Después de recorrer México de punta a punta durante 28 días, cerca de medio millar de personas que forman parte de la caravana migrante han llegado a Tijuana, la ciudad que marca el límite de Latinoamérica y la última frontera antes de llegar a los Estados Unidos.
A pesar de que Tijuana y su vecina estadounidense, San Diego, forman una zona metropolitana que se extiende kilómetros dentro de ambos países y alberga a más de 5 millones de habitantes, se trata de una de las fronteras más infranqueables del mundo. Con vigilancia las 24 horas, los tubos de acero que se levantan por encima de los tres metros de altura desde el mar son tan sólo la primera barrera física que se impone entre ambos países, seguida de otros dos filtros que incluyen sensores eléctricos, detectores de movimiento y alumbrado de alta intensidad.
Además de los 5 mil 600 efectivos del Ejército estadounidense desplegados por zonas estratégicas de la frontera –que según James Mattis, Secretario de Defensa, únicamente “cumplen con apoyo logístico para evitar la entrada ilegal a su país”– y la fortaleza que divide a California de Baja California, los migrantes se enfrentan a otro obstáculo, quizás el más duro y el mejor reflejo de la administración de Donald Trump: cientos de civiles armados que viajan hacia la frontera sur para evitar a toda costa el acceso de los migrantes a territorio estadounidense.
Se trata de grupos de voluntarios autodenominados “milicias civiles”, que consideran que el éxodo de la caravana de su país de origen es una auténtica amenaza para la sociedad estadounidense, influenciados por las distintas comparecencias públicas de Donald Trump, en las que se ha referido a los miles de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños como “una invasión”.
Los milicianos se identifican con el activismo de extrema derecha y desde el 6 de noviembre pasado han comenzado a movilizarse hacia distintos puntos de la frontera con México, acompañados de casas de campaña, refrigeradores, drones, carpas y rifles. Su intención es “apoyar a los militares” para evitar el acceso de los migrantes centroamericanos.
La convocatoria más importante hasta el momento es la realizada por el grupo de Texas Minuteman, cuyo presidente, Shannon McGauley, aseguró al Washington Post el apoyo que ha recibido desde distintas latitudes al norte del Río Bravo, desde donde espera organizar a más de mil milicianos. En su página web oficial, el grupo extiende el llamado a través de un comunicado:
«El Proyecto Minuteman está llamando a todos a converger en la frontera de EE.UU.-México de inmediato para respaldar a las fuerzas de seguridad y militares de los EE. UU. Se necesita su presencia en todas partes a lo largo de la frontera de 2,000 millas desde San Diego, California hasta Brownsville, Texas en cualquier momento durante los próximos 90 días. Únete a los grupos de Minuteman existentes en la frontera, o cree sus propios grupos independientes de sus comunidades y elija cualquier área a lo largo de la frontera para configurar sus campamentos de observación y apoyo».
Los habitantes de poblaciones fronterizas en Arizona, California y Texas han mostrado una preocupación reciente por la movilización de los civiles armados, pues algunos pobladores se han enfrentado a experiencias similares desde hace al menos 13 años, en los que distintas caravanas cazamigrantes han rondado las localidades más próximas a la frontera sur fuertemente armadas, mientras la tensión aumenta de uno y otro lado conforme la caravana migrante más grande de la historia de Latinoamérica se aproxima a las puertas de su destino, donde el racismo, la intolerancia y xenofobia se manifiestan en los muros del país más poderoso del mundo.
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