La Ciudad de México es un lugar enigmático y lleno de contrastes. En sus calles se respira la prisa con la que sus habitantes se trasladan a sus destinos. A veces ninguno se ve a los ojos, pues los fijan en el movimiento apresurado de sus pies. Muchos ignoran los ruidos de cláxones, vendedores ambulantes y conversaciones ajenas a través de los audífonos para abstraerse de la realidad. Otros tantos deciden comprometerse, como aquellos amantes que conocen sus cuerpos de memoria, con el tacto de las páginas de un libro.
Y si volvemos algunos siglos atrás, el vasto espacio que ocupa el actual valle de México era compartido por pueblos que hablaban un idioma, y compartían modos, usos y costumbres semejantes. Es así como en la actualidad y en tiempos globalizados, nuestra ciudad es un referente de multicultural y multidiverso, pues alberga a miles de personas de distintas nacionalidades, razas y etnias que comparten el mismo espacio vital todos los días.
Mucho se ha hablado de la grandeza, organización social y religiosa con la que contaban los pueblos Tepanecas, Mexicas, Chalcas, por nombrar algunos; los estudiosos y catedráticos se han dedicado a investigar por años el desarrollo y agua de estas civilizaciones para intentar entender más de dónde venimos.
El último pueblo en alcanzar un nivel civilizado y hegemónico fue el tenochca, quien logró convertirse de vasallo a pueblo dominante, y hacer de los pueblos de quien era vasallo, tributarios.
Poco queda de aquel pasado que durante los 300 años posteriores a la caída de México-Tenochtitlán y México-Tlatelolco, el virreinato trató de erradicar y edificó sus imposiciones sobre las ruinas de la metrópoli.
De aquellas escasas ruinas que han sobrevivido por 500 años, la mayoría pasan desapercibidas por los habitantes que diariamente circulan por sus calles, pues al estar tan absortos de las preocupaciones y, tal vez, hartos de la rutina abrumadora, pierden el interés por recordar el pasado, los lugares, los vestigios y la herencia por el que cada uno debemos sentirnos orgullosos.
Uno de esos vestigios es el llamado Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl, ubicado dentro de la estación del metro Pino Suárez; algunos se detienen para apreciar los glifos que sobresalen en las escalinatas del templo; sin embargo, la mayoría pasa de largo mirando indiferente aquel montón de piedras expuestas.
Caso similar sucede con el Templo dedicado a Mixcóatl, se encuentra en la colonia San Pedro de los Pinos, santuario dedicado al Dios de la caza y la guerra; ruinas que los colonos y transeúntes ignoran, además de que el pasado hace un choque con la huella de la modernidad que existe en el Anillo Periférico, donde sobresalen los “segundos pisos”.
Otro sitio que no debemos olvidar es el de la Zona Arqueológica del Cerro de la Estrella en Iztapalapa, lugar conocido por las representaciones anuales de la pasión y muerte de Cristo en tiempos de semana santa; en este lugar, se encuentra un templo que en tiempos prehispánicos simbolizaba el punto máximo donde se lograban observar los primeros rayos solares al Oriente, significado emblemático del calendario azteca ritual nombrado Tonalpohualli.
En este espacio, cada 52 años se llevaba a cabo la Ceremonia del Fuego Nuevo, pues se creía que el sol moriría y no volvería alumbrar a los seres humanos; los pueblos indígenas se despojaban de todos aquellos bienes materiales temiendo que bajaran los llamados espíritus malos Tzitzimimes, trayendo destrucción y maldad a los seres en la Tierra.
Al amanecer se realizaban sacrificios y la ciudad permanecía en silencio y penumbra. Después, los sacerdotes encendían un brasero para indicar la salida de los primeros rayos solares e informaban a la ciudad que la vida seguiría por 52 años más, y así se iluminaba de nuevo la ciudad y se celebraban fiestas.
Un ejemplo donde el mundo prehispánico, la época colonial y la época moderna se ven conjugadas es en la Zona Arqueológica de Tlatelolco, lugar que ha sufrido a través de los años la presencia de la muerte. Último bastión del tlatoani Cuauhtémoc en la heroica defensa de México-Tlatelolco el 13 de agosto de 1521, las ejecuciones de indígenas en la llamada “República de Indios” durante el virreinato y los sucesos ocurridos el 2 de octubre de 1968.
Hemos ignorado la grandeza y prestigio con el que contaba esta ciudad gemela de México-Tenochtitlán, quien era tributaria de la México-Tlatelolco, pues en esos tiempos era conocida por tener el mercado más grande del mundo, donde los mercaderes comerciaban todas las mercancías traídas desde las provincias tributarias conquistadas hasta los lugares más lejanos fuera del imperio; asimismo, alberga el primer colegio que existió en América, el antiguo Colegio de Santiago de Tlatelolco.
Nuestra ciudad está llena de misticismo e historia y es parte de la identidad que nos caracteriza. Quizá la mejor manera de desconectarnos de la rutina es fijar la atención en los detalles, en las cosas pequeñas, en esos vestigios que están regados por los caminos que solemos recorrer todos los días.
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Muchas veces parece imposible encontrar tranquilidad en la ciudad, pero estos 6 lugares en la CDMX son perfectos para encontrar la paz a pesar del caos. Aunque existe un poeta que dice que al paso que vamos podemos terminar devorándonos en esta metrópoli tan monstruosa.