El momento perfecto, dijeron. Champagne y copas efervescentes a manos limpias, sacos sin arrugas, caras estiradas, sonrisas forzadas.
La puta que cruza brazos y piernas, el que ríe mirando su pecho descubierto,los olores cálidos de lomo y carne, la vista que se extiende entre el tintineo de estrellas a lo lejos que mueren.
-Vamos, hombre. Tu mente es un nudo fácil de resolver- pensaba.
La música y la cocaína que espolvoreaba de mi boca a nariz, la mano delicada que me seguía apretando el antebrazo mientras corría de un extremo a otro saludando viejos conocidos. Un pintor, un mentiroso con traje de político, el arquitecto del monumento a la chingada, qué sé yo.
El cuarto oscuro, lúgubre. Y mi acompañante que no dejaba de reír por cualquier cosa. Mis dedos que truenan, mi mandíbula que se traba, la saliva que me falta, los ojos que me arden, el cabello que me duele.
-El nudo no se desenreda solo. Mi álter ego volvía a hablarme.
Al tiempo, los cánticos de paz y amor envolvían el ambiente. Los tragos se alzaban y chocaban entre sí. Mi mente un nudo,su garganta abierta. Mi casa no es tan grande, ni el patio tan extenso. Algún día alguien en su sano juicio dirá que mi casa apesta, algún día algún familiar sabrá que mi hermano gemelo hace falta.
Algún día habrán de saber que no morí y que, en vez de mi muerte, yo lo maté a él.
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