Todos han escuchado sobre las atrocidades del Holocausto. El nombre de Adolf Hitler de inmediato recuerda los millones de judíos que murieron y el sufrimiento de las naciones a costa de un sueño bélico. Los libros están plagados de datos sobre ese periodo de la humanidad y presentan relatos sobre los llamados héroes y villanos que definieron el mundo en el que se vive actualmente. Lo mismo sucede con el resto de sucesos que las personas han podido documentar. Sin embargo, la historia suele apostar por resaltar algunas atrocidades y evitar mencionar otras cuantas, especialmente cuando la imagen de un país entero está en riesgo.
Estados Unidos se ha ganado un papel glorioso y resplandeciente frente al mundo con esta política. Aunque acepta abiertamente el racismo en contra de sus ciudadanos, evita hablar de sus peores transgresiones. Como muestra, el trabajo forzado de las comunidades chinas y los campos de concentración donde encerraron a miles de japoneses sin ningún motivo más que la paranoia de sus líderes políticos.
La paranoia a la inmigración no es nueva
En los últimos meses, el mundo se ha indignado con los comentarios racistas y excluyentes de Donald Trump, quien asegura que los mexicanos están arruinando Estados Unidos y que los chinos también son culpables. Hace 200 años el pensamiento era similar. A fines del siglo XIX la situación económica en China causó que miles de personas buscaran una mejor vida en la llamada “tierra de la libertad”, mudándose y consiguiendo empleos dignos. Lo que encontraron fue rechazo, desprecio y odio de una cultura que los veía como seres inferiores. Se les llamó “la amenaza amarilla” y para evitar que tomaran el control de sus tierras, se les ofrecieron sólo los empleos que los estadounidenses no querían hacer.
Al inicio, se desarrollaron distintas leyes para evitar que tanto los chinos como los japoneses pudieran poseer tierras o convertirse en ciudadanos a pesar de vivir en Estados Unidos. Se incitó a la sociedad local apartarlos y eventualmente comenzaron a trabajar como mineros, obreros y albañiles, se decía que debido a su inferioridad se les debía asignar un empleo “indigno”. No existen registros claros y pocos autores han abordado el tema, pero se dice que los trabajadores recibían de uno a tres dólares por un sólo día de trabajo. Esto sucedió durante la “fiebre del oro” y empeoró cuando se ordenó la construcción del primer ferrocarril transcontinental.
Algunos registros apuntan a que miles de individuos chinos y japoneses murieron debido a las largas horas de trabajo forzado sin detenerse, la malnutrición consecuente a sus bajos recursos y las distintas adversidades que se encontraban durante la construcción del ferrocarril. Además del hecho de que en ese entonces no existían leyes laborales que protegieran a los empleados, nadie se preocupaba por ellos y sólo algunas comunidades se atrevían a ofrecerles su ayuda. Al finalizar la constricción del tren, algunos comenzaron a trabajar en los hogares de los estadounidenses a cambio de un techo en donde dormir y comida. Era un sistema que podría definirse como esclavitud voluntaria. La segregación que sufrieron fue similar a la de los afroamericanos, pero ya no se habla al respecto.
¿Qué harán con los espías?
Trump afirmó que el expresidente Obama intervino sus teléfonos y durante gran parte de la campaña aseguró que los rusos aún no abandonan sus técnicas de espionaje. El hombre representa la constante paranoia del país y su afán por ser escuchado por otras naciones. Por ese motivo, Edward Snowden (Wikileaks) se enfrenta a una sentencia grave si regresa a Estados Unidos. Reveló datos secretos de la CIA para informar al pueblo y aunque es un verdadero héroe, expuso las fallas de su gobierno.
Desde la Segunda Guerra Mundial tienen ese miedo constante y en ese entonces llegó tan lejos que crearon campos de concentración en los que encerraron a miles de japoneses inocentes, después del ataque de los japoneses a la costa de Pearl Harbor.
Se tienen pocos registros de estos lugares y aunque la mayoría apunta a que no eran tan horribles como los que creó Alemania para los judíos, se especula la violación sistemática de los derechos humanos. Interrogaron a varios de ellos y los torturaron con tal de saber si eran espías. No todos los campos fueron supervisados por los altos mandos y no se guardaban muchos documentos. Nunca se pudo probar que algún prisionero haya mandado información al extranjero.
Estados Unidos aprendió a borrar su marca violenta de la historia. Ese suceso impulsó un racismo más fuerte, lo que derivó en que tanto los chinos como los japoneses establecieran sus propias comunidades, para protegerse. Se mantuvieron en silencio y –a diferencia de los afroamericanos– pocas veces recuerdan esos hechos en su historia como migrantes.
Estados Unidos también impulsó a México para que creara sus campos de concentración y fueron establecidos en Veracruz. Una prueba más de que ese país nunca ha sido un completo héroe y tiene las manos llenas de sangre y una doble moral, reflejada en generaciones de racismo y rechazo ante los migrantes. Es imposible confiar en los libros cuando la información se manipula para hacer que algunas naciones parezcan inocentes. Afortunadamente la historia se repite y en individuos como Donald Trump es posible mirar ese pasado, la máscara y la falsedad con la que E.U. mira al mundo en realidad.
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