Gerard Way, exlíder de My Chemical Romance y actual escritor de cómics, tenía apenas 30 años cuando se encontró dentro de un vagón del metro lleno de adolescentes en Nueva York. El ahora también solista sintió pánico al sentirse rodeado y comenzó a pensar en que sería un blanco de burlas, que ya era un viejo y que era parte de un problema. Esto lo llenó de ansiedad y lo llevó a pensar en cómo las sociedades adolescentes son demasiado salvajes; territoriales, incluso.
Al llegar a su hogar escribió “Teenagers”, tema que terminó siendo parte de su aclamado álbum “The Black Parade” (que en pocas semanas cumple 10 años de ser lanzado). Dentro de ese track, Way estableció la idea de que los adolescentes son asesinos de sus pares y que el tema de la violencia de armas estaba cambiando la juventud norteamericana. Este tipo de asunto observacional resultó en una de las mejores canciones del 2006, año en que el tópico de la guerra en Irak aún estaba en auge.
Pero este ejemplo de Gerard es sólo una pequeña muestra del resultado de nuestra observación del mundo en el arte que creamos. Durante siglos, distintos autores han tomado los asuntos que los rodean y los aplican a sus producciones. Desde Shakespeare, quien se inspiraba en los asuntos de la corona para crear grandes dramas, hasta las películas modernas que están basadas en hechos reales (la más reciente sería “Snowden”, de Oliver Stone). Y lo que han hecho algunos autores es llegar a un punto tan fatalista que muestran a la humanidad como algo que no tiene un futuro claro. Lo plasman como un elemento decadente que dentro de poco tiempo llegará a su fin.
El tipo de decadencia que se encuentra en las obras literarias puede ir desde la ciencia ficción hasta los dramas regulares en los que se muestran sociedades distópicas o simples personajes que nos enseñan lo asquerosa y terrible que puede llegar a ser la mente humana. Hay decenas y posiblemente cientos de estos ejemplos, pero la siguiente lista podría ser la definitiva que elimine cualquier rastro de la bondad que alguna vez percibimos en nuestro universo.
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“Filth” (1998) – Irvine Welsh
Es el ejemplo más claro de lo lejos que puede llegar una mente perturbada. Bruce Robertson es un detective cuya salud mental empieza a deteriorarse por un hecho que lo dejó inestable, lo que tiene como consecuencia que actúe de una forma deplorable. Los pensamientos que plasma Welsh en esta cruda obra (como la mayoría de sus trabajos) van desde lo chocante hasta lo verdaderamente asqueroso. Su nivel de humanidad desaparece mientras su estado de escoria va creciendo hasta que lo destruye lentamente.
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“Inherent Vice” (2009) – Thomas Pynchon
Esta historia sigue también a un detective, Larry Sportello, cuya ex-novia le pide investigar las extrañas maquinaciones de un promotor inmobiliario. Después adaptada en una cinta de Paul Thomas Anderson, la trama sigue temas de la cultura de las drogas y la contracultura de las mismas. El mismo título indica la inestabilidad fundamental que hace que se deteriore la humanidad del personaje. La novela deja de lado la normalidad de la persona, lo que la mantiene íntegra, hasta que llega a descubrir su naturaleza animal.
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“Fear & Loathing in Las Vegas” (1971) – Hunter S. Thompson
Esta reconocida obra nos lleva en distintos viajes, tanto físicos y psicológicos, por la entereza de la condición humana. Un viaje por Las Vegas en búsqueda de un reportaje termina en una destrucción personal en cuanto a drogas que nos muestra el mundo por ojos extraños, el tipo de visión que nos revela los verdaderos pensamientos de una percepción alterada o quizás aumentada de los horrores e hipocresías humanas. La muerte del sueño americano se define en esta obra que abre ventanas hacia lados de la psique norteamericana que no se conocían hasta ese entonces.
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“On the Road” (1957)– Jack Kerouac
A pesar de que esta obra nos muestra el lado hermoso, brillante y alucinante de Estados Unidos, nos revela un elemento más triste. El icónico Dean Moriarty, aunque en muchas preparatorias y universidades sigue siendo una figura representativa de lo que entendemos por “bohemio”, al avanzar como lectores nos damos cuenta de su carácter autodestructivo y de cómo al generar un concepto que se aferra a la idea de la independencia, se contradice al crear un mundo en el que se encierra inconscientemente. Una mente bella se desperdicia mediante engaños a uno mismo. Nos muestra que una percepción hermosa del mundo no es suficiente para “ganarse” un lugar en el éste, incluyendo nuestros amigos.
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“Junkie” (1953) – William S. Burroughs
Esta gran novela es representativa de la época por su crudo contenido. El tono seco y distante del narrador adicto a la heroína encuentra una especie de armonía con la honestidad con la que se expresa. Nos cuenta lo que entiende como pensamientos de las personas que conoce mientras está en Nueva York, Kentucky y Nueva Orleans, en Estados Unidos. En las últimas partes encontramos un lado aún más desesperado por la búsqueda del significado del mundo, pero fracasa en curar su adicción. Finalmente, el adicto nunca encuentra su fondo y continúa en su búsqueda de más drogas en el resto del mundo. Demostrando que, a veces, algunos de nosotros, como humanos, jamás encontraremos la salida.
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Estos títulos nos recuerdan lo bajo que puede caer el ser humano, no tanto como sociedad, sino como individuo. La mente de las personas puede llegar a corromperse hasta el punto de contaminar al resto de las personas. Podríamos deshacernos por dentro al tratar de desenmarañar el misterio del mundo. Sin embargo, algunos en su afán de mantener una individualidad exclusiva, llegan a extremos que nos muestran un lado terriblemente crudo de la humanidad, como el caso de Bukowski.
Por otro lado, claro, siempre existirán obras que nos muestran una cara absolutamente idealista de nuestras acciones como personas y nos seguirán dando al menos un poco de esperanza.