La presente reflexión no va orientada hacia un análisis político, sino que se trata de una enunciación situada del papel de la mujer en un proceso cuyo rol se ha intentado colocar simétricamente respecto del lugar masculino en México. Es decir, cuando se habla de simetría en psicoterapia sistémica, de acuerdo con la tipología propuesta por Coletti y Linares (1997), se entiende que es cuando se colocan los sujetos interactuantes —en este caso lo masculino y lo femenino— al mismo nivel, ya que esta clasificación simétrica está basada en la igualdad.
De manera infortunada, este intento de simetría entre géneros en el proceso electoral de México en el 2018 se ha tornado una fantasía, ya que, quiera verse o no desde una óptica más objetiva, se cae en la otra tipología que es: la complementariedad. Por complementario, también conforme a Coletti y Linares (1997) se puede conceptuar como un vínculo cuya base existe gracias a la diferencia. Bien se podría tomar como una dicotomía, en la que por un lado está el dominio de lo masculino —enmarcado como normal cuando se habla de poder—, y por otro lado, la mujer que ha tenido que trabajar más por ser reconocida y aprobada por el dominio del varón.
Butler, quien sigue un tanto el pensamiento de Foucault, sugiere que los procesos de la cultura producen sexualidades —en términos comportamentales—, y de esta manera, se definen los vínculos de poder. Entonces de acuerdo con este razonamiento, queda descalificada la oposición orgánica entre lo masculino y lo femenino. Es decir, Butler habla de una performatividad en la que la identidad de género incluye un patrón de gestos, movimientos, ocupaciones y otros actos que se atribuyen con especificidad, ya sea a lo masculino o lo femenino (Sánchez, 2015). Al mismo tiempo, Foucault indica que somos producto de una contingencia histórica y que al comprenderla podemos llegar a comprender nuestro Yo (Sánchez, 2015).
En términos de poder, Foucault menciona que la mujer requiere exigir mayormente sus Derechos y más en torno al ejercicio de su sexualidad; además de un sentido de comunidad, de modo que se permita el disfrute de ello. También al hablar de la realidad en la cual se desenvolvía, lo realizaba incluyéndose dentro de ella, dado que esa interacción es la que da pie a cada identidad individual. De igual manera, para esta reflexión, la postura de este teórico es que aunque para él no hay jerarquías entre sexos, la lucha es más de tipo transversal. Es decir, no es que sea el control propio de un gobierno en particular, no es la política en sí, sino el deseo de controlar al Otro. (Sánchez, 2015)
Sin embargo, causó controversia la renuncia de la candidata Margarita Zavala Gómez del Campo, quien en el programa Tercer Grado dio a conocer su decisión y generó reacciones de diversa índole en el electorado. Si bien el cuestionamiento propio surgido a raíz del compromiso y la imagen de la mujer en la que menciona: “¿Qué les voy a decir a las mujeres y al equipo de voluntarios y jóvenes?”, claramente también lo relaciona con dignidad, libertad, y se dio a la tarea de informar algo que el pueblo ya conoce: “Nos cuesta mucho más trabajo”. Zavala exhorta a las mujeres, en especial a las jóvenes, a asumir el riesgo, aún pese a expresar: “Prefiero esto que haber quedado replegada”. Aunque es una gran pena para quienes focalizamos nuestra atención más en el discurso relacional y el papel femenino, dado que fue previo al Segundo Debate Presidencial que optó por replegarse, dadas las circunstancias del número de votos y la economía de su candidatura independiente, que bien menciona: ambos no a su favor.
Entonces quizás la mayoría de la población mexicana no cuenta con una formación política que permita comprender con claridad y mayor certeza las decisiones y estratagemas implementadas; sin embargo, Zavala anuncia su continuidad en carrera política y lo argumenta con ahínco, aporta algunos datos fundamentados que reflejan cierta noción y su trayectoria. Si bien, no cabría en un psicoterapeuta determinar qué tanto conoce de política la candidata, a distancia sí se observa formalidad; aunque este argumento seguro se presta a tema de debate por la renuncia. La postura de esta reflexión es en torno a lo relacional, con foco en interacciones que giran alrededor del poder, y estos intercambios están determinados por la tradición de la construcción social de género, tal como la hemos entendido y vivido desde nuestros padres, abuelos y generaciones previas; siendo este factor una influencia sustancial en el desempeño de los candidatos. Por lo cual, es importante retomar lo siguiente:
“Pero nosotros en casa no queremos, y en el campo no podemos obligarlos a recibir otra instrucción que la que ellos se imponen. Esto ha causado que se descuidara primero el adiestramiento y en segundo lugar las órdenes de combate, y que los reinos y repúblicas (…) vivan en extrema debilidad. Pero volvamos a nuestra organización. Prosiguiendo con el tema de la instrucción, he de decir que para lograr un buen ejército no basta con endurecer a los soldados y hacerlos fuertes, raudos y hábiles. Además es necesario que aprendan a mantenerse en sus filas, a acatar las señales, los toques y las voces de los jefes, y saber mantener las filas al quedarse quietos, al retirarse, al avanzar, al combatir y marchar. Sin esta disciplina, escrupulosamente observada y practicada, jamás hubo ejército bueno. Evidentemente, los hombres crueles y desordenados son mucho más débiles que los tímidos y ordenados, porque la disciplina aleja el temor y el desorden inutiliza la valentía”. (Maquiavelo, 1520, p.52)
Por una parte, el nivel de instrucción entre candidatos es notablemente desigual, es claro el descuido del adiestramiento; además de que es el reflejo de lo que acontece en el contexto educativo mexicano, pero ese tema es para otra ocasión. Aunque bien, el punto que se deriva de ello es el respeto a normatividades, que en los debates ha sido notoria la falta de organización y acatamiento de reglas, con hambre de sólo demostrar ser hábiles —independientemente de la congruencia del argumento— sin reconocer el turno del otro, ni cuándo quedarse en quietud, denotando no contar con la fortaleza para mantenerse —sin la necesidad impotente e insegura de tener que nulificar al contrincante, sea hombre o mujer—.
Para comprender un tanto la decisión de Zavala, anclándonos a su narrativa inicial, en la que atribuye su determinación a su “congruencia y honestidad política”; además de los factores que no le favorecieron, como económicos y del electorado; sin focalizar en la hipótesis de que dicha acción podría favorecer a otro candidato o cuestiones más de índole política, se puede hipotetizar también en torno a su rol femenino. Y claro, aún siendo los medios de comunicación supuestos promotores de equidad de género, en el programa Tercer Grado las preguntas formuladas fueron más en torno al estereotipo de la mujer.
De inicio, el cuestionarle si había pedido opinión a Dios o a su esposo la coloca de nuevo en una postura de subyugación —independientemente de qué tanto un dogma o su marido le hayan influenciado—; a la vez, preguntar si ha sido presionada —que generaría una doble presión al momento de responder, si así fuera—, sobre por quién va a votar y, por supuesto, indagar de cuál fue la opinión de su familia son una señal de que el periodismo refuerza la hegemonía masculina, sin darse la oportunidad de realizar diferentes cuestionamientos a la candidata para corroborar el rol menospreciado de la mujer en la política o para descartar la imagen prefijada femenina y dialogar con mayor complejidad.
En Tercer Grado también se habló sobre el discurso de odio existente, en el que entre candidatos tienden a descalificarse por el hecho de pensar distinto entre sí; aunque no sólo entre ellos por motivos de contienda política, sino que a la vez es una responsabilidad de la telemática dirigida al electorado, el hecho de integrar en su esquema tradicional a una figura femenina, pues hacerlo por sí solos representaría una labor muy profunda, ya que implicaría un cambio perceptual y hasta axiológico. Pero lo importante es que a nivel no verbal esta sutil exclusión en la que el varón tiene más adeptos, es lo que posiblemente orilla a una mujer a dimitir, sea también otro discurso de odio aunque subyacente.
Ahora, si retomamos el punto de mostrarse segura y formal en su decisión, además dentro de un marco de valores y de voto reflexivo, al cual Zavala exhorta al electorado —que le elogiaron los periodistas durante la transmisión del programa—, mencionar que fue un acto honesto, de dignidad política, pensando en el bien común y en la diversidad de pensamiento, podrían ser ideas refutadas al decir que abandona una lucha, o como en las palabras de Maquiavelo (1520): “mantenerse en su fila (…) combatir y marchar”, no es exactamente lo que está proyectando al sector femenino del pueblo de México con su renuncia.
Frente a esto, sirve a su defensa cuando le solicitan su autocrítica y responde: “Soy congruente en honestidad pública y mis principios”, y parece una respuesta bastante válida, pues en cuanto a sus convicciones personales, aún pese a normas existentes, la subjetividad les hace en apariencia respuestas suficientes —que para algunos no necesariamente convincentes—. Y también menciona que es más complicado para la mujer llegar a la presidencia de la república en este momento, pero que para generaciones subsecuentes será más sencillo, dado que se borra paulatinamente el distingo, fruto de la inequidad; sin embargo, Zavala también responde que no se orienta al protagonismo femenino, sino a terminar con la idea de ausencia de la figura de la mujer en dichos asuntos.
Zavala, casi al final de la transmisión, habla de reconciliación, dado que percibe que el proceso electoral de 2018 se ha tratado de odio, miedo y rechazo, lo que ha generado un ambiente de agresión. Ahora, esta situación, vista desde un plano psicoterapéutico, más con enfoque sistémico, desde un micro nivel que sería el de familia de origen, hasta llegar al marco nivel de República, denota un carente adiestramiento; además de límites, inputs, outputs, reglas que no han sido determinados de manera tajante y ni respetados por algunos líderes a lo largo de la Historia. Existen problemas comunicacionales que desvían el foco de los foros y debates entre candidatos, siendo éste el más importante: el devenir de una nación con diversas crisis a superar.
Finalmente, un orden y disciplina a partir del adiestramiento o formación, aunque no sólo en política, es algo que podría permitir que el varón disminuyera el temor a la ausencia de control; al igual que la mujer alejaría su miedo y enfrentaría adversidades sin la sensación de necesitar dimitir o ceder su lugar —de cierto modo— independientemente de un resultado. El día que exista definición de los roles —que implica aceptación y oscilaciones racionales entre simetría y complementariedad en los vínculos entre hombres y mujeres—, cuando lo femenino sea integrado y no anulado por el varón —ni viceversa—, toda valentía, ya sea femenina o masculina, se utilizará en aras del bien común de la nación.
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Pronto será el tercero y último debate que los candidatos a la presidencia de México disputarán, pero, ¿sabes cómo surgieron los debates y por qué la política se ha vuelto hoy un espectáculo?