Estaba muy aburrida, golpear salvajemente a mis esclavos hasta dejar de oír sus gritos se había convertido en una rutina diaria. Tenía que cambiar de método, por lo menos intentar algo más elegante. Me pareció original colgarlos del techo para golpearlos hasta cansarme. A otros los encerré en jaulas para perros hasta ver su piel negra sudar de dolor, pues las pequeñas dimensiones de sus jaulas les causaban calambres en todo el cuerpo. Con mis esclavas podía divertirme más, les arrancaba las uñas, el cabello y las alimentaba con insectos vivos. Al principio era entretenido, después me cansé del desastre que todas ellas causaban al manchar de sangre el piso y vomitar las arañas, hormigas y gusanos que les daba para comer. Tuve que ingeniar algo que valiera la pena; así que comencé a desollarlas para hacerme un hermoso traje con su piel.
Los hombres no me sirvieron de mucho, sólo les cocí los párpados y labios con aguja e hilo. Me gustaba escuchar a los demás sollozando mientras veían cómo sus compañeros de celda gritaban cuando les amputaba los dedos de los pies y las manos. El verdadero trabajo era convertirlos en cangrejos humanos, cuando les cortaba la piernas y los brazos a hachazos. Siempre intenté guardar todas sus partes con extremo cuidado, pero eran demasiadas. Lo único que conservaba sin excusa alguna eran sus corazones en una vasija, pues cuando alguno de mis esclavos se comportaba indebidamente me veía forzada a castigarlos abriéndoles el pecho y sacándoles el corazón.
Todos los cadáveres quedaron enterrados en mi jardín, alrededor de 75 esclavos murieron en mi mansión y de mi colección de cabezas apiladas, cerebros en cubetas y botellas de sangre no supe más después del incendio que terminó con mi parque de diversiones.
Si Madame Delphine LaLaurie siguiera viva y alguien con el temple suficiente pudiera entrevistarla, ésa sería parte de la reseña que LaLaurie contaría sobre su monstruosa sala de tortura. “La ciudadana más odiada de Nueva Orleans” y “La Bruja de Royal Street” fueron algunos de los nombres con los que esta asesina pasó a la historia. Es evidente que sus crímenes giraron en torno al secuestro, la tortura y el homicidio. Durante años las paredes de su mansión en Nueva Orleans fueron manchadas de sangre sin que nadie sospechara. Ya que para descubrir la verdad tuvo que ocurrir un milagroso accidente que incendió parte de la casa donde decenas de esclavos sufrieron las peores atrocidades hasta perder la vida en manos de la “Reina del vudú”.
En 1834 el cuerpo de bomberos que entró a la propiedad de la adinerada matrona sufrió un shock protagonizado por el horror y asco que el descubrimiento de las torturas de Lalaurie les provocó. Nadie imaginó que una socialicé influyente y poderosa, quien vivió todos sus años en el estado de Louisiana “ayudando” a los más necesitados, fuera en realidad una despiadada psicópata que disfrutaba de herir, torturar, mutilar y asesinar a los esclavos que “aceptaba” en su casa.
La asesina de Nueva Orleans contrajo matrimonio tres veces a lo largo de su vida, durante muchos años fue una de las mujeres más envidiadas por otras féminas de la alta sociedad. Pero la verdad se descubrió cuando un incendio en su mansión de Royal Street atrajo a los bomberos para descubrir que ésa sólo era la fachada de una mujer enferma, furiosa y con una sed de muerte insaciable. A pesar de haber tenido una vida normal, se convirtió en el peor monstruo de la década. La torturadora llegó al mundo en 1775, disfrutó de una infancia cómoda de lado de sus padres y tuvo un adolescencia común en la que conoció a su primer esposo. Viajó por todo el mundo, dio a luz a su primogénita en Cuba y años después se mudó a la propiedad que su marido le había heredado antes de morir por una terrible enfermedad.
Tres años después Madame Lalaurie contrajo matrimonio por segunda vez. Con su segundo esposó tuvo 4 hijas y coincidentemente su cónyuge también murió después de su último parto. En 1825 Delphine firmó su tercer matrimonio con un doctor mucho más joven que ella, quien se suicidó al quedarse en bancarrota después de cederle todos los derechos de su fortuna y propiedades a Lalaurie. Así comenzó el infierno para muchos que entraron por las bestiales puertas de madera que esta asesina mandó a traer desde Francia. Además de las remodelaciones mandó construir un tercer piso en su mansión, mismo en el que encerró a todas sus víctimas.
De lo que hizo con ellas ya escribimos algo al principio de esta historia, pero ningún párrafo podría contar el horror de haber estado en manos de la mujer más cruel de ese tiempo. Delphine consiguió que varios comerciantes de esclavos negociaran con ella para entregárselos sin ningún tipo de interrogatorio. Poco a poco, varias personas comenzaron a sospechar, pues cuando veían a alguno de sus esclavos al visitarla notaban que estos tenían un aspecto deplorable. Sin embargo, nadie cuestionó a la matrona.
No importaba sin eran niños, adultos o ancianos, Madame Delphine torturaba a todos por igual. Entre más muertes presenciara más ganas le nacían de provocar sufrimiento. Decenas de personas padecieron horriblemente y languidecieron hasta morir. En abril de 1834 el calvario para los que aún seguían con vida terminó. Los bomberos que entraron a apagar el fuego propiciado en la cocina de la mansión de Lalaurie descubrieron las atrocidades de la cámara de horrores donde mantenía encerrados a sus esclavos, algunos cadáveres y partes mutiladas de otros.
A pesar de la pruebas, Lalaurie y sus hijas lograron escapar durante el incendio y jamás se supo nada de ellas. Años después se localizó a las hijas de Delphine en casa de sus amigos más cercanos y se supo que la asesina había abordado un barco a París.
Hasta ahora, la causa de muerte del monstruo de Royal Street se desconoce; lo que se sabe con certeza es que esta mujer nunca pagó por ninguno de sus salvajes y repugnantes crímenes.
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