No es que se trate de satanizar a la Iglesia Católica ni mucho menos, más bien se trata de un esfuerzo por darle visibilidad a un problema que se ha encargado de encubrir por décadas, logrando que sus curas y otros miembros de alto rango eludan la ley por sus delitos cometidos, incluso cuando se dan a conocer todas las pruebas de los abusos, así como los testimonios de sus víctimas.
[Norberto Rivera con el Papa Francisco.]
Estas declaraciones de curas mexicanos son muestra de cómo en ocasiones la institución y sus protocolos pesan tanto que sus miembros se concentran en minimizar el escándalo, pues simplemente se trata de personas que no encuentran nada de malo en el abuso de un niño o bien, algunos más que creen que los menores tienen la suficiente malicia para maquinar tal pensamiento y tales acusaciones, como lo hizo el Cardenal de Veracruz, Sergio Obeso Rivera:
«A veces quienes nos acusan (de pederastia) deberían tener tantita pena, porque suelen tener ellos una cola que les pisen muy larga».
Sin duda esta apología a los sacerdotes pederastas no puede ser más que indignante, puesto que desestima los testimonios de las víctimas y provoca que otras personas que aún no han denunciado su caso decidan no hacerlo, no por represalias, sino por la imperante impunidad y decepción ante la falta de credibilidad y acción, tanto de los altos funcionarios eclesiásticos como de las autoridades civiles.
O bien, existen casos en los que deciden desviar la atención de la Iglesia y apuntar a otros lugares donde este problema se presenta, como en el caso del obispo Felipe Arizmendi de San Cristobal de las Casas.
«Es muy difícil para un sacerdote mantenerse casto y célibe cuando hay tanto incentivo en sentido contrario. No queremos rehuir a nuestra responsabilidad, pero toda la sociedad tiene que revisarse».
Su declaración no terminó ahí:
«Cuando hay “un libertinaje sexual generalizado” es más común que haya casos de pederastia, no sólo clerical […] hay muchos casos en la propia familia, en las escuelas y otros ambientes».
Es una realidad que actualmente vivimos constantemente expuestos a imágenes de alto contenido sexual; no obstante, esto no puede ser excusa para que ese tipo de abusos —en cualquier ámbito, no sólo el eclesiástico— se cometan, tampoco puede ser un argumento utilizado para defender y excusar a los sacerdotes pederastas.
Otra gran opinión y la más reciente fue la del cardenal Sergio Obeso Rivera, de Veracruz, quien fue cuestionado poco tiempo después del reporte del Gran Jurado de Pensilvania:
«Yo ahorita vengo contento, para hablar de cosas bellas, no de cosas problemáticas, es una acusación que se hace y en algunos casos es cierta, pero mal de muchos, consuelos de tontos, porque a veces quienes nos acusan (de pederastia) deberían tener tantita pena, porque suelen tener ellos una cola que les pisen muy larga».
[El Papa Francisco y Sergio Obeso Rivera durante su consagración como cardenal.]
Además de lo polémico de su declaración, la realidad es que incide en un proceso de invisibilización del problema, pues no de los factores que han permitido que los casos de abuso sexual sigan ocurriendo es creer que no vale la pena hablar de ello. Del mismo modo, inadvertidamente demuestra la posición de la Iglesia y el modus operandi frente a este tipo de situaciones: ocultar lo que sucede y minimizar el escándalo.
En efecto, el abuso sexual y la violación de niños no es “una cosa bella”, pero no por ello deberíamos dejar de hablar al respecto ni de denunciar estos casos.
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