El mito de Quetzatlcóatl
A partir de la llegada de Quetzalcóatl a Tollan, ésta se convirtió en una ciudad próspera. Sus habitantes aprendieron el arte del cultivo del maíz, la escritura, el teñido del algodón y a trabajar el jade, la obsidiana y el oro. Todo era prosperidad y el gobernante era venerado como un dios. Sin embargo, sobre él caería una verdadera desgracia debido a los celos de su hermano Tezcatlipoca. Éste se presentó un día en la ciudad, vestido como un anciano, y pidió ver al señor de Tollan. Cuando su hermano lo recibió, Tezcatlipoca le obsequió una punta de maguey bañada en pulque, bebida que aún se desconocía por los humanos. Quetzalcóatl quedó fascinando por el sabor de la bebida y se embriagó a causa de ella.
Como el hombre que era, el gobernante mantuvo relaciones sexuales con una de las sacerdotisas de su culto: Quetzalpétlatl. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se sintió indigno de permanecer en Tollan y se marchó hacia el mar para construir una barca hecha de serpientes y zarpar en dirección a donde nace el Sol, prometiendo volver para vengarse de su hermano y recuperar su sitio entre los toltecas. La fecha que dio para ese acontecimiento fue 1519, año en que precisamente los españoles arribaron a Tenochtitlán para exterminar a los mexicas.
El general Hernán Cortés, quien comandaba a los expedicionarios españoles, tenía la misma apariencia física que Quetzalcóatl: era rubio, alto, blanco y poseía una larga cabellera y barba espesa. Los aztecas creyeron en un principio que se trataba del antiguo señor que tantas enseñanzas había heredado a los pueblos del pasado y a ellos mismos. Por ello recibieron a Cortés con tanta veneración y le dieron fácil acceso a infinitas riquezas y privilegios. Fue el error que terminó con la destrucción de un imperio completo a causa de la codicia de un invasor.
Cuando Quetzalcóatl intentó reemplazar a Santa Claus
Sin embargo, la profecía se cumplió siglos después: Quetzalcóatl, en efecto, regresó a estas tierras para reencontrarse con los pueblos que lo adoraron. Sólo que los acontecimientos y los motivos fueron bastante insospechados. Ocurrió el 27 de noviembre de 1930 por decreto presidencial del entonces mandatario de México, Pascual Ortiz Rubio. Este personaje pensaba que el país debía recuperar una parte de sus raíces culturales y hacer frente a la globalización, que ya por aquel entonces comenzaba a amenazar a México y el mundo.
Así que decretó a nivel nacional que la figura principal de la próxima Navidad no debía de ser Santa Claus, ese obeso simpático que los Estados Unidos habían impuesto al mundo, sino Quetzalcóatl. La noticia la dio el entonces Secretario de Educación Carlos Trejo Lerdo de Tejada:
«Ayer tuve el gusto de comer con él (presidente de México) y durante la comida estuvimos acordando y me dio la idea de sustituir las tradiciones extranjeras de la Navidad -que no es nuestra- cambiándola por algo esencialmente mexicano. Quetzalcóatl sustituirá a los Santos Reyes, a Santa Claus y a Noel».
México debía recuperar sus raíces ante la avalancha de costumbres que comenzaban a llegar desde el país del norte. Si Quetzalcóatl había formado parte de las religiones y cosmogonía de los pueblos prehispánicos, éste era un buen momento para retomarlo y educar a la población en costumbres que se habían perdido por los años y por la influencia de otras naciones.
Fue una época en la que en México se querían recuperar tradiciones indígenas e inculcar valores nacionalistas en las primarias de todo el país. El Departamento de Dibujo y Artes Manuales de la Secretaría de Educación Pública ordenó a las primarias de todo el territorio inculcar en los estudiantes el gusto por la figura de la deidad prehispánica. Por lo tanto, tendrían que realizar dibujos que plasmaran las diversas figuras que este personaje podía encarnar.
El acto donde se representó este decreto tuvo lugar en el Estadio Nacional de México, situado en la colonia Roma, el 23 de diciembre de 1930. En medio del recinto se colocó una pirámide, se entonó el himno nacional y un sujeto representando a la deidad prehispánica se dedicó a regalar dulces y juguetes a cerca de 15 mil niños que se congregaron para adorar a la Serpiente Emplumada. Ante la poca repercusión que el acto tuvo, el gobierno decidió que Quetzalcóatl montara de nuevo en su barca y se alejara, una vez mas, por donde había llegado, tal como lo hizo cientos de años antes cuando se despidió del pueblo que gobernó.
Sin duda se trata de uno de los momentos más extraños y peculiares en la historia de la política mexicana. La idea de Pascual Ortiz Rubio se dio en un marco en el que el país y las nuevas generaciones habían olvidado por completo lo que significaban los antiguos dioses. Santa Claus ya era, de forma oficial, la imagen de la Navidad y el publico infantil simpatizaba más con él que con ninguna otra figura. Un buen intento por recuperar una identidad perdida, sin embargo, fue de una manera poco convencional y en un marco que pecaba de inadecuado.
*Este artículo fue publicado anteriormente por Rodrigo Ayala el 10 de marzo del 2017 y ha sido modificado
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