Si te sientes presa de grandes planes maquiavélicos en tu trabajo o has experimentado la presión de una empresa sobre tus hombros, hay una respuesta bastante convincente para ello desde la filosofía. Según Michel Foucault, filósofo y sociólogo francés, lo que ahora vivimos en términos generales es una sociedad disciplinaria; exactamente, como si fuéramos pequeños niños a los cuales adoctrinar para una vida adulta, resulta que nunca somos liberados de ese aleccionamiento de mente y cuerpo.
Es obvio hablar de esto si se circunscribe al ser humano en un ambiente escolar, militar, deportivo o médico, claro, pero justo así como puede visualizarse en esos grupos una conducta de tal regulación, es necesario observar que ésta existe en todo ámbito posible. De acuerdo a este pensador del siglo XX, cuando nos expresamos como esclavos del trabajo es porque, en efecto, todo lo que nos compone y permite movilizarnos como personas en el mundo es resultado de nuestras instrucciones políticas o sociales; aunque suene como un chiste, lo somos. La esclavitud y el vasallaje son primos cercanos de la disciplina.
La dominación que grandes esferas de poder ejercen sobre nosotros, no se apodera de nuestros cuerpos o pensamientos directamente para cumplir sus fines; siguiendo los estudios sobre biopolítica que desarrolló Foucault, el amo o el gran jefe que nos gobierna se ha vuelto prescindible, los mecanismos de dominación penetran con tal éxito en los hombres que, en esa piel de trabajadores, todos interiorizamos, reactivamos y nos exigimos voluntariamente los deseos o necesidades del sistema (como si fueran propios).
Ese poder que nos disciplina y nos guía, ése que has sido capaz de notar en tu miserable vida de asalariado, nació en el siglo XVII, evolucionó a lo largo del XVIII y se sofisticó durante los años subsecuentes hasta llegar a lo que conocemos hoy: una era preocupada por la producción eficiente y la acumulación de capital.
Parece un cuento de Sci-Fi, pero es totalmente cierto. ¿Cómo es entonces que nos hemos adoctrinado tan bien en un mundo que nos requiere prestos y dispuestos para sus grandes fines?
El espacio se distribuye; se organizan celdas y rangos que permiten la circulación, relaciones operatorias, valores, obediencias y una mejor economía del tiempo y los gestos. En este punto, la organización arquitectónica y urbana toma un papel fundamental; la disposición de las ciudades y centros de trabajo constituyen formalmente ideas de poder y dominación.
Se establecen ritmos, ocupaciones determinadas y ciclos de repetición tan fáciles de memorizar y acoplar a la vida cotidiana, que sin importar la complejidad de las tareas, se vuelven parte de uno mismo. Casi una prioridad.
Según Foucault, el tiempo penetra en el cuerpo y con él, todos los controles minuciosos de poder. Una vez que han ingresado momentos específicos de la cronología, la anatomía del trabajador es fácil de permear: posiciones del cuerpo, miembros, articulaciones, direcciones, amplitudes y duraciones se establecen sin problema alguno.
Dados los puntos anteriores, se instaura en la mente del trabajador que todo lo demás que pueda hacer durante su día es ocioso o inútil. Entonces, el mismo obrero o prestador de servicios (nosotros) piensa que malgasta su tiempo en cosas sin sentido deseando volver trabajar. No eres un workaholic sólo porque sí, eres una pieza más. Una muy bien labrada, por cierto.
El objeto que se fabrica o construye a partir del trabajador se articula directamente con el cuerpo de éste; es decir, a fin de cuentas, uno mismo se convierte también en un objeto utilitario. Puedes decir lo que quieras, pero una vez entrado en ese sistema, ya no hay un sujeto en ti al cual dirigirse. Eres un copiador y la pérdida del stablishment te aterra más de lo que crees.
En los modelos laborales de hoy, se intensifica el uso del menor instante. En otras palabras, se extrae la mayor cantidad de tiempo disponible, teniendo cada vez más fuerzas útiles. No hay descansos y el menor atisbo de libertad en el reloj siempre es una nueva oportunidad para extender las labores.
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Bajo estos argumentos foucaultianos es que las sociedades se disciplinan y se hacen útiles para el sistema; estas técnicas fabrican así un cuerpo dócil y sumiso que se ponen en charola de plata para los empleadores o fines políticos sin chistar ni por un segundo. ¿Es éste el destino sin salida que nos espera por siempre? ¿Hay manera alguna de escapar a esta dominación? Habrá que ver y trabajar por nuestra cuenta para no rendirnos ante estos mecanismos.
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