Entre las insalvables diferencias que existieron sobre las dos formas de organización social que dominaron el globo durante el siglo XX, el espectro que engloba a la cultura, las artes, el sexo y toda concepción humana, representó el extremo más visible entre capitalismo y socialismo.
Las millones de personas que reproducían su vida material bajo uno u otro sistema económico, no sólo estaban separadas por una cortina de hierro que imposibilitaba el conocimiento, la difusión e influencia de los rasgos culturales cotidianos de uno a otro bando; también eran parte de una superestructura ideológica cargada de valores en pro del libre mercado o bien, de la concentración de los medios de producción en manos del Estado.
La frivolidad característica del capitalismo, amparada a sangre y fuego bajo la máxima de “libertad”, estaba por asestar el último golpe a un sistema que si bien se cristalizó por primera vez en la historia de la humanidad en el s. XX y mostró estándares de vida, productividad y desarrollo de la tecnología como nunca antes, terminó ahogado en una gris maquinaria que olvidó sus promesas en algún momento del siglo.
En 1988, la Unión Soviética escribía la parte su epílogo y al mismo tiempo, hacía de su propio sepulturero una tumba cuyos primeras palas de tierra llegaron en forma de purgas y represión generalizada de Stalin. La apertura gradual a los valores “occidentales” se aceleró bajo el mando de Mijaíl Gorbachov y entre todas la celebración de la belleza cosificada –que no la reivindicación– femenina fue especialmente aceptada por la moral rusa.
La moda, los accesorios, el maquillaje y un sinfín de artilugios para promover el consumo se apropiaron de una juventud reprimida y ansiosa por ser parte del sutil encanto del mundo de mercancías que despliega el capitalismo. Como signo inequívoco de la apertura, el gobierno aceptó una propuesta para organizar el primer concurso de belleza femenina en territorio soviético desde 1959, año de su prohibición.
El anuncio de un evento superficial en apariencia, tuvo una respuesta sin precedentes por decenas de miles de adolescentes tratando de resaltar entre la gris y fría masa en que se convirtió la premisa de transformar al mundo. La diferencia de los concursos norteamericanos radicó en el cartel de invitación, que incluía un público más amplio y criterios estéticos más humanos.
“Cualquier persona común, mujer hermosa o cualquiera que se sienta hermosa, puede venir y mostrarse a sí misma”.
El Parque Gorki de Moscú recibió a miles de adolescentes que respondieron con euforia a la convocatoria. Filas de kilómetros para registrarse al concurso, que dio inicio con toda la parafernalia propia de su naturaleza en el Complejo Olímpico de Luzhnikí en la capital rusa.
Durante meses, las participantes pasaron por decenas de pruebas en monokini, vestido de gala, trajes típicos, toma de medidas, sesiones fotográficas y horas de maquillaje y peinados tras bambalinas con tal de ganar el título de ser la mujer más bella de la nación más grande del mundo. Todo esto mientras el bastión de los pueblos que habían optado por el socialismo se derrumbaba poco a poco.
El resultado final se dio a conocer a finales de 1988 en el Palacio de los Deportes de Luzhnikí. Después de la ardua competencia, totalmente nueva para la sociedad rusa, la moscovita Maria Kalinina de sólo 16 años ostentó el título de la mujer más bella de la Unión Soviética. La noticia dio la vuelta al mundo y fue especialmente cubierta por la prensa rusa, que en ocasiones comparó el acontecimiento con la llegada del hombre al espacio.
El concurso no sólo significó la caída del telón de hierro, también un golpe definitivo a los valores sobre los que se sustentó la sociedad soviética durante casi un siglo. Meses más tarde, el Muro de Berlín caía en Alemania y la Unión Soviética comenzaba su desintegración, aceptando con desdén que el capitalismo se había llevado el final del frenético siglo XX, que por primera vez en la historia mostró a una clase políticamente identificada que ascendió al poder en uno de los países más atrasados de Asia y Europa y pereció 89 años más tarde.
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