Leer es construir y reconocerse. Admirarse en muchos ámbitos, desde diversas aristas y con múltiples enfoques. En distintos niveles. Seguir letra tras letra con la mirada, reconocer su significado, dotar de sentido a sus formas y cruzar los horizontes de interpretación, adquiere su momento más revelador cuando escuchamos nuestra propia voz en ese dar vida a las palabras. Quizá sea una equivocación a medias, ligeramente tolerable, pero pareciera que el telos de lo escrito –el fin o propósito en sí que le embarga– no es más que su lectura.
Su realización mediante la transferencia de un lenguaje a otro sería entonces, para el ojear literario, un cambio de estado basado en la sonorización. Ya sea en voz alta o en una suerte de monólogo interno cuando no esquizoide, repasar sílabas cargadas de contenido y mundo, además del sonido puro en tu interior, es con seguridad uno de los episodios esenciales para la configuración de la realidad.
Esa construcción que mencionábamos en un principio es mucho más veloz, sin importar las direcciones que se adopten en el ejercicio, gracias al rumor que de hecho circunda al acto. Decíamos que la lectura es edificación porque implica un autoconocimiento que envuelve dicción y pensamiento. Si meditamos por un segundo en ello, podremos recordar lo importante que es para algunos escucharse y crear memoria o invocar a la atención. Asimismo, la musicalización de ciertos libros o del aura suficiente para el leer es primordial en ciertos aficionados. Como el queso que acompaña al vino, existen álbumes que contraen matrimonio con determinados títulos bibliofílicos y muy específicos melómanos.
En este rubro, pensemos como ejemplo sin igual en los cruces infinitos que se logran al convocar la música de Pink Floyd y producciones poéticas, ensayísticas, retóricas o novelísticas que han experimentado con la realidad misma de la letra. Libros que cruzan las fronteras de lo vivido y lo imaginado para crear un nuevo mundo de entendimientos.
Ahora, imagínalos con el soundtrack más psicodélico y progresivo de la historia.
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“Las puertas de la percepción” (1954) de Aldous Huxley
https://www.youtube.com/watch?v=sBC86e5cT5U
Sí, seguro no es la primera ocasión en que esta obra se menciona al discurrir sobre alucinaciones, mundos alternos y música cuasilisérgica. La apuesta en estas líneas invita no sólo al análisis en torno a la mescalina que experimentó el autor, sino a la estructuración de los párrafos y sus ideas como un tratado de epistemología contemporánea que bien encaja con las urgencias filosóficas de la banda durante los 70. Inténtalo con “A saucerful of Secrets”.
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“La gran caza del tiburón” (1979) de Hunter S. Thompson
Aunque todos estamos acostumbrados a leer cierta obra suya que involucra a Las Vegas y la posterior presencia de un lunático Johnny Depp, esta pieza creativa es, por mucho, su mejor jugada en el mundo literario y periodístico. Conteniendo sus mejores reportajes de los años 60 y 70, esta colección es –guardando compostura– la muerte de Hemingway, el delirio norteamericano y las ansias por el suicidio. Acompáñalo con “Atom Heart Mother” y vive una adicción netamente sensorial.
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“Ponche de ácido lisérgico” (1968) de Tom Wolfe
A quién se le ocurrió traducir el título de esta obra maestra así; nadie lo sabe, pero que lo quemen. Si es posible un acercamiento en inglés, qué mejor; si no, deja que este registro novelesco de las tardes y noches junto a Ken Kesey, los Merry Pranksters y la Costa Oeste adquiera coherencia casi invisible con el prog de la banda liderada por Waters. De haber nacido en esa época misteriosa, siente como si de verdad lo hubieras hecho con “Ummagumma” de fondo.
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“High Priest” (1968) de Timothy Leary
Un ejercicio autobiográfico que resultó mejor de lo que probablemente se esperaba. Con más de 30 libros y cientos de ensayos, este archivo vuelto novela y diario es un trozo cristalino de la literatura universal que da fiel testimonio de la droguería recreativa en la humanidad. Ciencia, análisis profundo y confesión componen la fórmula exacta para escuchar “Obscured by Clouds”.
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“DMT: La molécula del espíritu” (2014) de Rick Strassman
Muy poco se escribió al respecto de drogas y psicodelia en el campo de la ciencia después de Leary, pero este volumen de estudios y anécdotas es sumamente importante para demostrar que el interés no ha desaparecido, que la investigación es todavía pertinente. Analizando el funcionamiento del cerebro, los bemoles de la consciencia y las circunstancias del consumo, Strassman es el autor ideal para jugar con la lectura y el sonido. Inténtalo con “Wish You Were Here” de 1975.
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Lo interesante de estos textos es que, en sí, tratan la conformación y las estructuras del hombre desde horizontes poco ortodoxos. Si a esto le sumamos una postura peculiar del leer como ejercicio anexo al erigirse humano, en compañía de un sonido estimulante, por supuesto, los resultados se catapultan más allá de lo imaginado. Para muestra, puedes escuchar otros Discos con los que se podrían musicalizar algunos libros y entender El juego de componer canciones para marcar la historia de la música.