El cuestionamiento de los paradigmas ha sido una constante en la Historia de la humanidad, las revoluciones han sido un ejemplo de la inconformidad que existe y la necesidad de un cambio social, y en el arte también se ha visto expresada esta situación, lo hemos podido observar en las diferentes corrientes posteriores a la Edad Media y al Renacimiento; movimientos que, dentro de su contexto histórico y social, buscaban la renovación de la sociedad y la visión que se tenía del hombre con el entorno.
Dicen que las etapas de crisis suelen ser las que traen mayor desarrollo en distintos ámbitos, ya que los seres humanos están en una época de transición y búsqueda. Después de la Segunda Guerra el dolor en occidente era latente y las vanguardias artísticas, movimientos que, a través del arte se manifestaban mostrando su visión del mundo de una manera completamente distinta a la usual, tomaron fuerza, dando otro vuelco a los cánones establecidos, combinándose muchas veces con otras expresiones, e incluso con la ciencia. Un ejemplo de ello fue cómo el psicoanálisis ayudó al desarrollo del surrealismo francés.
Todos estos movimientos artísticos se conocieron como movimientos contraculturales, ya que buscaban una alternativa distinta a las que se establecían social, temporal y geográficamente.
El uso de estupefacientes también marcó un camino distinto a seguir por aquellos creativos que se desarrollaron en ese periodo de posguerra; siendo el movimiento surgido en Estados Unidos: beatnik, un ejemplo de ello, en el cual los literatos de aquella época portaban una bandera de liberación sexual y uso de drogas, buscando ir contra la corriente y lo impuesto, para así explorar todo el potencial que había en su mente. Paralelo a esto, en las minorías de aquel país, la música de los marginados como lo fue el jazz y el blues fue un ingrediente básico para los movimientos de la década de 1960.
La guerra volvía a aparecer, el mundo se encontraba dividido por la paranoia de la Guerra Fría, se dividía en dos bloques económicos e ideológicos, pero dicha división no sólo se podía observar a un nivel macro, también en las particularidades de los países capitalistas que apoyaban dicho enfrentamiento. Había una inconformidad por parte de la población más joven, quienes se negaban a apoyar una causa en la que no creían. El nacimiento de muchas tribus urbanas fue el resultado de esto.
Dentro de este contexto surgió el término acuñado en 1968 por el historiador estadounidense Theodor Roszack: contracultura, quien realizó un análisis de la tecnocracia y al cientificismo en aquella época de prosperidad. La contracultura era un término enfocado en el comportamiento de los jóvenes “con intereses por la psicología de la alienación, el misticismo oriental, las drogas psicodélicas y las expresiones comunitarias, difiriendo radicalmente con los valores y concepciones de la sociedad, al menos desde la Revolución Científica del siglo XVII” (Theodor Roszack).
La cultura moderna comenzó a ser cuestionada por parte del sector joven de la sociedad; un espíritu lleno de rebeldía con tendencias de cambiar las costumbres, como dijo Roszak, esa “juventud disidente la cual tiene un deseo de renovación junto con un descontento radical de transformar esta desorientada civilización”.
La psicodelia se impregnaba en occidente (a pesar de tener su origen en la década de los 60, fue en los 70 cuando llegó a su clímax), los movimientos sociales fluían como llamas de cambio; sin embargo, fueron apagadas poco a poco por el miedo y el Estado, y la contracultura como fue concebida en un principio cambió gracias a que se experimentaron cambios económicos, los cuales provocaron la aceleración de la vida. Los filósofos lo llamaron posmodernidad: lo fugaz, lo volátil, el hiperconsumo. Esto se vio reflejado tanto en la pintura, en la música, en la literatura, etc., ningún tipo de expresión artística quedó fuera.
Industrias culturales absorbieron el resultado de los ideales radicales, los empaquetaron y los vendieron como un producto más, las guitarras y letras poco convencionales se convirtieron en uno de los mejores negocios.
A principios de los años 80 la televisión se mezclaba con la música, el video mataba a la estrella de radio, algunas bandas se separaron y otras se adaptaban a los sonidos de esa década tan frenética, acelerada con sobredosis de teclados en todas partes. La voz de John Lack se escuchaba en el clásico clip del Apolo 11 con la frase: “ladies and gentleman, rock and roll”.
Para los puristas del rock fue la peor época, estigmatizando géneros como el heavy metal, glam, new wave y otras mutaciones del rock, las cuales no fueron toleradas por los expertos; sin embargo las nuevas generaciones disfrutaban de estos sonidos, y las vertientes underground se apoderaron de la juventud, más allá de la muerte de la contracultura de los años 60, ahora existían sonidos más oscuros y fuertes para llenar ese vacío generado por la época.
Después del movimiento y confusión de aquella época quedó una mancha, la siguiente generación fue heredera de los remanentes de la fugacidad de los 80. El escritor y artista plástico Douglas Coupland bautizó, sin intención de agredir, a la juventud de aquella época como la “generación X”: jóvenes conformistas sin rumbo alguno con una nube de nihilismo cubriéndolos. Fue entonces como la nueva tendencia fue la música melancólica, fusiones de géneros como el hip-hop con rock alternativo, un metal y un rock menos apegados a lo conocido, pero con la potencia suficiente para proyectar la energía de la generación de la época, para gritar la inconformidad a un mercado global al cuál era difícil no incluirse, pero al que muchos —hasta la fecha— se han resistido.
En la actualidad no podemos hablar como de una contracultura como fue concebida al inicio; tal vez de muchos movimientos.
La sociedad ha crecido y ha evolucionado, las etiquetas ya no son tan relevantes como en otras épocas, pero algunos individuos las buscan para encontrar su personalidad. Es decir, el ser humano tiene la costumbre de adaptarse a un grupo con quienes pueda compartir costumbres, ideales, tradiciones, etc. Actualmente es difícil de hablar de que existe un término con los fines de la contracultura planteada a finales de los 60, pero el espíritu de revelarse afortunadamente aún existe.
Mucha de la apertura generada por la Internet ha creado nuevos vínculos, expresiones, tendencias e incluso, estilos de vida; la cultura de masas se consume todos los días, y la división entre grupos provenientes de las que alguna vez fueron tribus urbanas es menos estricta y radical.
La contracultura, como muchas revoluciones silenciosas, aún no ha llegado a su fin, y posiblemente mientras existan injusticias, inconformidad y tendencias de cambiar al mundo, será difícil terminar con ella.
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En la actualidad con sus cambios y paradigmas, ¿Podría Facebook instaurar a un dictador en el gobierno?; las quejas y los movimientos sociales han sido “promocionados” por esta red social, pero si tiene tanto poder como para cambiar radicalmente el rumbo de la Historia, es lo que aún no sabemos.