A un año de los acontecimientos que ensombrecieron con una nube de polvo el 19 de septiembre, emergió de los escombros aquella grieta que nos había acompañado desde 1985. Una herida que creímos sanar, no fue más que un recordatorio de lo vulnerables que podemos llegar a ser ante cualquier fenómeno natural.
Estamos rodeados de fracturas, de escombros, de polvo ineludible a nuestra memoria histórica. México se encuentra asentado en una zona de alta actividad sísmica que se reconoce desde la época prehispánica; existen diversos códices donde los antiguos habitantes describían el origen de los sismos como el tropiezo del sol y otros cuerpos celestes cuando estos caminaban bajo la tierra. Tlalollin, es el nombre del glifo o signo gráfico que se utilizaba para explicar el movimiento telúrico, su nombre resultaba de la asociación tlalli o tierra, ollin o movimiento y al centro “el ojo de la noche” que aludía al momento que se registraba el movimiento. Más tarde, los cronistas españoles como Bernardino de Sahagún, relataron varios sismos que ocurrieron en la Nueva España.
Por eso a principios del siglo XX México fue uno de los países que se aliaron para crear la Asociación Sismológica Internacional con el fin de mejorar la instrumentación sísmica a nivel mundial y el 5 de septiembre de 1910 el gobierno decretó la fundación del Servicio Sismológico Nacional (SSN) bajo el cargo del Instituto Geológico Nacional.
Desde ese momento y hasta hoy, el SSN registra, almacena y distribuye datos del movimiento del terreno para informar a las autoridades y a la población en general, siendo el instrumento de difusión y divulgación más importante de la información sismológica. El problema es que en México se registran entre 4 y 5 temblores al día, de intensidad tan baja que son casi imperceptibles y hacen imposible obtener un recuento de toda la actividad sísmica en nuestro país.
Más sencillo y urgente es registrar y recordar los sismos más destructivos, como los siguientes tres que son una pequeña muestra de los al menos 14 sismos que han sacudido a nuestro país con gran intensidad y poder de destrucción.
Temblor Maderista
Conocido así por registrarse el 7 de junio de 1911, mismo día que Francisco I. Madero entró a la Ciudad de México en la época de la Revolución Mexicana; dejó a la colonia Santa María Ribera como la zona más afectada, así como el Palacio Nacional y el Instituto Geológico. Con epicentro en las costas de Michoacán, tuvo una una magnitud entre 7.7 y 7.8 grados en la escala de Richter, deformó rieles de tranvía, creó grietas en las calles y destruyó 119 casa en el entonces Distrito Federal.
El sismo del ángel
El sismo del 28 de julio de 1957 con una magnitud de 7.9, colapsó la estatua de la Victoria Alada de la Columna de la Independencia, mejor conocida simplemente como “el ángel”. Su epicentro se ubicó cerca del puerto de Acapulco y las cifras de daños ascendieron a 67 muertos y casi 500 heridos, pero le ganó a la Torre Latinoamericana el premio del American Institute of Steel Construction por ser el edificio más alto en resistir una fuerza sísmica tan intensa, gracias al diseño de sus cimientos que permiten que ofrezca menos resistencia al movimiento.
Terremoto de Orizaba
El 28 de agosto de 1973 se registró el sismo más intenso en el país, con una magnitud de 8.8 con significativas afectaciones en Puebla, Oaxaca y Veracruz. La cifra de muertos es la segunda más alta causada por un terremoto en el país, 527 según datos oficiales y cerca de 1,200 según números extra oficiales, pues como tuvo lugar durante las primeras horas de la madrugada, la mayoría de los habitantes de las zonas afectadas se encontraban durmiendo.
Pese a las implementaciones de nuevos avances tecnológicos para detectar y prevenir un fenómeno natural es importante reconocer que la sismicidad de nuestro país debe contrarrestarse por una demanda social que involucre mejores condiciones de vivienda.
Los cimientos de nuestras sociedad se han conformado por una fuerza resiliente, reflejada en la forma de actuar y de solidarizarse con quien más lo necesite ante cualquier desastre natural. Nuestra memoria está forjada a través de una tierra que nos sacudió (y nos seguirá sacudiendo) incontables ocasiones para levantarnos y ponernos de pie las veces que sean necesarias, pero con mejores mecanismos de prevención, de apoyo, de exigencias. Que las capas de la tierra se muevan por los gritos de una sociedad civil en reconstrucción, de los escombros a la esperanza.
Si quieres saber más sobre los sismos históricos de nuestro país y sobre las diferencias entre el terremoto de 1985 y el de 2017, visita la exposición Sismos 1985/2017. De los escombros a la esperanza hasta el 31 de octubre en el Museo Memoria y Tolerancia en la Ciudad de México
¿Qué pasó con las comunidades que lo perdieron todo en el 19S? y ¿Aprendió algo el gobierno del sismo de 1985?