“Un agudo pájaro nos ha sorbido algo de nuestro centro casi ausente. No se ve el orificio. Pero a nosotros debe habernos sorbido, tenebrosamente, aún antes de ser algo”.
-Roberto Juarroz
I
después de sesenta años de paz se ha instalado un remolino
desordena entrañas, rasga costillas, contrae la garganta
me eleva jadeando a cinco mil metros de altura
las fuentes de mis lágrimas culpables ya hace tiempo que son infértiles
no pueden darme alivio
no puedo desfogar esta adrenalina causada por la agitación de la derrota
la gente mira mi rostro inexpresivo de mármol blanco sin pulir
como el payaso los instantes después de estar rodeado de carcajadas enfermizas
como el payaso que vuelve cuesta arriba a cargar la piedra que le tocó
la realidad, afilada y de acero, penetra por mi cráneo.
se siente el frío metal en el estómago
corta la piola con la que siempre estuvimos trabajando, amando y especulando
como marionetas hipnotizadas.
¿cuánto actos puede durar una comedia?
II
Crecí en un orfanato en el que me dejaron unos padres a los que no me molesté en conocer. Desde muy joven me entusiasmé con la lectura de Stevenson, Hesse y Chesterton, así que estaba acostumbrado a personas muy distintas a las que me rodeaban: criaturas desesperadas por buscar sus raíces o burócratas desesperados por terminar su jornada. Alrededor de los quince años ya había decidido aprovechar mi escenario y construir mi propio personaje como quien escribe un relato de ficción. Detecté en mi comportamiento un mecanismo preestablecido en el cual vivían todas las oposiciones del mundo. Un reino en continua guerra civil que yo no lo había creado. Una fuerza autodestructiva de fábrica. Eso me fascinaba.
III
hay personas predestinadas a la soledad
empieza mi batalla contra ese mar embravecido que suele ser esta tierra
así estoy ahora
siempre rodeado de gente que es nadie
trabajos mal pagados, bodegas baratas, sensaciones efímeras
ser cada noche un hombre nuevo, ser cada mañana un animal viejo
el hombre también se oxida con el aire
encontré en el taller de escultura mi conjuro contra la caducidad
el arte vence a la muerte
existen materiales inhumanos que no perecen
son los beneficios de lo inerte.
IV
esculpir es utilizar unos puños de polvo para levantar cuerpos de piedra
reflejar, en esas imágenes que presenciarán el ocaso del planeta, la dualidad
esa tiranía de no poder hacer lo que quiero
el ruido ensordecedor que generamos en la conciencia
ese tormento de admirar la belleza del mundo y verlo perecer al mismo tiempo
quizá la raíz de todo arte es el miedo a muerte
creé el personaje desapercibido del cuadro central de El jardín de las delicias
Autobiografía
hombre desnudo, rodeado de desenfreno
no le alcanzan las dos manos para taparse los oídos
ni la columna vertebral para encogerse más
nadie se da cuenta que él existe.
V
Para compensar esos éxtasis creativos en los que me sentía dios de vivos, fabricaba lápidas. Todas las noches leía el inventario de epitafios –lo único que me ha apasionado más que las dedicatorias de los libros– con la atención de quien escribe su diario. Y con más atención revisaba las fechas que había tallado en esas planchas de mármol. Ningún ciclo había quedado sin cerrarse. Con esta rutina equilibraba mi espíritu. Me sentía al mismo tiempo en el Olimpo omnipotente y en el confuso barro. Con la mano en el cincel y el ancla en los pies. En paz.
VI
construía una realidad anfibia
imposible sobrevivir en las condiciones aeróbicas que ofrece nuestro planeta
la ecuación no está funcionando
es imposible fijar con exactitud el momento en el que algo muere
nos engañamos con procesos, rutinas, destinos y voluntades extrañas
nos acostamos en un sentido y nos levantamos sin él
desaparece en el teatro del inconsciente
como si hubiera sido arrebatado por otro sueño lejano
parásito de alma ajena
miserable olor de traición en una cama que se queda con las manos vacías
ese sentido se esfuma como una pesada broma de los dioses
en su canibalesco festín de manipular fichas pedestres
a los muertos también les crece el cabello y las uñas.