Por nuestras venas corre la sangre guerrera de un pueblo prehispánico; somos una raza violenta, poeta, religiosa. Somos hijos de dioses, hijos de la madre tierra que defraudamos cuando Cortés llegó a caballo a conquistarnos; somos todo aquello que hemos olvidado, que nos esforzamos por dejar atrás, avergonzados. Después de la colonización, el mexicano comenzó un largo proceso de conversión en sus creencias. Antes de Hernán, creíamos en el dios Sol, en la lluvia, en la vida, en la muerte. Nuestra sociedad tenía una organización perfectamente orientada al servicio de un emperador. Creíamos en el servicio.
Hoy quedan vestigios del imperio que alguna vez fuimos, centenares de etnias indígenas, culturas que se aferran a cada bocanada de historia para transformarla en vida. En ellos duerme la magia de nuestro pueblo, son las raíces de esta nación. En la actualidad estamos interesados en obtener créditos que nos permitan ser parte de una globalización ideológica y materialista, nos esforzamos por obtener filosofías, costumbres y creencias que están muy alejadas de lo que somos por herencia.
A pesar de este meticuloso esfuerzo por disfrazarnos de todo aquello que no somos, existe dentro de nosotros —en cada gota de sangre— una historia indígena que se aferra con garras a nuestros huesos y que se niega a morir. Son nuestros antecesores gritándonos al oído que no olvidemos de dónde venimos. Con la llegada de los españoles inicia un eterno periodo de mestizaje, somos hijos de ese proceso.
Si bien ya no existimos por completo como raza indígena, lo somos en un porcentaje alto; es esto lo que nos hace creyentes de una serie de dioses que sustentan y han sustentado nuestro equilibrio teológico.
El mexicano cree en el futbol como válvula de escape a la realidad política y social que vive, pues es hijo primogénito del juego de pelota. En este país el futbol es el verdadero opio del pueblo. Mediante este deporte el gobierno nos paraliza y nos adormece el espíritu de revolución y lucha. Como raza indígena somos susceptibles a los momentos de euforia. El mexicano cree en el presente y pocas veces piensa en el mañana. Nuestra falta de interés por la política nos hace frágiles ante dioses de papel.
Como indios mostramos poco interés por todo; por el crecimiento y el retroceso, por la vida y la muerte y somos seguidores de todo aquello que nos brinde placeres momentáneos. La conquista nos convirtió en un pueblo hambriento que reconoció la oportunidad para comer como escasa y formamos la creencia de hacerlo hasta el hartazgo, pues no teníamos la certeza de tener comida en el futuro. El mexicano comía para tres o más días. Por eso hoy mostramos esa debilidad por la comida y le brindamos, en muchas ocasiones, un culto desmesurado.
Creemos también en la reproducción, la raza india tiene dificultad para formar lazos afectivos, cree en la unión de pareja como una forma de evitar que la estirpe desaparezca.
Las celebraciones y tradiciones tienen su origen en el ímpetu del indio por la exaltación de los bienes dados por la madre naturaleza, por todo aquello que la vida da y la muerte quita: día de muertos, danzantes aztecas, la ruta del peyote en Huiricuta o los voladores de Papantla son algunos ejemplos de las creencias de nuestras culturas prehispánicas.
Qué sería de la fe mexica sin la diosa tequila tomándole del brazo, somos un pueblo embravecido en el culto por la embriaguez, cada vez que organizamos un tributo con alcohol como acompañante estamos siendo sensibles a nuestra voz indígena.
El pensamiento de dar la bienvenida a los dioses le costó a Moctezuma la traición de Cortés, el emperador impresionado por aquel hombre que llegó montado a caballo por los mares del golfo, ofreció los servicios de su pueblo ante las manos de un mercenario que aprovechó la buena fe del indio mexica para traicionarlo. Ésta es una virtud que juega como pecado en nuestra historia.
México es tierra de dioses colonizados, alguna vez la madre naturaleza fue ama y señora de nuestras acciones y creencias, hoy somos un pueblo invadido que poco a poco pierde su esencia. Somos una hermosa raza en peligro de extinción y parece que estamos más preocupados por desaparecer que por emerger de nuestras entrañas. Si te sientes vacío en tu esencia nacional tal vez tienes que empezar a indagar en tus creencias indígenas para entender y llenar todos los espacios en blanco para recordar nuestra herencia mexica.
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