En la historia se tiende a restar valor a aquellos personajes detrás de la cara del poder. Dicen que “los verdaderos creadores del cambio residen en la sombra”, y esto es algo que sucede desde tiempos ancestrales. Lo interesante, es que ellos mismos son los que deciden hacer funcionar las cosas desde dentro. Tal es el caso del valeroso Tlacaélel.
Es por eso que resulta bastante probable que al recordar la historia de la antigua Anáhuac —zona que comprendía las civilizaciones de los aztecas, texcocanos, tlaxcaltecas, huexotzincas y tepanecas, entre otros—, el nombre Tlacaélel no active ningún recuerdo importante. Pero es gracias a él y su gran empeño por hacerle honor al significado de su nombre —”pueblo elegido del sol”— que los Aztecas vivieron un siglo de indudable grandeza entre 1426 y hasta la caída del imperio en 1521.
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Hijo de Huitzilíhuitl y hermano de Motecuhzoma, la historia de este personaje da inicio en un momento crucial que determinó el curso que los antiguos mexicanos estaban por tomar. Por un lado se encontraban ya bajo el dominio de los tepanecas de Azcapotzalco, y les rendían tributo para poder habitar en el islote mexica; pero al ver la gran capacidad que el pueblo tepaneca podía desarrollar, el rey Maxtlatzin —”el tirano Maxtla”— presentó dos opciones a los mexicas: podían ser completamente dominados o luchar por su libertad hasta vencer o morir.
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El pueblo mexica parecía haber perdido toda esperanza cuando Tlacaélel se dirigió a ellos con firmeza para llenarlos de valentía y que se levantaran en armas para defender su dignidad. Así se sumaron con Nezahualcóyotl —rey de los texcocanos— para luchar por un fin común. En el año 1-Pedernal (1428) vencen, toman el poder y ejercen completa autonomía.
No existe duda, los aztecas realmente eran una civilización dominante por naturaleza. Pronto se convirtieron en la civilización dominante de Mesoamérica, los pueblos aledaños les tributaban todo tipo de productos y riquezas; todo gracias a la valentía de Tlacaélel. Pero no fue ésta la única aportación de un ser tan inexplicable, ya que fue él quien impuso una ideología místico-guerrera y la adoración al dios Huitzilopochtli sobre Quetzalcóatl.
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Esta nueva cosmovisión proponía buscar el misticismo de las cosas y llegar a éste mediante el arte. Al adorar a Huitzilopochtli, se sostenía que la misión de los Mexicas era impedir el cataclismo del 5° Sol. Por ello en esta época surgieron las guerras floridas, se incrementó el número de sacrificios humanos y su territorio comenzó a expandirse gracias a las conquistas —entre ellas las de Tepeaca y Tlatelolco.
Tlacaélel también se preocupaba por la transmisión del conocimiento puro de nuestras raíces plasmado en anales y difundido a través de la itoloca, que es la enseñanza por medio del habla. Además consolidó la muy conocida “Triple Alianza” e implementó la organización política, jurídica y económica de la atávica comunidad azteca. Se le ofreció tomar el poder en varias ocasiones, pero éste siempre lo rechazaba ya que desde su punto de vista al ser el consejero del rey —Cihuacoatl— era él quien realmente ejercía influencia sobre las grandes decisiones que el gobierno azteca tomaba.
Su grandeza comenzó a menguar durante el reinado de Axayácatl, sexto tlatoque mexica. La pérdida de aproximadamente 16 mil hombres en el intento fallido de hacerse del territorio de los tarascos de Michoacán produjo un gran impacto en aquel hombre que no conocía la derrota. Tras una larga vida de acciones con profunda resonancia en nuestra historia, muere en el año 1481. Pero es preciso recordar a Tlacaélel como lo que fue: la más pura expresión de la esencia del “pueblo cuyo rostro nadie conocía”.
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