Texto escrito por Héctor de Mauleón
Victoria es la calle las lámparas; Chile, la calle de las novias. En Bolívar es posible hallar un catálogo completo de sastrerías. En Madero se concentran, desde el lejano siglo XVI, negocios dedicados a la joyería. Como un eco de la antigua ciudad gremial, a la extensa 5 de Febrero le ha tocado funcionar como la calle de las boticas. Medicamentos, prótesis, pomadas, polvos, aceites, emulsiones: todo se agrupa en mostradores y vitrinas. Los escaparates hablan: Farmacia París, Central Médica, Gom, Nosarco, Similares. La calle 5 de Febrero es el oasis de la salud, el consuelo de la enfermedad. Se afirma que esta calle se convirtió en el botiquín de primeros auxilios de la ciudad desde que Ignacio Merino fundó, en 1944, la célebre Farmacia París. La tradición medicinal de la calle viene, sin embargo, de mucho tiempo atrás: debe este carácter a su cercanía con el Hospital de Jesús, situado a una calle de distancia y fundado tres años después de la Conquista, en 1524, por Hernán Cortés.
La tradición afirma que el hospital se abrió en el mismo sitio en que Cortés y Moctezuma se vieron por primera vez. A la caída de Tenochtitlan, el conquistador habría elegido el punto donde se dio el primer contacto para asentar una institución hospitalaria que pudiera atender «a todos los españoles enfermos de calentura». En 1523, el médico andaluz Cristóbal Méndez vio realizar en el Hospital de Jesús la primera autopsia del continente: «Yo vide en México abrir un niño y le sacaron una piedra casi tamaña con un huevo», escribió.
Un siglo más tarde (1646), el entonces cirujano-barbero-sangrador del Santo Oficio, Juan Correa, realizó la primera disección anatómica con fines didácticos practicada en México. Correa no sólo mostró a los estudiantes de Medicina los misterios interiores del cuerpo: durante sus años como médico residente en el hospital, practicó 1252 sangrías, sacó treinta y siete muelas, colocó noventa y dos pares de ventosas y sanó a veintiocho atormentados, veintisiete azotados y 492 enfermos. De manera natural, en las proximidades de una casa de salud tan activa se abrieron varios establecimientos destinados a preparar los emplastos, los polvos y las pócimas que los enfermos requerían.
De aquellas arcaicas boticas no existe memoria. La más antigua de que se tiene registro fue instalada en el último tercio del siglo XVIII, cuando 5 de Febrero recibía el nombre de calle de la Monterilla. Los boticarios de aquel tiempo debían ser cristianos viejos, saber latín, tener más de veinticinco años de edad y haber pasado cuatro años de su vida haciendo prácticas en alguna botica. Todavía a finales del XVIII basaban sus preparaciones en un grueso libraco de farmacéutica y herbolaria que Juan Badiano tradujo al español en 1552. Es posible imaginar el aspecto de aquellas rancias boticas novohispanas: un mostrador daba a la calle, dedicado a la atención de los clientes, dentro había un obrador trasero, la rebotica poblada de calderos y alambiques, en donde el boticario preparaba oscuras y olorosas fórmulas magistrales.
En la actual 5 de Febrero se albergaron también las primeras farmacias homeopáticas que hubo en la ciudad: la más antigua -Monterilla 3- fue inaugurada en 1870, bajo la dirección del médico Manuel Legorreta; la segunda, Farmacia Central Homeopática, propiedad de Ignacio Fernández de Lara, abrió sus puertas en 1890, en un tiempo en el que la homeopatía era considerada la octava maravilla del mundo: Fernández de Lara fue médico de cabecera de Porfirio Díaz y años más tarde del presidente Francisco I. Madero.
No se usan ya las sangrías, pasaron de moda las ventosas, con la extinción del virreinato, la gente dejó de ser azotada en las plazas públicas. Ya nadie dice «botica», mucho menos «drogueria». Pero las ciudades suelen ser fieles a sí mismas. Con sus diversas farmacias, descendientes de boticas y reboticas, de obrajes y droguerías, 5 de Febrero sigue siendo el alivio de los enfermos, la calle en la que se piensa a la hora del resfriado, el dolor y la enfermedad.
Si quieres saber más historias de la Ciudad de México que seguramente no conocías, las encuentras en La ciudad oculta vol. 2, un libro de Héctor de Mauleón, editado por Planeta. En este primer tomo se narran 500 años de historia desconocidas acompañadas por fotografías de las época para revelar personajes y secretos de la imponente Ciudad de México. Entre sus páginas podrás encontrar historias como: La vuelta de los volcanes, Bocas de púrpura encendida, Breve historia de Tepito; Gentes profanas en el convento y La última cabalgata del centauro.
Si te gusta la historia pero no soportas los textos aburridos, La ciudad oculta vol. 2 se convertirá en uno de tus libros favoritos.
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