En México, la muerte se celebra pero también se llora, se piensa como un sueño, una segunda vida que nos espera luego de cruzar el umbral, un recorrido quizás eterno que nos recuerda la existencia del espíritu, la flama que nos da sentido, que nos hace sensibles y se convierte en ese ligero y discreto enigma del que sólo tenemos la especulación.
La muerte atrae, se convierte en musa y maestra. Nos recuerda que somos finitos y eso es lo que nos mantiene adelante. Nos obliga a realizar sueños, a acercar perdones y a borrar distancias. La muerte sensibiliza, por eso la respetamos, porque es lo más real de nuestra naturaleza como hombres.
En México la celebramos porque aprendimos a mirarla a los ojos como único destino, porque es nuestra compañera más cercana y en ella buscamos el perdón a través de un pecado que desconocemos. Jaime Sabines sabía que “no vuelve nadie, nada. No retorna el polvo de oro de la vida”, pero a pesar de esto, la magia de “morir es estar en todas partes en secreto”, pues con la muerte se camina; se vive con ella desde que se nace.
Distintos son los artistas que han hecho de la muerte su creación: poetas y fotógrafos han realizado reflexiones de este tema que los acercan más a aquello que perdieron, que desconocen y que forma su historia. César Bringa, poeta poblano, encontró en las letras una manera de reunir los recuerdos fragmentados de sus muertos a través del lenguaje, en esa búsqueda por encontrarle significado a lo impalpable, en esa insistencia por saber de dónde viene y cómo la herencia configura su existencia. Por medio de sus poemas une los hilos rotos que el tiempo y las circunstancias deshilaron; en sus poemas, la sangre y la memoria forman parte fundamental del deseo por reconstruir el rosto de sus familiares.
3
A mi abuela la loca lo único que le interesaba era la muerte. Ambos veíamos a la muerte jugar con el aro enmohecido de mi infancia en el jardín. Alta, flaca, autoritaria, corría con la bicicleta que me robaron en la niñez y nunca aprendí a montar.
Alta, flaca, autoritaria. La hija quedada que nunca salió de la casa familiar.
Qué haremos después.
Qué haré con el miedo.
Qué haremos.
Qué haremos después.
Díganme si no es para volverse loca.
Qué haremos
después.
4
Después del funeral quedó una casa desordenada y media botella de tequila.
El aire rancio, pero cálido.
Su cuerpo sólo era rancio.
El acta dice veintitrés años con diabetes mellitus. Dejó como herencia: Un paro cardíaco, media botella de tequila y veintitrés años con diabetes mellitus. Mellitus, viene de la misma raíz que la palabra miel.
Los romanos creían que la orina de los diabéticos tenía un sabor azucarado.
La muerte nunca suena dulce
si Dios comiera comería azúcar
dice Amelié Nothmob.
5
Hay una tradición judía que dice que el ángel custodio del nombre va desatando el alma del cuerpo durante los últimos cuarenta días de vida, para que el golpe no sea tan fuerte.
A la abuela la desahuciaron varias veces, la quinta fue la vencida
Hay otra tradición, del pueblo de mi madre, que dice que el cuerpo – presente – pesa más cuando no es su momento de partir, la abuela pesaba como un gorrión.
6
No recuerdo tu segundo apellido.
Nunca supe dónde tu tumba, pero sí dónde el impacto. He olvidado el olor. He olvidado el sonido. Si yo fuera de verdad poeta esto no pasaría. Trato con pinzas las conjunciones adversativas. Respiro con calma. Abro los cajones. No, ahí tampoco está el apellido que falta. La abuela contaba la historia de tu familia porque ese segundo apellido que falta estaba relacionado con su viejo pueblo, con la caña brava, con los bastardos. Mi corazón también es una bolsa con municiones secas.
Hablo de un error.
Hablo con el cuerpo rancio.
Hablo en la lengua de las mujeres que no fuimos.
Al imitar su gesto te burlas de él, borras su significado.
7
Mamá no era mamá cuando a principios de los ochenta llegó a una ciudad desconocida para tomar un curso, y obtener el empleo con el que crearía mi familia.
Ante el calor sofocante del lugar se sentó con una amiga en el zócalo y
bajo la sombra de los frondosos árboles dijo: me gusta éste sitio. Dijo:
debería casarme con alguien de aquí.
Se rió y los árboles rieron con ella. Cuatro años después se casó con mi padre, penúltimo hijo de una familia tehuacanera que vivía a 10 minutos de los mismos árboles que continuaban riendo con ella, incluso cuando dejamos la ciudad veinte años después.
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Las imágenes que acompañan a estos poemas pertenecen al fotógrafo Aldo Moye, quien dota a la celebración de nuestra cultura con color y elegancia a través de un enfoque puntual en las catrinas a través de un material fotográfico y audiovisual para lograr producir con la sinergia del trabajo de artistas de maquillaje, diseñadores, modelos, y fotógrafos una mirada diferente a la muerte.
El próximo 2 de noviembre, Aldo Moye y Cultura Colectiva harán una transmisión en vivo de un photoshoot de dos modelos (Catrín y Catrina), maquillaje, fotografía y talento se unen para mostrar al público cómo es que lleva a cabo un proceso fotográfico.
En la transmisión se mostraran dos actividades que se suscitarán de manera simultánea; se presentará el proceso de maquillaje para crear una catrina y al mismo tiempo se tomarán fotografías profesionales al catrín, quien ya estará maquillado.
Si quieres seguir el proceso de maquillaje y el photoshoot, te invitamos a seguir nuestra redes sociales y así ser parte del desarrollo creativo de Aldo Moye.
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Créditos:
Fotografía: Aldo Moye
Modelos: Mar Palomar y Antonio Medina para SkaraMakeupSolutions
Corona: TheRoyalCrowns