreció por mucho tiempo y se le nombraba como la “puta húngara”. Maldita vieja, bendita vejez digna.
¿Qué beneficios tiene consumir sangre humana?
En la actualidad la ciencia tiene más argumentos para saber si la sangre humana puede ser la fuente de la eterna juventud. Hoy sabemos que beberla puede resultar tóxico para el cuerpo debido a las altas concentraciones de hierro. Entonces podemos suponer que un vampiro que consuma sangre humana como su dieta principal, presentaría a mediano plazo problemas en hígado y riñones que lo pueden llevar a la muerte. Además, al pensar que beber sangre humana es una herramienta de belleza, estamos ignorando la cantidad de calorías que tiene nuestro rojo fluido; un mililitro de sangre tiene el doble de calorías que un mililitro de cerveza. Maldito sobrepeso, bendita desfachatez en bikini.
No obstante, hay que darle algo de crédito a la condesa Báthory, pues su obsesión parece pionera en el tema cosmético, ya que hoy sabemos de los tratamientos estéticos que consisten en centrifugar la sangre de una persona para obtener plasma rico en plaquetas (PRP), el cual es inyectado en el rostro de la persona para reducir los estragos del envejecimiento; no sólo para eso, también se utiliza para ayudar en la reconstrucción más rápida de los tejidos, incluyendo usos ortopédicos y traumatológicos. Malditas heridas del tiempo, bendita ciencia joven.
Hay más. Se ha encontrado que las transfusiones de sangre, de ratones jóvenes a ratones viejos, mejoran la memoria y la movilidad de los ratones ancianos. Así que algo tiene la sangre que sí reanima. De encontrarse el secreto se habrá hallado no la vida eterna, pero sí una dosis que mantenga nuestra mente joven, con los recuerdos de cada risa, de cada lágrima, de cada cana, de cada vez que el viento nos ha despeinado, de cada arruga, de cada línea de expresión. Benditos registros de nuestro andar entre vampiros. Difícil de creer.
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